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La Guerra Fria

MemoDH917 de Septiembre de 2014

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Rodrigo Miró y El Ensayo en Panamá

No hace mucho Margarita Vásquez presentó su ponencia «Dicotomías en los ensayos literarios panameños del siglo XX» durante la XXVI Semana de la Literatura Panameña «Rodrigo Miró Grimaldo». En esta ponencia, ella da una clasificación del ensayo en Panamá, bajo lo que denomina «los principales nudos conceptuales de discusión dentro de la literatura panameña» (2004: 96). Estos nudos conceptuales se definen de acuerdo a las discusiones que han determinado a los intelectuales y escritores panameños a lo largo del siglo XX.1 Efectivamente, lo que hace evidente este texto de Vásquez es la historia y el trabajo por hacer, para un estudio del ensayo en el país. El primer estudio sobre el ensayo en Panamá salió firmado por Rodrigo Miró, en 1981, que a primera vista parece una recopilación bastante arbitraria de ensayos, aunque no de temas y autores, pues no sigue una concepción clara sobre la producción del género. Si bien muchos de los autores allí incluidos son reconocidos ensayistas en el país, no encontramos los textos que han sido decisivos en las polémicas que han determinado la vida intelectual de generaciones de panameños. Además, aparte de que algunos ensayos no fueron registrados por año de publicación ni por la fuente de acceso, esta antología no llega a cumplir las expectativas de su propósito, aunque Rodrigo Miró anotara al final de su prefacio que la misma «dejaría a muchas personas insatisfechas» (XXXII). Sin duda alguna, como Miró anota, el ensayismo en Panamá ha seguido muchos temas, diversidad que él trata de expresar en su selección, pero mismo en esa diversidad no hay una coherencia de selección.

El Ensayo en Panamá de Rodrigo Miró revela una deficiencia característica de la intelectualidad panameña: su dificultad de trabajar en equipo. Miró, que era y (es) el demiurgo de la literatura panameña, concibió esta antología en el marco de la Biblioteca de la Cultura Panameña, lista de publicaciones realizadas con el patrocinio de la administración de Aristides Royo. Seguramente el resultado hubiese sido otro si también hubiesen intervenido en esta publicación autores-investigadores como Elsie Alvarado de Ricord, Aristides Martínez Ortega, Gloria Guardia y García de Paredes, pero, posiblemente, no habría salido ninguna antología de ensayos. Sin embargo, a pesar de las deficiencias arriba anotadas, lo que también evidencia la selección de ensayos de Rodrigo Miró es el edificio fundacional, una especie de cronología generacional de la patria, que comienza con un preludio de Mariano Arosemena titulado «Reflexiones sobre la partida del bergantín «Amos Palmer», fechado 1833, doce años después de la independencia de España, y que es publicado en el diario de los liberales istmeños que propugnaban el libre comercio y el sueño de un canal interoceánico.2 En esta voluntad fundacional de Miró, que precisamente comienza con un ensayo de un patricio del Intramuros, hay una serie de discutibles tesis que se vienen repitiendo sobre la historia panameña. En la introducción de la antología, que es en sí mismo un ensayo, por su argumentación interpretativa y su estructura formal, el autor quiere presentarnos –ya en la recta final de la de la muy bien conocida Guerra Fría– el siguiente Panamá:

«Inmersos en un mundo erizado de conflictos, donde violencia y anarquía constituyen el rayo que no cesa, entre nosotros perdura, si bien a punto de perderse, un clima de pacífica convivencia. Es el resultado de la historia. La despoblación de nuestro territorio a partir de la conquista hispana, la peculiar naturaleza de nuestra economía –predominio de la economía terciaria, como hoy se dice– impidieron el arraigo de instituciones proclives a eternizar violentos contrastes en la estructura de nuestra sociedad. Ni la encomienda, ni la esclavitud desempeñaron aquí el papel que les caracterizó en otras regiones. Por ello, afortunadamente, nunca padecimos las agudas confrontaciones que son su consecuencia.» (XXXI)

Si hay un punto que Rodrigo Miró minimiza y «desconoce», entre otras cosas, como lo puntualizado en la cita ya leída, es la segregación que se ejerció, por parte de los panameños, y sus intelectuales, con respecto a la inmigración antillana.3 Y Miró ha sido uno de sus mejores exponentes, aunque fue uno de los primeros que recuperó a Federico Escobar, poeta negro del arrabal santanero. Pero éste no era de origen antillano, era «católico», y, además, escribía en español. No era cierto, como afirma Miró, que el problema del Canal –y todas sus consecuencias que de allí se derivaban– era una realidad ínfima de la realidad panameña (cfr. Miró, 1972). Pero este «desconocimiento» es más sorprendente si se considera que la inmigración antillana no estaba en los márgenes de la sociedad panameña, sino se concentraba en Panamá y Colón. Del mismo modo, este «desconocimiento» pasa por la ausencia de los intelectuales panameños-antillanos en la antología –Miró los menciona de pasada en el prólogo– que no eran pocos y que habían intervenido en el espacio público a través de los periódicos y sus ensayos. Entre ellos habría que mencionar solo a George Westermann que con su ensayo Hacia una mejor comprensión (1946), prologado por Gil Blas Tejeira, dio muestras de uno de los fenómenos y conflictos que ha marcado más a la sociedad panameña desde que ha querido modernizarse: la inmigración. No es ocioso tampoco mencionar la ausencia de un intelectual panameño negro, de mucho renombre en Panamá, Armando Fortune. Y es que los intelectuales negros panameños, marcaban con sus ensayos, desde la década del cuarenta, el contrapunto de la pretendida «tolerancia» del pueblo panameño, ideología que adquirió un nuevo impulso en la ensayística filosófica de los jóvenes que se agruparon en torno a la Historia de las Ideas y el ecencialismo cultural.4

En este sentido, con respecto a la antología de Miró, es menos ocioso constatar la ausencia de mujeres ensayistas que no han sido pocas desde la década del sesenta, como las mismas Elsie Alvarado de Ricord, Gloria Guardia y Gloria Luz Mosquera de Martínez.5

2. Ensayo y modernidad en la ciudad letrada panameña: Roque Javier Laurenza

El Ensayo en Panamá de Miró sienta un precedente, tanto por sus deficiencias, como por sus aciertos. Entre uno de sus aciertos fue haber reconocido, efectivamente, el lugar del ensayo como lugar de producción privilegiado. De aquí que los intelectuales panameños, ya fuesen profesores universitarios, poetas o políticos, hayan encontrado siempre en el ensayo la forma explícita y concreta de escritura, que les permitiera intervenir en la vida pública. No importa qué requisitos debe tener un texto, para ser considerado como ensayo, ya sea «breve» (Miró: XXVII) o «muchos de los libros de crítica literaria» (Vásquez: 93), lo cierto es que el ensayo ha mostrado el peso del espacio público con respecto al desarrollo institucional del experto como científico.6 Ha sido el género democrático del espacio público que todavía no ha sido «desvalorizado» o «usurpado» por el especialista que, con sus rituales de legitimación escritural, puede ocupar un lugar distante y jerárquico en la producción intelectual, cuya preocupación central no sea el «goce estético» (Jaimes 2001: 16). Pero, de hecho, en muchos intelectuales panameños el «goce estético», que debe producir el ensayo, como pretendida obra de arte, es lo que menos les ha preocupado. Lo que más les ha preocupado es cómo intervenir en la vida pública y el ensayo, como género, por su flexibilidad y libertad, es lo que más se ha prestado a estos propósitos.7

En Panamá, uno de los ensayistas y poetas que modernizó a la ciudad letrada, es decir, la metió en el «nuevo orden» de ideas, inquietudes y preocupaciones de su época ha sido Roque Javier Laurenza quien, según Mendonça Telles y Müller-Bergh, fue el mejor teórico de vanguardia de Centroamérica (2000). Con su ensayo Los poetas de la generación republicana (1933), que desgraciadamente –o quizás afortunadamente– no está incluido en la Colección de la Nacionalidad de la Biblioteca Nacional, Laurenza sienta un hito en la historia de las letras panameñas, por haber realizado la crítica de la generación fundacional de la República, una crítica dirigida a la convencionalidad de la poesía fundacional, a la recuperación de la poesía –y, sobre todo, al ejercicio de la literatura– que no debe estar subordinada a los intereses del poder político y los caudillos de sable y la apertura a la poesía vanguardista de su momento. Quizás no esté fuera de lugar afirmar que, en Panamá, puede hablarse de antes o después de Los poetas de la generación republicana, un texto que Rodrigo Miró escuetamente comenta, así: «desde su memorable texto (…), Laurenza no ha vuelto a publicar en forma autónoma…»(1972: 297). Efectivamente, reconoce la existencia de la vanguardia en el país, pero la denota como los llamados vanguardistas (266, cursivas mías), queriendo decir mucho entre las líneas.8 Por años fue un debate en Panamá si hubo vanguardia o no.9 Hoy día es un debate que ha quedado en stand by, como enfriado bajo cero, sin embargo, ha sido uno de los capítulos más interesantes de la literatura panameña, porque es aquí donde frecuentemente se ha olvidado y se olvida que no solo la poesía, como género, debe ser considerada como género de vanguardia. La misma pregunta debe aplicársele al ensayo. ¿Podría hablarse de un ensayo de vanguardia? Y, si es así, ¿cuáles podrían ser sus características? Lo cierto es que el ensayo de Laurenza, por su lenguaje y forma, cumple,

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