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La Guerra Total


Enviado por   •  23 de Octubre de 2013  •  2.069 Palabras (9 Páginas)  •  400 Visitas

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La guerra total

Entre 1939 y 1945, el mundo dio un vuelco: la democracia, antes limitada a media docena de países, se impuso ante los fascismos y se convirtió en el régimen vigente en la Europa occidental. Para ello hicieron falta 60 millones de muertes. Te lo contamos en este reportaje.

En la II Guerra Mundial, todas las naciones implicadas combatieron hasta el final. No pensaron nunca en un armisticio como el que puso fin a la de 1914-1918. No cabían paces parciales. Fue todo o nada: ideologías buscando la aniquilación de las otras, sistemas sociales y económicos que se jugaban su supervivencia, naciones que si perdían quedaban esclavizadas o destruidas. No sólo era una cuestión de dominio político.

Las movilizaciones fueron masivas, sin deserciones como las de la Gran Guerra. Hubo no menos de 100 millones de combatientes. La cifra, sin parangón histórico, ni siquiera refleja la magnitud humana de la tragedia: la población civil se vio absolutamente implicada, con su contribución en sangre, desplazamientos a gran escala, miedos y temores. Se llegó a la guerra total. Los bloques se enfrentaron con todos sus efectivos económicos y sociales y una capacidad destructiva desconocida. Los costes humanos fueron brutales. Unos 16 millones de combatientes murieron o desaparecieron. A esto se añadieron además enormes mortandades en la población civil. Uno de los bandos contendientes -sobre todo la Alemania nazi- llevó a cabo la persecución sistemática de grupos étnicos, religiosos e ideológicos. No fue un daño colateral, sino uno de los objetivos primordiales de la guerra. En el Holocausto, quizá cinco millones y medio de judíos fueron asesinados en el mayor genocidio del que tenemos noticia.

Y estuvieron los discrepantes con el régimen nazi, también perseguidos, los deficientes o los cientos de miles exterminados en los territorios conquistados sin razones específicas, por enemigos o porque su destino era convertirse en una raza esclava. Las cifras desbordan la capacidad de asimilación: unos tres millones de soldados rusos fueron aniquilados en los campos de concentración alemanes; en el sitio de Leningrado murió por debilidad y hambre quizás un millón de personas. Cientos de miles fueron abatidas en los bombardeos aéreos, que realizaron los dos bandos con el objetivo (no logrado) de derrumbar la moral del enemigo. Sólo en el de Dresde (Alemania) -realizado por los aliados- murieron unas 200.000 personas en una noche. Y está el colofón: la bomba atómica?

60 años de la victoria aliada

El 6 de junio de 2004 se reunían en Normandía los dirigentes de las potencias vencedoras, de sus actuales aliados y hasta los de los vencidos, en el aniversario del desembarco. Conmemoraban los 60 años de la victoria aliada. Es el acontecimiento fundacional de nuestra época, una larga etapa de paz y asentamiento democrático, pese a sus déficits. Ninguna conflagración general ha azotado Europa desde entonces, el periodo más largo en siglos. Hacia 1939, la democracia estaba circunscrita apenas a media docena de países. Después de la II Guerra Mundial se convirtió en el régimen de la Europa occidental. Llegaron nuevas alianzas, un sistema internacional presidido por la ONU, el desprestigio de los fascismos y el triunfo de una economía liberal sin intervencionismos totalitarios. Resulta verosímil que en 2014 se siga celebrando el nacimiento del periodo histórico que vivimos. Identificar las causas de la I Guerra Mundial hizo correr ríos de tinta, por la gestación colectiva de un complejo sistema de equilibrios internacionales, pero apenas ha habido discusiones sobre el origen de la conflagración que comenzó en 1939. La provocaron las potencias del Eje: Alemania, Italia y Japón.

El Tratado de Versalles cerró mal las heridas de la Gran Guerra y creó en Europa el caldo de cultivo para los totalitarismos, pero no se le puede achacar el comienzo de la tragedia. Sí a quienes en tal contexto levantaron unos agre sivos idearios que querían eliminar pueblos, desplazarlos o esclavizarlos. En el Pacífico, el expansionismo militarista de Japón -de índole distinta al nazismo pero de su misma filiación- fue el origen de esta parte de la guerra. Así, los sucesos europeos y orientales confluyeron en la conflagración mundial. Se ha discutido mucho si Inglaterra, Francia y Estados Unidos hicieron lo posible por evitar la contienda. La respuesta es negativa: no desarrollaron la política que hubiese esquivado la guerra. No apreciaron la agresividad implícita en la política nazi y cedieron cuando no tenían que hacerlo. Pero no evaluar el peligro de lo que estaba enfrente -con ser políticamente grave- es distinto a ostentar la culpabilidad por el estallido del conflicto. Eso sí: en el pacto de Munich no atisbaron que el nazismo se les iba de las manos. Lo creían apaciguado y siguieron inactivos tras la ocupación alemana de Praga... La guerra estalló por la agresividad de las potencias del Eje, en particular de Alemania tras el ascenso nazi. Adolf Hitler sostenía un programa racista y expansivo. En Mein Kampf escribió: "Alemania tiene que ser una potencia mundial o no habrá Alemania". Este dramatismo esencialista lo envolvió todo. "Tengo que elegir entre la victoria y la destrucción. Está en juego [...] el ser o no ser de una nación", concretaba mesiánico en 1939, ya en guerra.

Pese a la ferocidad de su discurso, durante los años anteriores muchos pensaron que era mera retórica para el consumo interior. Pero Hitler hablaba en serio. Su personalidad resulta clave en el desencadenamiento y desarrollo de la contienda. Era un tipo vulgar, de cultura mediocre, sin dotes destacables a no ser su capacidad demagógica. La excepcionalidad histórica reside en que un sujeto así alcanzase el poder que provocó la tragedia. Su discurso expresó los resentimientos que abundaban en la Alemania de Weimar, construyó un partido de matones y conquistó un poder absoluto. La violencia y el terror ocupaban un lugar prioritario en su política, así como el desprecio a criterios morales, legales y éticos. A diferencia de otros dictadores, no se contentó con disfrutar el poder, sino que siguió un programa compulsivo. En la política y en la guerra, Hitler mantuvo las mismas pautas: decisiones arriesgadas, sostenimiento de la tensión, progresiva creencia en su infalibilidad y ausencia de escrúpulos humanitarios. "Al vencedor no se le pregunta después si ha dicho la verdad [...]. Lo que importa no es la virtud sino la victoria [...]. Actúen brutalmente", explicaba Hitler

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