La Matanza De 303 Chinos En Torreón

En esta exposición temporal en el Museo de Memoria & Tolerancia encontramos que necesitamos aceptar el hecho de que los alegres torreonenses de principios de siglo fueron cómplices silenciosos de un detestable crimen. Tener presente lo que sucedió un monumento que nos recuerde que a la vista de un genocidio, el que otorga al callar es también culpable y criminal.

Para ello daremos una breve introducción al tema haciendo referencia a puntos claves importantes que acontecieron este tema, las causas y consecuencias que con llevaron a este horrible suceso, la matanza de los chinos en 1911 no fue un evento aislado ni tan fortuito como algunos historiadores de las fuentes orales gustan de hacer creer. No solo en Torreón, sino en México entero existía un clima adverso a la presencia de los chinos.

Desde la independencia de México han existido muchas corrientes migratorias que han dejado su huella y han expandido nuestro concepto de diversidad sin embargo, ninguna de éstas fue llevada hasta el punto del destierro total, como fue el caso de la comunidad china que se estableció en México desde finales del siglo XIX hasta principios del XX.

El odio antichino empezó como una idea de razas superiores e inferiores, donde el mestizaje mexicano era visto como la imagen ideal de un país donde, la “raza amarilla”, no tenía más cabida que para degenerar.

Podemos abarcar mucho acerca de este tema pero lo más importante que podemos deducir para este análisis es la siguiente interrogante ¿Por qué los chinos pudieron ser masacrados salvaje e impunemente a la vista de los torreonenses?

Los chinos constituían una parte importante de la economía torreonense a finales del Porfiriato. Se trataba de gente trabajadora que cultivaba hortalizas para su venta en el ámbito urbano, gente que se ganaba la vida de manera honrada, muchos habían llegado desde los Estados Unidos, otros habían llegado directamente desde Asia. Se habían agrupado con sus compatriotas como lo hicieron los españoles en La Laguna. Llegaron a manejar su propio banco, eran un sector importante de nuestra comunidad.

Al parecer, los torreonenses no tenían interés en detener la matanza de los chinos escudándose en la simple razón de que éstos no eran católicos. Si así fue, Torreón se ha ganado el triste honor de ser contada entre las ciudades más intolerantes, racistas y genocidas del mundo.

Con esto nos hacemos la siguiente interrogante ¿No implica enorme complicidad contemplar con morbosa expectación el espectáculo de cientos de aterrorizados chinos arrastrados tres pisos hacia las azoteas sólo para ser suspendidos cabeza abajo en el vacío y luego soltarlos y ver cómo les estallaba y se les vaciaba el cráneo?

Ver cómo los niños chinos eran tomados de los pies para ser estrellados contra paredes

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