La Migración En La Globalización De La Sociedad De Riesgo
aespinosa6224 de Abril de 2013
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La migración en la globalización de la sociedad de riesgo
OLIVIA RUIZ - 12-JULIO-2002 - TIJUANA, BAJA CALIFORNIA, MÉXICO
EL COLEGIO DE LA FRONTERA NORTE
Presentado en la conferencia Migración y Experiencia Religiosa en el Contexto de la Globalización
Decir que hoy en día la migracion, especialmente la indocumentada, y el riesgo están entrelazados es anunciar lo obvio. La conexión entre los dos es evidente en las más de 2000 violaciones de derechos humanos registradas en Chiapas entre 1998 and 1999 y la muerte de casi 2000 migrantes a lo largo de la frontera México-Estados Unidos desde 1998. Se ejemplifica, también, al calificar la Operación Guardián como "una estrategia que maximiza el riesgo a la vida". Desde otra perspectiva, la relación se evidencia en discursos que argumentan que la migración de mexicanos a los Estados Unidos es "una amenaza a la seguridad nacional" o en las palabras de Samuel Huntington "un reto singular, inquietante y creciente a nuestra integridad cultural, a nuestra identidad nacional, y, potencialmente al futuro de nuestro país" (2000:5).
Como muestran estas distintas perspectivas, la manera en que se ha asociado la migración con el riesgo es compleja y contradictoria. Esto es así, no obstante, o quizás debido a, la extensiva presencia de esta coincidencia en los medios masivos de comunicación, las propuestas de distintas comunidades religiosas, los foros académicos, la discusión de políticas migratorias, la labor de diversas ONGs y el polimorfo imaginario popular. La multifacética caracterización de esta relación pareciera embargar la claridad que se pudiera tener sobre la realidad y obstaculizar el camino hacia un acuerdo de las distintas partes implicadas en los países expulsores, de tránsito y receptores de migrantes. A la vez, para aquellos que tenemos una preocupación por el bienestar de los migrantes, que es, como argumentaré más adelante, una preocupación por el bienestar de la especie humana, nos apremia esclarecer los términos en que se establece la conexión migración y riesgo. Propongo que tenemos mucho que ganar al hacer una reflexión sobre ella, sobre sus raíces y contradicciones inherentes, y al actuar sobre esa reflexión. Esto se debe, sugiero, por ser personas y grupos dedicados a entender la movilidad humana en el mundo actual, por un lado, y porque al desentrañar la relación entre la migración y el riesgo nos acercamos, por otro lado, a uno de los entrecruces ontológicos profundos de nuestra condición humana contemporánea.
¿Qué significa definir algo como un riesgo? Lejos de ser una propuesta académica, planteo que la pregunta tiene serios signficados y consecuencias para la vida cotidiana en esta etapa de la globalización. El término en sí, riesgo, es una de las palabras de mayor uso hoy en día, especialmente en las sociedades localizadas en el centro del sistema capitalista. Este uso se debe, según algunos, por las referencias que el término hace a la inseguridad, el peligro y la incertidumbre, sentimientos centrales a la condición humana en nuestra época (Beck 1992; Giddens 1990, 1998). El riesgo es, en las palabras de Beck, "una manera sistemática de manejar los peligros y las inseguridades inducidos e introducidos por la modernidad" (1992:21), idea que resuena en la afirmación de Lash y Wynne quienes proponen que el concepto entrelaza diversos discursos en relación a la crisis del mundo moderno, donde las amenazas cotidianas al bienestar alimentan un sentimiento general de vivir en riesgo, una impresión que se extiende y se proclama paralelamente con la sensación de estar indefenso ante ello (1992:3). De hecho, al formar una parte integral de los debates sobre el medio ambiente, la seguridad pública y nacional, la salud humana y, propongo, la migración, se ha convertido en un término ubicuo en las sociedades contemporáneas.
Como es evidente por la diversidad de maneras de asociar el riesgo con la migración, la identificación es construida y reproducida socialmente; no es neutral. Evidentemente, hay huesos rotos, amputaciones y muertes, resultados del encuentro o enfrentamiento de personas con peligros potenciales (el tren carguero, un pandillero). Sin embargo, al llevar estos hechos más allá del orden de una serie de incidentes (sean crímenes o accidentes) o coincidencias aleatorias sin conexión, al traspasarlos al orden un proceso social, donde se transforman en riesgos en el sentido existencial que nos plantea Beck, entramos en los escenarios de la construcción de los sentidos comunes y de las luchas por establecer la verdad. Nos adelantamos en los contextos donde se definen las cosas y los hechos que componen nuestra contidianeidad y conocimiento del mundo. Estas definiciones, desde los lapsos verbales hasta las leyes migratorias, son, inherentemente, productos de relaciones sociales y disputas de poder que se efectúan en sistemas sociales construidos por grupos sociales, organizaciones e instituciones con intereses propios (Beck 1992:4). Es en el caldo de las relaciones sociales y las pugnas de poder que son particulares a esta época del capitalismo tardío donde se ha asociado la migración y el riesgo. Dicho de otra manera, definir la migración como un riesgo es situarlo en el revuelo de las contradicciones y complejidades inherentes a esta fase de la globalización capitalista. En el marco de Beck, la movilidad de personas, en tanto que está ligado al riesgo, incorpora características del capitalismo global. O, yo propondría, la migración se ha convertido en una metáfora de riesgo.
Es como metáfora que se opone la visión del migrante en riesgo con la del migrante como riesgo — dos visiones que aparecen frecuentemente, aunque con distintas vestimentas, en la discusion sobre la migración internacional hoy en día. Se argumenta, por un lado, que las sociedades, casi siempre (pero no exclusivamente) desarrolladas, son víctimas de los peligros (el crimen, la enfermedad) que traen los migrantes. Así, los indocumentados son responsables por sus propios infortunios, sea la muerte, la pérdida de una pierna o, incluso, la elaboración e implementación de movilizaciones en su contra como Operación Guardián o Sellamiento. Este es el discurso que sustenta y es sustentado en los esfuerzos por situar la discusión de la migración dentro del escenario de los intereses y la seguridad nacionales. En la visión contraria, por otro lado, los migrantes viven en riesgo, víctimas de los peligros creados, aceptados e ignorados por las sociedades de origen, tránsito y destino. Desde esta perspectiva la responsabilidad por los migrantes, por sus infortunios, es nuestra; pertenece a todos nosotros. Esta es la visión que sitúa la migración dentro del marco de los derechos humanos nacionales e internacionales.
Estamos familiarizados con la idea del migrante como riesgo, como la incorporación del riesgo mismo. Muchos de nosotros aqui presentes trabajamos de distintas maneras en contra de esta asociación. Como antropóloga, parte de mi trabajo ha consistido en entender el arraigo de esta visión, examinar porqué y de qué manera resuena en la cultura de día a día y en los significados cotidianos de este momento histórico. Aunque hay diversas maneras de deshilar esta noción sugiero que su arraigo, en un principio, se sujeta al proceso de la formación histórica de los pueblos-naciones y de sus identidades y a la construcción de las tradiciones y los mitos que delimitan, consolidan y justifican estas identidades, procesos que han ido de la mano con la segregación cultural y geográfica.
Este proceso de fundar y confirmar la identidad de una nación subyace en las dualidades que oponen el norte al sur, el desarrollo al subdesarrollo y la civilización a la barbarie, dicotomías que surgen repetidamente en los discursos que consideran al migrante como riesgo. A esto se refiere Huntington cuando compara la migración de mexicanos a los Estados Unidos a una invasión y amenaza a la seguridad de la sociedad norteamericana y resuena en las palabras del francés Regis Debray cuando opone el "norte nuclear y racional" al "convencional y místico sur" (Huntington 2000:5; Debray citado en Bigo 1997:94).
Aunque la confirmación de la identidad a través de la oposición a lo diferente, sea una persona o un país, ha sido una de las maneras más comunes de establecer y consolidar las lealtades como seres humanos a lo largo de nuestro pasado (sabemos que una de las maneras más eficientes de unificar a un pueblo es crear un enemigo común), esta dualidad toma matices particulares en la historia del capitalismo occidental. Ahí, la oposición no es ni gratuita ni novedosa. Como argumentan Stallybrass y White, a lo largo del siglo 19 en el imaginario occidental, refiriéndose en particular al europeo, los que estaban "en camino", casi siempre nombrados "nómadas" o "forasteros" o "desconocidos", fueron distinguidos de y puestos en oposición a lo civilizado y lo doméstico y considerados amenazas para ambos (1986:128). Es en el auge del capitalismo imperial --en la acelerada desestabilización de los órdenes sociales que provocó, en los consecuentes desplazamientos humanos, en la adquisición sin paralelo de territorios en Africa y Asia y en los primeros extendidos encuentros entre las sociedades occidentales y no occidentales — que el forastero, el extranjero y el desconocido se arraigan en la imaginación popular como un riesgo a lo propio, lo nativo y a las incipientes formas nacionales de ser. En este sentido el rechazo al migrante de hoy en día se incrusta en una esquematización del mundo que no solamente no es original sino que tiene raíces en nuestra herencia histórica cultural de Occidente.
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