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La Vida Social En México En La época Colonial

luzyernaga30 de Julio de 2014

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La vida social de México en su época colonial

Los españoles trataron de organizar la Nueva España bajo las normas de la sociedad peninsular, mas la presencia de millones de aborígenes introdujo en la configuración de la sociedad novohispana variantes muy notables respecto del modelo original. Los primeros emigrantes a las Trece Colonias inglesas, o a las fundaciones españolas del Río de la Plata, trasladaron en alguna forma las instituciones sociales y hábitos metropolitanos, mas no así los llegados a México o al Perú, donde la presencia de otras instituciones y pueblos, algunos con avanzada organización política y social, ejerció muy honda influencia sobre los esquemas originales. Mas el factor diferencial no fue ese solamente. Además, y sobre todo, actuó el ayuntamiento sexual entre conquistadores y población aborigen, acelerador y generador de una serie de explosivas cargas. En la mayor parte del continente nació el mestizo de razas disímiles, fruto de dos culturas sin el más remoto contacto, y ese mestizo encontró y encuentra el modo de cobrar la cuenta contraída por sus remotos padres.

Sólo que la sociedad novohispana, aparte de configurarse sobre el hecho sine qua del ayuntamiento sexual hispano-aborigen, no se apartó en lo fundamental del modelo metropolitano, uno de cuyos rasgos diferenciales, la cerrada estratificación de la sociedad española, llegó a ser segunda raíz de luchas claves en la vida mexicana. En la sociedad española del siglo XVII, y aún acusadamente en la actual, la composición de la pirámide social gira en torno al origen de sus integrantes; esto con tal fuerza que aún hoy resulta excepcional que un Grande se avenga a considerar como su igual a un comerciante, industrial o simple "arribista" con recursos económicos suficientes para convivir en su círculo. Desde el siglo XVI, y hasta las guerras de independencia, las sociedades novohispanas plantearon las colisiones estructurales gestadas en la fusión del modelo peninsular con las realidades autóctonas, conflicto empeorado porque si bien en la Península el problema del origen social se remontaba comúnmente a la Edad Media y la guerra contra los sarracenos -las monarquías pagaban con títulos de nobleza y vasallos los servicios de sus guerreros más notables-, en la Nueva España, aunque también concedió la corte títulos por eso mismo (el primero fue el marquesado de Cortés), pronto se simplificó la cuestión del origen para reducirla al lugar de nacimiento, y las consecuencias del cambio no se hicieron esperar: si en España se ejercía y ejerce aún el derecho histórico para llevar un título, en México bastaba el hecho de haber nacido en España para asegurar la eminencia social. Mediante procedimiento tan sencillo se formó la pirámide social novohispana, con los españoles nacidos en España ubicados en su vértice, y debajo de ellos sus hijos, los criollos, y por supuesto las castas o razas mezcladas, aunque sin llegar a darse el caso de Ciudad Rodrigo -en la provincia de Salamanca-, donde los escudos nobiliarios, inclinados sobre la fachada de los palacios, aún definen el bastardo nacimiento de sus propietarios. Ciertamente la estratificación de la sociedad novohispana llevaba consigo la semilla de la guerra de Independencia, con tantos rasgos de guerra de castas en su versión de 1810.

Si en el territorio de la Nueva España convivían españoles peninsulares, españoles americanos o criollos, mestizos por la mezcla de aquéllos con los pobladores originales, y más tarde con los africanos traídos para trabajar en minas y trapiches, se explica que una generación después de la conquista el ejemplo de Cortés, al procrear a don Martín con doña Marina, se multiplicara infinitamente. De la creciente mezcla de sangres, ya en la segunda mitad del siglo XVI se conocían los siguientes tipos y subtipos:

De español y española, criollo.

De español e india, mestizo.

De mestizo y española, castizo.

De castizo y española, español.

De español y negra, mulato.

De mulato y española, morisco.

El salta-atrás tenía características de negro, si bien nacía de una familia blanca. Generalmente se creía que este fenómeno de atavismo se producía a la tercera o cuarta generación, de una abuela negra con un blanco. Y de ese sub-tipo continuaba la ordenación:

De salta-atrás e indio, chino.

De chino y mulata, lobo.

De lobo y mulata, jíbaro.

De jíbaro e india, albarrazado.

De albarrazado y negra, cambujo.

De cambujo e india, zambo o zambayo.

De negro y mulata, zambo-pireto.

De zambo y mulata, calpan-mulata.

De calpan-mulata y zamba, tente en el aire.

De tente en el aire y mulata, no te entiendo.

De no te entiendo e india, allí te estás.

Según Ernesto de la Torre Villar este cuadro "responde a la idea clasificadora y racionalista del siglo XVIII", y sólo funcionó realmente hasta su sexto tipo, o sea hasta el morisco o hijo de mulato y española.

De "larga y ridícula clasificación" la califica Riva Palacio, mediante adjetivos inadecuados, pues si su obvia extensión no ameritaba subrayarse, de ridícula nada tuvo salvo bajo el prisma del siglo XIX. Más que ridícula se antoja divertida, aunque juzgada desde el punto de vista de sus consecuencias no haya sido cosa de broma.

Importa subrayar, eso sí, que entre 1520 y 1700 nació el hombre de México, mayoritariamente indioespañol, que no entraba en los cálculos españoles, pues originalmente se previó sólo la existencia de dos repúblicas, la de indios y la de españoles, y con vista en ellas se legisló. Mas la gana de follar fue superior al cálculo, y el mestizo mexicano se reprodujo en cuanto el primer hombre blanco se acostó con una o varias indias sobre un petate cualquiera. Cortés puso la muestra al procrear dos hijos varones, uno mestizo y el otro criollo; ambos amados con igual intensidad, pues ambos recibieron el nombre de Martín, el de su padre. Pero que las consecuencias del largo e intenso follar anunciaban tormentas es patente en no pocos informes de los virreyes a la corona, sobre todo en dos de ellos. "Los mestizos van en aumento -escribía don Luis de Velasco al monarca-, y todos salen tan mal inclinados y tan osados para las maldades, que a éstos y a los negros se les ha de temer". Veinticinco años más tarde, don Martín Enríquez alertaba al monarca contra el peligro mestizo, hablando de los "cuasi-indios" como gente nada de fiar por su condición pleitista y escasa fidelidad al rey de las Españas. Es difícil precisar el número de mestizos al terminar el siglo XVI, quizás tantos o más que los españoles peninsulares, probablemente setenta u ochenta mil. Hacia 1545 su crecimiento demográfico y malas artes preocupaban seriamente a don Luis de Velasco:

"Los mestizos son tantos que no basta corrección ni castigo, ni hacerse con ellos ordinariamente castigo. Los mestizos andan entre los indios, y como tienen la mitad de su parte, acópenlos y encúbrenlos y dánles de comer. Los indios reciben de ellos muchos malos tratamientos y ruines ejemplos".

No exageraba don Luis el "grande aumento" de los mestizos, y perspicazmente aludía a la virtual alianza entre ellos y los indios, aunque no en beneficio de estos últimos. Hasta nuestros días, el mestizo es el peor explotador del indio, más inmisericorde que los peninsulares del siglo XVI. Por otro lado, que los mestizos pusieran en serios aprietos a los virreyes Velasco y Enríquez, en verdad hasta la fundación del PRI tampoco los presidentes mexicanos sabían qué hacer con ellos. A mi juicio, la viabilidad de la independencia mexicana cuajó en cuanto los mestizos ligaron sus inquietudes políticas y sociales no ya con los indios sino con los criollos, alianza de cuyas consecuencias fueron responsables los españoles peninsulares, al degradar a sus hijos por su lugar de nacimiento. A fines del siglo XVII, cualquier novohispano se hallaba consciente de haber dado a la Nueva España santos como Felipe de Jesús, beatificado por el papa Urbano VII en 1627; literatos como Ruiz de Alarcón y Sor Juana, científicos cómo Sigüenza y pintores como los Juárez y Rodríguez Juárez. Tanto dar, aparejaba la certeza de representar un papel en la historia del país, donde los españoles peninsulares monopolizaban sin embargo la riqueza, el rango social y los puestos de relieve en la administración pública y la jerarquía eclesiástica.

No obstante las apariencias, las castas fueron las víctimas de la sociedad colonial, y no los indios. Cierto que inicialmente pagaron éstos su tributo de sudor y sangre a la presencia del hombre blanco, mas evidentemente contaron con la protección de leyes, que si por un lado les condenaban a vivir en permanente minoría de edad, por el otro les proporcionaban elementos y medios de defensa ante los tribunales del virreinato y la corte misma, ventaja de la que no participaban las castas. Si en el Compendio y Descripción de las Indias Occidentales, obra de fray Antonio Vázquez de Espinosa escrita en la segunda década del siglo XVII, se emplea el concepto peyorativo de gachupín, aplicado a los españoles peninsulares por los mestizos y los criollos, no hay en cambio indicio de que los indios les llamaran de ese modo.

Es de gran interés la Instrucción que el virrey Mendoza dejó a su sucesor, el primer Luis de Velasco, pues en ella consta cómo los indios hacían valer las provisiones legales en cuanto a los negocios de la comunidad y gobierno de sus pueblos: "Vienen principales y macehuales -decía Mendoza-, porque todos quieren tener noticia de lo que se manda y determina en tal caso; y porque podría

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