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La fotografía como testimonio etnográfico: Edward Sheriff Curtis y el Álbum fotográfico de los indios apaches

30445035Ensayo13 de Diciembre de 2018

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ENSAYO:

La fotografía como testimonio etnográfico: Edward Sheriff Curtis y el Álbum fotográfico de los indios apaches.

Introducción.

La intención del presente trabajo es mostrar el imaginario que se conformo de estos grupos nativos del norte de México o lo que hoy se considera el suroeste norteamericano, en particular el caso de los apaches a través de la fotografía a finales del siglo XIX y principio del siglo XX. Por un lado, esta la visión de un fotógrafo que realiza la construcción del retrato de un jefe apache en un estudio, y por otro la mira de Edward S. Curtis con una visión de un etnógrafo.

El retrato hacia fines del siglo XIX, en América como en Europa, se recurría a un mismo formato; las poses rígidas, la iluminación y el encuadre permanecían intactos. Por otro lado, el estudio fotográfico compensaba su poca creatividad ofreciendo al cliente un espacio donde podía cambiar el mundo donde vivía por un mundo de representación ideal. Como se ve en un teatro, una variedad de telones, accesorios y vestuario se ofrecían para destacar la identidad elegida como se ve en el álbum fotográfico de los apaches. La construcción estética de las fotografías nos habla del ambiente que se concebía a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.

Por otro lado, esta la mirada del fotógrafo etnográfico que explora la diversidad cultural de los pueblos nativos en el caso de lo que hoy consideramos el suroeste norteamericano. Los trabajos de este tipo de fotógrafos son de documentar a través de la fotografía una construcción de lo autóctono que ubica al observador en una perspectiva desde la que el “otro” se define a sí mismo en oposición a la cultura dominante.

Así, vemos como el objetivo de la documentación etnográfica en el suroeste de Estados Unidos, permitió crear una visión romántica de estos grupos nativos desde el punto de vista artístico que permitió se originara la leyenda del indio indomable y estrechamente vinculado con la naturaleza. Esta forma de ver a los indios de Estados Unidos no fue bien recibida en su momento, ya que la sociedad de esa época consideraba que “el mejor indio era el indio muerto” y ponerle precio a su cabellera.

En su momento, las fotografías de Curtis fueron demandas presentadas en una coyuntura de transformación del concepto de identidad estadounidense, donde la imagen del indio norteamericano conllevaba el fantasma del exterminio. Pasaron cuarenta años para que la perspectiva de Curtis fuera redescubierta, trascendiera y se viera con otra mirada en esta época.

La corriente “naturalista” que aparece en el Renacimiento asume a la fotografía como la técnica más fiel de representación de la realidad, al punto que la divulgación del invento se juzga comienzo del declive de la pintura representativa. En el curso de nuestros dos siglos recientes hemos aprendido que “realidad” y conceptos circunvecinos, como “verdad”, “verosimilitud”, “objetividad” o “subjetividad” son mutables y que nada más tortuoso que dilucidar la frontera entre veracidad y representación. Entre los casos que ilustran tal discusión, ninguno como el de Edward Sheriff Curtis.

Paradójicamente, la lección que aporta la vida de este visionario, en donde la ciencia reclama a la fotografía objetividad y está responde con una clase muy distinta de objetividad: la que se obtiene mediante la simulación. Las representaciones de Curtis ciertamente no cumplen con los preceptos del método científico. A cambio aportaron impresiones de verosimilitud donde ya no había nada sino devastación. Si aún hoy podemos apreciar la altivez en el rostro de sus jefes indios (véase foto 2), el asombro del niño esquimal, la sonrisa ingenua de Mountain Stick Flower, admirar la gracilidad con que las mujeres se dirigen hacia el río o las imperfecciones de la piel de sus indios apaches (véase foto 3), es porque el artista, cuya evolución corre al parejo que los descubrimientos de la técnica, sabía cómo emplear diversos filtros para otorgar profundidad a sus tomas, y qué sustancias aplicar para ofrecer nitidez, resaltar brillos o imbuir sombras.

Para devolver al registro esa riqueza de la realidad siempre se ha requerido de manipulación. No le importaba lo laborioso ni lo caro del proceso esto motivó que el costo de su trabajo se incrementara. Gracias a esa prolijidad y a su conocimiento para ofrecer una gama de tonalidades imposibles de lograr mediante un método más rápido y “natural”, Curtis fue un gran su exponente de la técnica del orotone y de la goma bicromatada, queda no sólo como un soñador, sino como uno de los más finos exponentes de la fotografía norteamericana.

Foto 1: Edward Curtis, antes de la tormenta, 1906.

¿Quién era Edward Curtis?

Edward S. Curtis nació cerca de Whitewater, Wisconsin en 1868. Desde muy pequeño acompañó a su padre, quien era reverendo y veterano de guerra, en sus largas jornadas a caballo cuando iba a predicar de pueblo en pueblo. Así, la vida al aire libre y el paisaje fueron algo habitual en sus primeros años de vida y que dejaron una huella permanente y definitiva en él. Con apenas instrucción elemental, abandonó el colegio, a los doce años construyó su primera cámara con ayuda de un manual y recurriendo a los lentes que su padre le obsequiara. Pronto establecería su propio estudio donde destacó por sus habilidades como retratista.

Foto: Anónimo, Edward S. Curtis, 1908.

Amante de la vida salvaje y de los grandes exteriores, quiso aprehender el espíritu de los últimos nativos norteamericanos, registrar la agonía de una raza. Dos sucesos determinaron esa ambición: su encuentro con Princess Angeline, hija del Jefe Seattle, en cuyo honor se fundó la ciudad homónima y a la cual se habían mudado los Curtis tras la muerte del padre y el segundo fue en 1898 cuando en un encuentro casual supondría un punto de inflexión en su carrera. Mientras se encontraba realizaba fotografías en el Monte Rainier, auxilió a una expedición de excursionistas perdidos. Entre ellos se encontraban prominentes científicos y el experto en indios George Bird Grinell, un antropólogo especialista en la cultura indígena, lo invitaron a ser parte de la expedición que viajaría a Alaska, como fotógrafo oficial.

Fue pionero, aventurero, fotógrafo de talento y dejó algo más que una incursión en la visión etnográfica de la fotografía en la historia. Su legado, “Indios de Norteamérica”, constituye uno de los trabajos más importantes realizados por un sólo hombre por su calidad, duración, complejidad y singularidad no admite comparación alguna, situándose entre las obras más importantes de todos los tiempos y que resulta irreproducible al haber documentado formas de vida, tribus, costumbres e individuos de una cultura que permanece viva sólo gracias en parte al legado de Curtis.

Gracias a esta iniciativa Curtis conoció el método de trabajo científico y maduró la idea de documentar las tribus indias de Norteamérica. Conocido entre los indios como “El Cazador de Sombras” desde 1900 y durante 30 años tomó más de 40.000 fotografías de más de 80 tribus indias desde las tribus esquimales hasta los hopi, apache, sioux y las tribus de sudoeste. De forma complementaria grabó más de 10.000 horas en cilindros de cera sobre ritos, leyendas, ceremonias y música tradicional india.

Viajó a caballo o en carreta por caminos deficientes recorrió el vasto continente americano con un equipo de ayudantes. Sus colaboradores viajaban meses antes en busca de localizaciones y para ganarse la confianza de las tribus. Curtis fue rechazado en sus comienzos, pero finalmente se ganó el beneplácito de los indios, dominó varias de sus lenguas, mostrando un inusitado respeto y admiración por la cultura de los pueblos que iba “descubriendo”. El trabajo no estuvo exento de dificultades económicas. La empresa, en gran medida recibió un gran aporte financiero gracias al presidente Theodore Roosevelt y al magnate financiero J.P. Morgan. Baste como apunte sobre la penuria sufrida el hecho de que tuvo que recurrir a publicar libros, una película e incluso un musical.

Foto 2: Edward Curtis, Tres jefes, ca 1900.

Gracias a la colaboración del músico americano Henry Franklin Belknap Gilbert, las grabaciones de Curtis fueron transcritas y Belnak Gilbert compuso varias piezas basadas en ellas que sirvieron de base para el musical titulado “A Vanishing Race” con el que recorrió el país en busca de fondos entre 1911 y 1913.

La película que filmó, “In the Land of the Head-Hunters” (En tierra de los Cazadores de Cabezas) le supuso un gasto aproximado de 20.000 dólares, filme que a la postre hubo de vender al Museo de Historia Natural impulsado por la necesidad financiera, por apenas 1.500 dólares. En 1935 el heredero de J. P. Morgan que tenía los derechos sobre la obra, vendió los materiales a la compañía estatal “Charles Lauriat” dedicada al comercio de libros raros. Desde entonces miles de documentos permanecieron ocultos, incluidas placas originales de cobre y cristal, hasta que fueron redescubiertos en 1972.

Curtis fue víctima en parte de su delirio, por su concepción romántica de la historia, pero también de la intolerancia de quienes exigían veracidad ahí donde sólo había verosimilitud. El lírico compositor de retratos y obras tan sutiles como “En el agua (apache)”, donde se distinguen las ondas y el movimiento del aire, o ese primer plano donde se aprecia y palpita el movimiento de la brisa mientras los guerreros, motivo central de la composición, lucen borrosos (“Antes de

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