La historia del coche eléctrico
spider44Informe2 de Marzo de 2014
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Antecedentes.
La historia del coche eléctrico a lo largo del último siglo se ha dado oportunidades, pérdidas e intentos fallidos. Después de haber sentado las bases de la industria del automóvil en los primeros albores de ésta al inicio del siglo XIX, el coche eléctrico se dejó de lado en favor del coche con motor de combustión interna. Este tipo de motor era más efectivo y se fue arraigando cada vez más durante el siglo XX, participando en el incremento de popularidad entre la población en la industria del automóvil.
Pese a que el coche eléctrico se ha visto apartado del mercado durante mucho tiempo, su credibilidad ha resurgido durante ciertos momentos puntuales de la Historia, como pueden ser las diferentes guerras o la crisis del petróleo. Aun así, ha sabido resurgir cada cierto tiempo gracias a sus innovaciones y sus promesas de movilidad sostenible. Nadie pasa por alto sus cualidades intrínsecas: tecnología simple, funcionamiento silencioso y robustez.
Después de un siglo de primeros pasos, progresos y pasos en falso, parece que el coche eléctrico ha conseguido llegar a la edad adulta. Hoy en día estamos viviendo un resurgir del coche eléctrico sin precedentes. Su desarrollo se ha visto motivado por la escasez de recursos petrolíferos, por el calentamiento global, por las nuevas tecnologías y por el cambio en ciertas actitudes y posturas de la población. Es la primera vez que tanto los fabricantes como las autoridades de la gran mayoría de paises están haciendo un gran esfuerzo para darle al coche eléctrico una nueva oportunidad. Con esto, se está escribiendo una nueva página de la Historia.
El coche eléctrico no nació ayer. A finales del siglo XIX, los primeros vehículos motorizados usaban motores eléctricos. Había que buscar una alternativa a los sistemas de tracción animal para los Hackney Cabs, los taxis oficiales de la época. Dos nuevas tecnologías se enfrentaron en ese propósito: el motor eléctrico contra el motor térmico. En 1877, un alemán llamado Nikolaus August Otto inventó el motor de combustión de cuatro tiempos mientras que en 1859, Gaston Planté diseñaba las primeras baterías de plomo y ácido en Bélgica, pero no fue hasta 1881 cuando el francés Charles Jeantaud construyó el Tilbury, el que probablemente sea el primer coche eléctrico alimentado con baterías.
Tuvo que pasar algo más de una década para poder ver por las calles motores eléctricos, dando lugar a los primeros servicios de los Hackney Cabs. Aparte de los modelos construidos a petición de ricos empresarios y fabricados de forma individual, el verdadero debut de los coches eléctricos fue en las flotas de taxis de Inglaterra con los conocidos Taxi-Cab, para extenderse posteriormente a Francia o Estados Unidos. En aquellos años, la solución ideal para este tipo de transporte pasaba por el motor eléctrico. Las cualidades que lo hacían mejor respecto al motor térmico siguen siendo las mismas que hoy en día: no emite ningún sonido en su funcionamiento, facilidad de uso y robustez.
Varios fabricantes competían en el mercado francés, como Charles Jeantaud, Louis Krieger o Charles Mildé, que ofrecían turismos y vehículos comericales con motores eléctricos. Por otra parte, en 1899 el piloto belga Camille Jenatzy conseguía romper un record de velocidad con su bólido eléctrico “La Jamais Contente” (La que nunca está satisfecha), al superar los 100 km/h. Todo parecía ir de cara para este sistema de propulsión.
A pesar de un inicio alentador, el coche eléctrico no tardaría en enfrentarse a sus limitaciones tecnológicas: prestaciones limitadas, poca autonomía y tiempos de carga demasiado largos… Un coche eléctrico corriente no pasaba de los 20 km/h y tenía una autonomía limitada a 50 km. Unas limitaciones que favorecieron el desarrollo del motor térmico, en parte gracias también a los progresos conseguidos en su desarrollo por parte de Gottlieb Daimler en Alemania.
A principios del siglo XX, cuando el petróleo empezó a ser un producto más asequible, el motor de combustión empezó a tener éxito. De hecho, motivados por ese repentino éxito del motor de combustión, los fabricantes de coches eléctricos empezaron a cerrar sus fábricas o se pasaron directamente a la producción de motores térmicos.
Pero este cambio de planteamientos en los fabricantes no respondía exclusivamente a una decisión de caracter tecnológico, sino también a una cuestión de actitud, según cuenta el historiador del mundo del automóvil Mathieu Flonneau:
“Para ciertos sectores de la población el coche eléctrico carecía de virilidad. No era lo suficientemente potente, era demasiado silencioso y por encima de todo, era muy apreciado por las mujeres. En una sociedad machista como la de la época, el motor térmico con sus ruidos y sus escapes humeantes se veía como algo más impresionante y exclusivo. De hecho, su complejidad mecánica hacía que las mujeres quedarán excluidas en las tareas de reparación y convertía al motor de combustión en un objeto decididamente masculino.”
A pesar de sus innegables cualidades, el coche eléctrico se vio condenado al ostracismo en Europa. En los Estados Unidos aún tuvo algunos años más de vida, ya que allí la tercera parte de los vehículos que rodaban en 1912 por las carreteras estatales eran eléctricos. Sin embargo, la llegada al mercado del Ford Model T en 1908 marcó un punto de inflexión y ese punto fue el principio del fin del coche eléctrico.
Aunque el coche eléctrico se mantuvo a la sombra del coche con motor térmico durante buena parte del siglo XX, su desarrollo permaneció activo y se le seguía tratando como un alternativa fiable cuyo potencial no se había desarrollado al máximo. “Su historia apenas había alcanzado sus primeras etapas, en las que ya había alcanzado acontecimientos importantes”, destaca Mathieu Flonneau. Por lo tanto, “el coche eléctrico aún podía sobrevivir y volvería a ser el centro de atención, sobre todo durante épocas difíciles. Las guerras y las diferentes crisis del petróleo fueron buenas oportunidades para reanudad la investigación en la energía eléctrica”.
El primer reflote de la investigación de las tecnologías eléctricas llegó en la década de 1920 en Francia, donde se había construido una importante red de abastecimiento eléctrico y las autoridades buscaban la forma de minimizar su dependencia del petróleo. Mientras que los tranvías, la red subterránea del metro y los trolebuses revolucionaban el transporte público, se empezó a replantear la estrategia de convertir los coches de la época a coches eléctricos.
En este contexto, se creó en 1925 la Société des Véhicules Electriques (Sociedad de Vehículos Eléctricos) y se empezaron a fabricar camiones y carros de carga con compañías especializadas en el sector como Sovel o Vetra, llegando a la producción de varios miles de vehículos. Con esto, se estableció en Europa y Estados Unidos un nuevo nicho de mercado en torno al vehículo comercial eléctrico. En 1927 ya había alrededor de 6.000 camiones y furgonetas eléctricas en las carreteras del estado de Nueva York. Pese a todo, esta nueva tendencia no llegó al coche para particulares, que se mantenía con el motor de combustión interna.
Durante la Segunda Guerra Mundial llegó la escasez de petróleo a Francia y era necesario buscarle un sustituto. Una vez más se pensó en la electricidad como una fuente de energía para los coches. Fue una época de economías provisionales y de transformación de los vehículos existentes. Varios fabricantes de primer orden estuvieron experimentado con estos factores: Renault con Renault Juvaquatre, Peugeot con el Peugeot 202 y Mildé-Krieger con el La Licorne.
Probablemente, el modelo que más prosperó fue el C.G.E. Tudor, desarrollado por el ingeniero Jean-Albert Grégoire. Se construyeron alrededor de 200 unidades y tenía una autonomía de unos 100 km. Durante la ocupación de Francia se vivió la aparición de los primeros utilitarios eléctricos, en particular los construidos por Jean-Pierre Faure. Sin embargo, los problemas de suministro de ciertos materiales necesarios para la construcción de las baterías, como el cobre o el plomo y el decreto de 1942 que prohibía la electrificación de vehículos llevaron de nuevo al traste las investigaciones y el desarrollo del coche eléctrico. Durante este periodo se siguió investigando y desarrollando el coche eléctrico para volver a empezar de nuevo.
Durante la época dorada de Francia (1944 a 1975), los coches para particulares se convirtieron en un producto de consumo masivo. El progreso de la industria del automóvil tuvo un gran auge en la sociedad, todo volvía a ser posible, incluso el coche eléctrico. La energía nuclear y las células de combustible devolvieron la esperanza a los investigadores e inspiraron prototipos tan futuristas como el Simca Fulgur o el Ford Nucleon.
Pero este periodo tan efervescente también suscitaba temores. “La imagen del coche comenzó a cambiar en la conciencia colectiva. Durante muchos años fue un símbolo de libertad y poder, pero empezó a asociarse frecuentemente con palabras como peligroso, contaminante y violente”, señala el historiador Pascal Griset en su libro “L’Odyssée du transport électrique” (La Odisea del transporte eléctrico). La urbanización de ciudades favoreciendo el uso del coche particular y los primeros atascos llevaron a reconsiderar el modelo de desarrollo del automóvil.
Los fabricantes volvieron a investigar las virtudes de la energía eléctrica, que siempre había sido reconocida por sus cualidades en un entorno urbano. Renault desarrolló en 1959 en Estados Unidos un Renault Dauphine
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