La manipulación de los medios en el Tercer Reich
mirawpecqApuntes30 de Octubre de 2025
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LECTURA 27
LA MANIPULACIÓN DE LOS MEDIOS
II SEMESTRE
AÑO: 1er. PDIB PROFESORES: Pamela Olano de Cieza – Carlos Mellado
Hernández, J. (2010). El Reich de los Mil Años. La esfera de los libros
Si bajo el Tercer Reich la libertad no vivió una de sus horas más gloriosas, lo mismo sucedió con la prensa, tan ligada a ese irrenunciable concepto. Durante la Alemania nazi la prensa fue sometida por completo al dictado de sus gobernantes. En muy poco tiempo, los periódicos se convirtieron en una eficaz herramienta de manipulación.
Hitler contemplaba las disputas promovidas por los periódicos de las democracias como un desperdicio imperdonable de un recurso nacional muy importante. Sabía que la prensa se podía convertir en un instrumento muy poderoso para la política nacional. Así pues, en cuanto los nazis llegaron al poder, iniciaron un proceso rápido e implacable para controlar cualquier información escrita que se publicase en Alemania.
Para que el partido nazi tuviera el monopolio casi absoluto de la prensa, Hitler se sirvió de la editorial de Franz Eher, que el partido había comprado en 1920. Por aquel entonces, la editorial publicaba un periódico de Múnich lleno de deudas, el Volkischer Beobachter (El Observador Popular), que apenas contaba con unos siete mil suscriptores. Hitler había nombrado a Max Amann, su sargento mayor en la Primera Guerra Mundial, director de la Eher Verlag en abril de 1922, tras lo cual las ventas del periódico empezaron a subir.
Desde entonces, la prensa nacional socialista fue aumentando progresivamente su presencia, lo que le llevaría en 1932 a contar con 59 cabeceras distribuidas por todo el país, con una tirada total de casi 800.000 ejemplares. Tal sería la base, sólida pero insuficiente, con la que contaría Hitler cuando alcanzó la Cancillería.
En 1932, Alemania contaba con una cultura periodística rica y variada, con casi tres mil quinientos periódicos y más de diez mil revistas y publicaciones diversas. Debido a la tardía unificación alemana, no existían diarios de referencia para todo el país, como sí sucedía en cambio en Gran Bretaña, por lo que la mayoría estaban muy ligados a una región o ciudad. Incluso cada barrio contaba con las denominadas «hojas de distrito». Eso demostraba que en Alemania existía una gran riqueza periodística, pero la llegada del nazismo cambiaría radicalmente ese panorama.
El control de la prensa
Goebbels, como antiguo periodista, se tomó un interés especial por la prensa desde su puesto de máximo responsable del Ministerio de Propaganda. Sin que sirviese de precedente, el mendaz Goebbels no engañó a nadie cuando explicó el concepto que tenía de la prensa; en su primera rueda de prensa como máximo responsable de los medios de comunicación escritos aseguró que el objetivo de la prensa era que la gente «piense de manera uniforme, reaccione de manera uniforme y se ponga en cuerpo y alma a disposición del gobierno». Goebbels subrayó en otra ocasión: «Rechazo la opinión de que en Alemania haya una prensa católica y otra protestante, o de que haya una prensa obrera, o de campesinos, o de la ciudad, o del proletariado. La única prensa que existe es la alemana».
Un año después de la toma del poder, el partido nazi controlaba ochenta y seis periódicos que sumaban un total de 3.200.000 lectores. La razón de esta espectacular expansión había que buscarla en la destrucción sistemática de la prensa independiente que había llevado a cabo el gobierno.
Tras la promulgación de la Ley de Prensa del Reich del 4 de octubre de 1933, se cerraron 120 imprentas socialistas y comunistas, que se vendieron después al partido a unos precios irrisorios. Otra víctima fue la editorial Ullstein, propiedad de unos empresarios judíos, y que publicaba varios periódicos liberales de gran prestigio, como el histórico Vossische Zeitung, que había sido fundado en 1704. En virtud del decreto de «arianización», sus propietarios se vieron forzados a vender la empresa a una sociedad tapadera de Amann por la décima parte de los 70 millones de marcos en que estaba valorada, pero ni esa cantidad le fue abonada a la familia Ullstein, cuyos miembros se acabaron marchando de Alemania únicamente con los diez marcos que les estaba permitido sacar del país. El Vossische Zeitung, comparable por aquel entonces al Times de Londres y al New York Times, tuvo que cerrar después de doscientos treinta años de publicación ininterrumpida.
Con estas maniobras, Max Amann y su Eher Verlag no tardaría en controlar un imperio de más de setecientos periódicos, amparándose en la Cámara de Prensa del Reich, dirigida por él mismo, que regulaba las publicaciones y que era el instrumento idóneo para acabar con cualquier periódico independiente. Amann contaba también con los fondos sindicales confiscados para armar su imperio periodístico. Además, los nazis utilizaron la persuasión, en el mejor de los casos, para que los anunciantes prefiriesen insertar su publicidad en la prensa nazi antes que en la que estaba aún en manos privadas. De este modo, la competencia quedó todavía más debilitada.
El resultado de este proceso de concentración de la prensa alemana en manos nazis fue que, antes de la guerra, la Eher Verlag controlaba directa o indirectamente ocho de cada diez cabeceras. El porcentaje restante se encontraba atomizado en 625 periódicos de titularidad privada, sin que ninguno tuviera relevancia para medirse con los diarios gestionados por los nazis.
Uno de los grandes beneficiados de las enormes ganancias de la Eher Verlag fue el propio Goebbels. En 1936 recibió un anticipo de esta editorial de un cuarto de millón de marcos (unos dos millones y medio de euros). A partir de ese año, y de manera vitalicia, se estipuló un pago anual de 100.000 marcos (un millón de euros) en concepto de retribución anticipada por la futura publicación de sus diarios, lo que debía ocurrir veinticinco años después de su muerte, en lo que probablemente haya sido el acuerdo editorial más beneficioso para un autor que nunca se haya firmado.
Por si este control de las empresas periodísticas no fuera suficiente, la Ley de Editores aprobada en 1933 establecía la responsabilidad civil y penal de los directores de los periódicos sobre lo que se publicaba en ellos. De este modo, los directores debían convertirse en censores, si no querían acabar en la cárcel por algún exceso cometido por un redactor.
Además, se ideó un sistema para que todo aquel que ejerciese labores de periodista estuviera también sometido a los dictados de los nazis. Así, se creó la Asociación de la Prensa Alemana del Reich, presidida por el periodista y jefe de prensa nazi Otto Dietrich. Todos los periodistas alemanes debían estar inscritos en esta asociación, pero antes de obtener la credencial que les permitiese iniciar su trabajo debían superar una exhaustiva revisión racial y política, lo que hacía imposible que los periodistas marxistas o judíos pudieran ejercer la profesión. Evidentemente, pese a la parafernalia que ofrecía la asociación en forma de estatus profesional, código ético y asesoramiento legal, ese organismo no era más que un instrumento del régimen para aherrojar a la profesión periodística. Además, los servicios de teletipo de agencia existentes en Alemania hasta la llegada de los nazis al poder fueron sustituidos por uno estatal, ayudando así también a definir el contenido de las noticias.
El control y la manipulación de la prensa llegó también a las revistas ilustradas, que tenían amplio eco entre el público femenino. Allí, entre fotografías de estrellas de cine, cantantes y otros personajes populares, se incluían reportajes sobre Hitler, en los que el Führer aparecía sonriente y relajado, ya fuera rodeado de niños o dando de comer a un dócil cervatillo. En las páginas de esas revistas, además de trucos y consejos para la vida hogareña; las lectoras podían encontrar también despliegues fotográficos sobre la vida en los campos de concentración, ofreciendo una visión idílica en la que los internos almorzaban copiosamente, practicaban deporte o leían en la biblioteca.
La prensa crítica
Aunque resulta poco apropiado y hasta exagerado hablar de una prensa crítica bajo el Tercer Reich, es cierto que el régimen mantuvo vivos algunos periódicos de tradición liberal, conservando el personal que tenían antes de la llegada de los nazis al poder. Goebbels, como genio de la propaganda que era, sabía que la repetición de las mismas noticias en todos los diarios provocaba una rebaja del interés y, por tanto, una disminución del efecto buscado; así, Goebbels estableció lo que dio en llamar «uniformidad de principios y polimorfismo en los matices», lo que significaba que se permitiría a algunos diarios ofrecer enfoques variados de la misma información para dar la falsa impresión de que existían distintas sensibilidades en el panorama periodístico.
Como muestra de esa fingida pluralidad, sobrevivieron dos cabeceras conservadoras, el Frankfurter Zeitung y el Berliner Tageblatt. De cara al extranjero, ambos diarios, pero especialmente el primero, otorgaban una cierta pátina de credibilidad a la prensa germana, en contraste con la simpleza y brutalidad que presentaban los periódicos declaradamente nazis. Igualmente, a la prensa católica también se le permitió sobrevivir, aunque acabaría cayendo en manos de la voraz Eher Verlag en 1935.
Para el público interno más exigente, esos diarios liberales presentaban las mismas argumentaciones que las publicaciones nazis, pero con una prosa más elaborada y un propósito de no agredir en exceso la inteligencia del lector. Pero lo más buscado en estos periódicos eran los comentarios críticos con la dictadura, que debían realizarse forzosamente en clave, lo que requería de un cierto nivel de complicidad. En las páginas dedicadas a la información política, las metáforas empleadas por los redactores eran tan rebuscadas, en ocasiones, que era muy difícil saber exactamente lo que el autor había querido decir, incluso para los lectores más sagaces, pero eso importaba poco; la mera intención de desafiar a la dictadura, aunque fuera de una forma tan sutil, ya era suficiente.
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