Las Clases Sociales De Los Vikingos
dantinkill1 de Febrero de 2012
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La familia, en un sentido amplio, es la célula base de esta sociedad. Incluye, además de los consanguíneos, a los amigos cercanos, a los hermanos jurados, parientes adoptivos, pobres a cargo de la casa, etc. Al menos una cincuentena de personas, dado que nos hallamos en colectividades muy reducidas, dependen todas, en grados diversos, del jefe de familia y su mujer.
Según un poema de la Edda, la Rigsthula, que justificaría la tripartición de la sociedad en esclavos, hombres libres y los jarls o reyes, se considera que los vikingos se organizaban en efecto en tres grandes clases o capas sociales bien diferenciadas. Y en muchos pasajes de sagas, se evidencian tales puntos de vista. Pero parece ser que el estrato de los esclavos, es el que plantea mayores problemas. Aunque no son desconocidos en el Norte, no se corresponden con la idea que solemos hacernos de ellos. Antes de la era vikinga, nada nos permitía afirmar que la sociedad escandinava haya conocido una clase que no gozara de libertad. A continuación, tras los primeros golpes de pillaje, tanto de hombres como de ganado o bienes, es muy factible que los vikingos tuvieran esclavos. Por otro lado, necesitaron muy poco tiempo para descubrir que esa era una de las mercancías más apreciadas en el mundo de su época. El tráfico de esclavos se convirtió muy pronto en la actividad fundamental de estos comerciantes perfectamente enterados de las leyes del mercado europeo o asiático.
Por lo demás, en contacto constante como estuvieron, mucho antes del fenómeno vikingo propiamente dicho, con el mundo europeo, no podían ignorar la existencia de esta categoría humana. Por eso, su establecimiento en Hedeby (Dinamarca, antiguo Haithabu) sería uno de los grandes centros de ese tráfico, equiparable en ese sentido a Bizancio. Incluso parece establecido que la ruta del Este, uno de los principales itinerarios de aquellos navegantes, enlazaba precisamente Hedeby con Bizancio por el sur del Báltico, el complejo de ríos y lagos rusos a partir del fondo del golfo de Riga, hasta la ciudad imperial, atravesando el mar Negro.
Que hayan llevado a su país a algunos de sus cautivos, que los hayan asociado a la vida de su granja, que los hayan tratado con bastante rudeza, todo eso, en suma, está dentro del orden de las cosas, en la época considerada entre los siglos IX y X. Que los autores de las sagas, en el siglo XIII, que no conocían esta costumbre más que de oídas o por sus lecturas clásicas, hayan desarrollado una temática a su costa tan convencional que parece completamente excesiva y dependiente de los tópicos literarios a los que estos autores son tan aficionados, como la cobardía desvergonzada de los esclavos, venalidad o incurable necedad (La Saga de Snorri el Godi), es algo que se comprende bastante bien. No olvidemos que una saga, por definición, se inspira en esquemas de escritura de historiografía clásica y narración medieval, una y otra en latín, una y otra familiarizadas con la noción de esclavo como un ser inferior y sin otro valor que el de mercancía. Los islandeses que redactaron estos textos querían más o menos conscientemente, a imitación de lo que hacía respecto de su propio país el rey Hakon Hakonarsson de Noruega, presumir de tener unas costumbres y una concepción del mundo aristocráticas. Se comprende que hayan desarrollado con predilección el tema de la esclavitud. Se cree tener fundamentos para decir que la noción, así considerada en una acepción corriente, no coincide con lo que podemos saber de la psicología de los antiguos escandinavos. Los valores que adoptaban y que ilustran toda su historia se oponían a ese desprecio de la persona humana. Una misma actitud se refleja, de alguna manera, en el hecho de que si bien mataban sin problemas, no torturaban a sus prisioneros o víctimas. Un esclavo, que puede ser un individuo capturado en una expedición, o tomado de otro país escandinavo, se liberaba, fuera comprándosele de nuevo, pagando una suma convenida o en virtud de los servicios prestados.
La siguiente clase, es la que está conformada por el vikingo medio, conocido con el nombre de bóndi. Prácticamente es el campesino-pescador-propietario libre del que hablan todos los textos. No existe solo, si no que se define en el interior de su familia, como lo denota la elección de su nombre, que no se deja nunca al azar. Puede aliterar con el del padre o reproducir una parte del de uno de sus padres, o también, si es el primogénito, retomar el nombre de un antepasado célebre. Recordemos que el nombre de familia, no existe; se es hijo o hija de su padre (Egil Olavsson o Astrid Olavsdottir), costumbre que aún perdura en Islandia.
Por otra parte, el bondi debe mostrarse capaz, legalmente, de recapitular su linaje en varias generaciones. Por otra parte, la idea de “malcasarse”, de contraer matrimonio con una mujer de rango inferior al suyo, con la que, por tanto habría una diferencia entre familias, no se le ocurriría normalmente. El bondi es cierta categoría social que no se expresa claramente en términos de fortuna, sino que quizás también, incluso a veces mucho más, puede basarse en términos de antigüedad como estirpe.
Que sea libre en cuanto a su persona es algo evidente, lo mismo que le sea lícito alquilarse en otra casa, hacerse aparcero o colono. Pero no está sometido ni es sojuzgado por ello. Una vez más, es sobre todo su libertad de palabra lo que le caracteriza. En las asambleas públicas o Thing, tiene derecho a dar su opinión sin que legalmente se le pueda impedir hacerlo. Tiene derecho a sostener una acción en justicia. Por lo general es un buen conocedor del procedimiento y de las leyes y, en caso de sufrir una ofensa, está capacitado para exigir compensación plena, ya que la legislación, que no conoce por así decirlo, la pena de muerte, prevé reparación de todo tipo en caso de trasgresión.
El bondi es un hombre para todo, susceptible de todas las prestaciones que se puedan esperar de un hombre completo: es granjero, pescador, artesano, herrero, tejedor, pero también jurista, ejecutante de los ritos religiosos del culto privado, poeta, así como un participante habilidoso de diversos juegos y un comerciante de gran calidad, diestro para contar, valorar, vender o hipotecar.
Llegado el momento, es él quien se embarca en su skeid y va en expedición de vikingo. Por lo tanto, también es un navegante de calidad, probablemente más o menos versado en astronomía y, en cualquier caso, un marino de primer orden. Es esta tal vez su mayor cualidad, pues es sorprendente lo que es capaz de hacer al timón de su barco. Evidentemente, es capaz de prestaciones guerreras, tanto en su país como fuera de él. Pero es ante todo, un brillante comerciante y negociar ha sido su ocupación principal. Vende su grano y sus cerdos si es danés, su hierro y sus pieles si es sueco, su esteatita y su madera si es noruego, su vadmál (un tipo de paño de lana muy resistente y especial) y pescado seco si es islandés.
Las expediciones vikingas solían ser una especie de viajes de comercio, en el curso de las cuales, podía suceder que las preocupaciones marciales prevalecieran sobre las mercantiles. La primera preocupación que tenían era la de ganar riquezas y renombre y a ese fin se destinaban las expediciones. En definitiva, no hay un sector en el que el bondi no sea capaz de ejercitarse. Ni siquiera en el ámbito artístico, pues se prestaban en la largas noches de invierno a todo tipo de trabajos pequeños de orden decorativo u ornamental.
Entre esta clase social, es evidente que había distintos tipos. Las sagas hablan de “storboendr”, grandes bondis y “smaboendr” o pequeños bondis. Los grandes son clasificados así porque pertenecen a una familia antigua y conocida, lo que le confiere ciertas prerrogativas probablemente no inscritas en los textos, pero tanto más evidentes cuanto que exigen menos comentarios. Están implantados en un lugar ancestral, incluso inmemorial, lo que hace que con frecuencia se les designen con relación a ellos y legitimam así sus derechos alodiales, que serán un precedente que desatará grandes discordias, porque, sobre todo, son hombres ricos. Sin ser absolutamente determinantes o decisivos, los valores materiales desempeñaban en este mundo un papel incuestionable. Había que tener bienes para pagar un barco, por ejemplo. Esto entrañaba gastos tan considerables que, con frecuencia, se asociaban para este tipo de adquisición varios. Por vikingo entendemos aquel que manda y posee, totalmente o en parte, un knörr o un langskip, y no podría ser en ningún caso, un menesteroso. Que se vaya a recorrer los mares para adquirir riquezas, como dicen tantas inscripciones rúnicas, no significa que se hable de un hombre pobre. Quizás no sea lo bastante rico, o pretenda aumentar su fortuna para apuntalar su reputación, ganar renombre, según los mismos testimonios.
Es entre estos grandes boendr, entre los que se escogieron los reyes y jefes. Es aquí donde surge la clase gobernante, aunque no se ajusta a la idea que estamos acostumbrados a hacernos de tal condición social. El rey “konungr” o reyes, “konungar” eran escogidos o elegidos por los grandes boendr, en el interior de algunas familias (kyn, de ahí deriva la palabra konungr), sin que se sepa hoy día cuáles eran los criterios que decidían esta preferencia. Su consagración consistía en hacerlos subir a una piedra sagrada, después, hacerlos recorrer un itinerario dado, que ellos “santificaban” mediante su presencia y donde se hacían reconocer como tales por los thing locales.
Se daba por supuesto que si, por una u otra razón, un rey no daba satisfacción, era destituido (literalmente
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