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Los Dos Primeros Concilios Ecuménicos Y La Formación De La Ortodoxia Cristiana

ruthfer8324 de Octubre de 2011

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HISTORIA MEDIEVAL

Los dos primeros Concilios Ecuménicos y la formación de la ortodoxia cristiana.

Los dos primeros Concilios Ecuménicos y la formación de la ortodoxia cristiana.

“La herejía es asunto de humana temeridad, y no puesto de la divina autoridad: cuando viene, siempre pretende enmendar los Evangelios” (Tertuliano)

a) Antecedentes

La religión cristiana fue el cimiento primordial para la formación de la nueva sociedad medieval. A pesar de la crítica que siempre ha recibido, como oscurantista y retrógrada, en realidad logró cuando la caída del antiguo Imperio romano y el nacimiento de la Edad Media, unir los fragmentos de la cultura anterior y mantener integrado el nuevo sistema que se estaba formando. Por ello es importante conocer la formación misma de esta institución. Hallar las raíces que la crearon, ya sean aquellas que siempre la expresaron, es decir, las que siempre formaron parte de la ortodoxia; así como aquellas que por contravenir los dogmas, promovieron intentos de explicar la razón y las bases mismas de la fe. Así, al ser realizados, sentaron las bases del dogma cristiano, y también la gestación, en algunos casos, de nuevas herejías y disputas doctrinales. Pero, ¿de qué manera se originaron estas reuniones de las cuales surgió la doctrina cristiana y qué tipo de movimientos cismáticos los ocasionaron? Demos paso a la explicación de lo que son estas grandes reuniones que conocemos con el nombre de Concilios Ecuménicos: Un concilio es una asamblea compuesta esencialmente de obispos; constituye una forma de gobierno de la Iglesia. En un principio, los obispos se reunían en asambleas suscitadas por problemas concernientes a sus diócesis, pero al expandirse el tamaño del problema, ya no pueden resolverse de manera sencilla. Así pues, los jefes de las Iglesias de una región o una provincia se reúnen para aproximar sus respectivas experiencias. Es así como se asiste primero a la formación de concilios regionales o provinciales. Algunas de estas reuniones rebosan ya el cuadro de la provincia y agrupan al episcopado de todo un país. Las hay que incorporan a los obispos de casi toda una parte, ya sea occidental u oriental del Imperio. Sin embargo, la necesidad de una mejor organización de preceptos y dogmas que atañen a toda la Iglesia, sugirió la formación de reuniones donde el número de componentes y su origen fuese más universal. Así pues, se crearon estas asambleas que conocemos como concilios ecuménicos. Mas el definir en qué consiste un concilio ecuménico, no es nada sencillo y mucho menos determinar que sínodos pueden ser considerados de esta forma o no. Primero, debe ser una asamblea convocada por el Papa, que reúne a los obispos y otros prelados que representan a la Iglesia católica universal. Si utilizáramos este criterio, pocos serían los concilios de la antigüedad que podríamos catalogar de ecuménicos, ya que muchos de ellos fueron convocados por los emperadores. Por tanto, no nos sirve de criterio para determinar el ecumenismo. Tampoco nos sirve la universalidad de la representación, pues hubo concilios catalogados como ecuménicos, donde la confluencia fue menor que en algunos provinciales. Además, en algunos sólo hubo representantes de la región oriental o viceversa. El ecumenismo del que tanto se habla en torno a los concilios del pasado, es, como puede verse, una noción muy vaga. El primer testimonio conocido de atribución del título de ecuménico a un sínodo, es el de una carta que los obispos reunidos en Constantinopla enviaron, en 382, al papa Dámaso. En dicha carta, los obispos orientales dan ese título al concilio que se había celebrado en Constantinopla el año anterior, y que más tarde obtendría el segundo puesto en la lista de concilios ecuménicos. Con lo anteriormente expuesto y ajustándonos a la lista tradicional, hablaremos de los dos primeros concilios denominados ecuménicos, que por ser los primeros en donde intervinieron gran cantidad de obispos de diversas regiones, dieron paso a la formación de dogmas significativos para la historia de la ortodoxia cristiana. Oriente, cuna del cristianismo, será llamado a explicar los fundamentos de la nueva fe, la que sus predicadores propagan hasta las fronteras más remotas del imperio. La persona de Cristo ofrece a los espíritus cultivados de la época, amplio tema de reflexión; pero cuanto más se esfuerzan por comprender las líneas básicas de la nueva religión, más dificultades surgen. Jesús de Nazareth se presenta, a la vez, como Dios y como hombre ante los ojos del lector de los evangelios. El problema surge de inmediato, el cómo armonizar la afirmación de un Dios único y conciliar los dos elementos, el humano y el divino en una misma persona. Los estudiosos convertidos al cristianismo, acostumbrados a la sutileza de la filosofía griega, intentarán traducir los elementos de su fe a un lenguaje racional. Hecho nada fácil, surgirán las divergencias en torna a la manera de trasladar en términos filosóficos el contenido doctrinal del evangelio. Pero, estos problemas formarían parte de un reducido círculo, convirtiéndose algunos de ellos en sectas disidentes, manteniéndose la gran masa insensible a sus ideas. Así, no fueron motivo de preocupación para la Iglesia.

En los albores del siglo IV el panorama cambia. Los debates doctrinales se plantean ante el pueblo, al que intenta hacer interesar en los delicados problemas teológicos, presentándolos bajo fórmulas simplificadas. Surgen las pasiones y se forman bandos y partidos; lo personal prevalece sobre los problemas doctrinales. La unidad de la Iglesia se ve gravemente amenazada; sus divisiones internas ponen en peligro la paz social. Estas circunstancias explican el carácter de estos concilios ecuménicos; serán ante todo doctrinales. Las cuestiones disciplinarias no fueron el motivo de dichos concilios. Creados para solucionar las discrepancias doctrinales, factores de división, los concilios interesaban a la autoridad civil. Por ello, los emperadores creyeron su obligación, intervenir y poner su poder a disposición de la Iglesia para ayudarla a recobrar su unidad. De ahí que dichos concilios estén marcados por la injerencia imperial. Ahora bien, el origen de estas rupturas doctrinales o herejías se dieron desde el principio del cristianismo. Existe un pasaje de San Pablo en Corintios (11, 19) en el que menciona que es necesario que existan bandos, para que de ellos salgan quien tenga verdadera virtud. Es más, muchas da las epístolas de los apóstoles, son contestaciones a nuevas formas de seguir el incipiente cristianismo. Sin embargo, es con Irineo de Lyon, a finales del siglo II, cuando se impone la idea de que la Iglesia había sido una en sus orígenes, pero que las herejías, consideradas ya como errores doctrinales, habían introducido la discordia. La ortodoxia era la recta opinión ante las perversiones heréticas, como cuerpo doctrinal del que los apóstoles habían sido depositarios y que los obispos, sus sucesores, trataban de mantener. El Papa sería el encargado por excelencia. Ahora bien, la palabra herejía, etimológicamente no contiene un sentido peyorativo, pues en griego, haeresis significa opinión, opción espiritual libremente elegida. Aunque si la vemos como una dislocación de alguna construcción completa, mediante la introducción de una negación de sus partes esenciales, entonces sí puede ser fuente de destrucción de su origen. Mas la herejía deja en pie parte de la estructura de aquello que ataca. No niega por completo el sistema en su totalidad de donde surge. Por ello, atrae a los creyentes y afecta sus vidas, apartándolas de sus características primitivas. Por eso se dice que sobreviven por aquellas verdades que conservan. De esta forma, las herejías afectan vitalmente a la sociedad que penetra. Es realmente esa situación la que combate la ortodoxia. No es el conservadurismo, es la percepción de que la herejía originará una forma de vida y un carácter social contrario y dañino a la forma de vida y al carácter social originado por el viejo sistema ortodoxo. Ese es el interés histórico de la herejía. El hecho es que la doctrina y su negación, forma la naturaleza de los hombres y que las naturalezas así formadas

determinan el futuro de la sociedad constituida por esos hombres. Todo lo anteriormente dicho, nos lleva a observar que nuestra cultura fue hecha por una religión. Sus modificaciones o desviaciones de las normas que impone, afectan necesariamente la civilización en su conjunto. Con esta visión estructuralista de las herejías, podemos introducirnos a los cambios ideológicos presentes en el periodo que estamos estudiando, el periodo que va del 325 al 382, aproximadamente, es decir, el transcurso de tiempo entre el primer y segundo concilio ecuménico y como esta época, creó las bases para la formación del Credo Niceno-constantinopolitano y lo que surgió con él.

b) El Arrianismo

“El Hijo no siempre ha existido (...), el mismo Logos de Dios ha sido creado de la nada, y hubo un tiempo en que no existía; no existía antes de ser hecho, y también El tuvo comienzo. El Logos no es verdadero Dios”. (Arrio)

El cristianismo, que tuvo su campo de expansión inicial en la sociedad helenística, alimentó desde fecha temprana distintas escuelas doctrinales. El más elevado nivel cultural de la cuenca oriental del Mediterráneo -matriz del imperio bizantino- y su consiguiente mayor proclividad

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