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Los Orígenes Institucionales De México Y Los Estados Unidos: Dos Historias Distintas


Enviado por   •  20 de Octubre de 2013  •  4.195 Palabras (17 Páginas)  •  480 Visitas

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Los orígenes institucionales de México y los Estados Unidos: dos historias distintas

La instituciones, en tanto que reglas de las sociedades, son productos históricos. Todo eso que llamamos cultura ⎯en el sentido antropológico del término⎯, las prácticas repetidas y aceptadas, las leyes y la manera en las que éstas se cumplen, constituyen el mundo institucional de las sociedades. Y se heredan, pasan de generación en generación y marcan patrones arraigados difíciles de modificar por la simple acción voluntaria.

De ahí que sociedades distintas tengan desarrollos diversos, aunque formalmente hayan adoptado reglas formales iguales. Las maneras de entender y hacer las cosas de cada sociedad depende menos de las leyes positivas que de las prácticas culturales ancestrales. Así se explica que dos países, los Estados Unidos y México, originados a partir de dos colonias europeas que se independizaron con pocos años de diferencia y que adoptaron un modelo constitucional parecido, hayan tenido resultados tan distintos. A doscientos años vistas, la historia de un país es de éxito, mientras la del otro es de fracaso y mediocridad. De las razones de la diferencia y de lo intrincad o de las relaciones entre esas dos culturas tratan las siguientes páginas

Para usar un término de sociología pop, la historia institucional de México tiene muchos memes heredados de la cultura española y de la manera en la que la Corona construyó su dominio a lo largo de tres siglos en la entonces Nueva España. Es una historia marcada por la persistencia de un conjunto de prácticas informales y relaciones de poder personales que son consecuencia de un patrón institucional proveniente de la época colonial.

El poder monárquico español se fue construyendo en la Edad Media como una suma de comunidades diferentes, de reinos que conservaban su personalidad. El fundamento imaginario ⎯ideológico⎯ del poder real, la teoría que lo legitimaba, era que el rey ejercía su autoridad por delegación de Dios, pero era el representante de la comunidad —su señor natural—, el servidor de una ley que únicamente la comunidad podía modificar. El dominio real se basaba en pactos diversos, particulares, con las comunidades. La Corona de Aragón ejercía así su dominio cuando pactó con la de Castilla a través del matrimonio de los reyes Fernando e Isabel y ese tipo de acuerdos definió de hecho la organización del imperio español bajo los Reyes Católicos y los Habsburgo (1469-1700).

No resulta extraño, entonces, que la manera a través de la cual la Corona española ejerció su dominio en la Nueva España permitiera la subsistencia de una suma de identidades culturales muy diversas, que se relacionaban con la burocracia colonial a través de una tupida red de personajes que ejercían de intermediarios entre la burocracia virreinal, venida de España y representante del rey, y la enorme variedad de órdenes particulares: repúblicas de indios, comunidades, pueblos mestizos, ayuntamientos o haciendas. Cada una se regía por un estatuto especial y los intermediarios eran los administradores de la compleja maraña de derechos especiales.

El Estado colonial era, desde su constitución, un aparato de mediación. De mediación no entre intereses en competencia, sino entre cuerpos con privilegios particulares, entre potestades eclesiásticas y civiles, entre culturas e identidades distintas. Jerárquico y corporativo, como era, tenía como principio de dominio y de gestión las diferencias.

Fernando Escalante, (1992) Ciudadanos imaginarios

¿Quiénes eran esos traductores del orden colonial a los órdenes particulares? Los caciques indios son el mejor ejemplo y la base de la pirámide de intermediaciones. Eran los indios ladinos ⎯es decir, los que hablan la lengua de la Corona⎯, quienes traducían los sistemas de reglas; su poder se consolida como negociadores de la obediencia de sus pueblos. A su vez, interpretaban en su beneficio los privilegios reales, pues sólo ellos los conocían y administraban. También eran los vendedores del trabajo de las comunidades a las haciendas; por supuesto, ellos negociaban el precio y se quedaban con una buena tajada.

Las órdenes religiosas también constituían un cuerpo de intermediación entre el orden colonial y los pueblos. Esta tarea la cobraban a través de los diezmos traducidos en trabajo en las propiedades de los mayores terratenientes de la época.

Los propietarios privados de las tierras lo eran por privilegio real y sus derechos se normaban por reglas específicas asociadas a su carácter de terratenientes, como los títulos nobiliarios y los fueros derivados de ellos. Esta variedad de órdenes, abigarrada como era, necesitaba del trabajo de operadores políticos, de intermediarios, que negociaban constantemente las relaciones entre todos los órdenes de la sociedad y de cada uno con la burocracia virreinal.

Jefes indios, caciques, frailes y curas, jefes políticos de los pueblos mestizos, patriarcas comunitarios, hacendados, todos ellos constituían una red de personal político heterogéneo, sin cohesión entre sí, poseedora de repertorios estratégicos para resolver relaciones específicas y defender derechos particulares en negociación permanente con la Corona por el dominio correspondiente, por los derechos de propiedad.

Pero esa era sólo una faceta del entramado institucional novohispano. Otra la constituía el orden central colonial asociado a los privilegios comerciales y que era administrado por la burocracia real. Si la tradición de pacto entre comunidades diversas le viene a México de Aragón, la burocracia vendedora de privilegios le viene de Castilla.

Desde los tiempos de Alfonso X (1252-1284) ⎯sabio no sólo por jugar bien ajedrez, componer cantigas y escribir versos en gallego-portugués, sino también por saber bastante de eso de cobrar impuestos⎯, el reino de Castilla había desarrollado el sistema de otorgar privilegios reales a cambio de una fuente fija y permanente de ingresos. El beneficiario del privilegio usaba su derecho con exclusividad y de acuerdo a sus propias reglas. Todo empezó, allá en la segunda mitad del siglo XIII, con la concesión del monopolio para utilizar las cañadas reales ⎯los pasos para llevar a las ovejas, según la estación, de las tierras bajas a las altas⎯ a la Mesta de Pastores. Sólo esa cofradía gremial podía usar esos caminos y por ello le pagaban una buena suma anual al monarca. El que no pertenecía a la Mesta no podía tener grandes rebaños, pues no tendría dónde alimentarlos. Era la época del nacimiento de la industria textil en Flandes y la lana era el principal producto de exportación de España, así que la Mesta se hizo muy rica sin competencia y el monarca

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