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Migraciones Internacionales En América Latina Y El Caribe: Oportunidades, Desafíos Y Dilemas

Winche3 de Junio de 2013

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En años recientes, el tema de las migraciones internacionales y las remesas de los migrantes ha venido a

ocupar un lugar de preeminencia en la agenda de política pública en América Latina y el Caribe. A pesar

de las variadas restricciones a la inmigración en países receptores, la región latinoamericana es un

"exportador neto" de trabajadores, profesionales y empresarios a países desarrollados; además, hay

flujos migratorios cada vez mayores entre diferentes países de la región, con distintos niveles de ingreso,

de oportunidades y de grado de desarrollo económico. Actualmente, hay cerca de 26 millones de

latinoamericanos viviendo fuera de sus países de origen. De éstos, 22.5 millones se encuentran en países

fuera de la región (migración sur-norte) y alrededor de 3.5 millones viven en otros países

latinoamericanos (migración sur-sur).

Históricamente, América Latina no siempre ha sido un exportador neto de personas al resto del mundo.

Entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo xx, varios países de América Latina

(principalmente Argentina, así como Uruguay, Brasil, Chile, Venezuela y México) fueron un imán para

los migrantes de otras partes del mundo y, sobre todo, para personas provenientes del sur de Europa,

principalmente españoles e italianos, amén de aquellos provenientes del este y del norte de Europa.

Entonces, el movimiento de personas se complementaba con los flujos de capital hacia la región, e

Inglaterra era la fuente más importante de recursos financieros externos. Así, capital y trabajo se movían

del norte al sur.

Esta realidad contrasta con las últimas décadas del siglo XX e inicios del siglo XXI en varios países de

América Latina (incluida, por cierto, Argentina), período en el que la conjunción de crisis económicas

recurrentes, la inestabilidad política y la reversión de las brechas de desarrollo que alguna vez fueron

favorables para algunos países de Latinoamérica hacían que las personas y el capital intentaran dejar la

región. Sin embargo, desde 2003, la región ha acelerado su ritmo de crecimiento económico --

impulsado, en parte, por los altos precios de los productos básicos y de los bienes agrícolas primarios -- ,

lo que puede moderar, si se mantiene esta tendencia, los incentivos para emigrar. Lo anterior depende,

en gran medida, de que la región pueda embarcarse en una senda de desarrollo sostenido que cree

buenas oportunidades para todos sus ciudadanos, invirtiendo los excedentes de la bonanza económica

actual en la formación y en la modernización de su capital humano y de su capital físico, así como en la

renovación de las instituciones y la reducción de la pobreza y de la desigualdad para enfrentar los nuevos

desafíos del desarrollo, la competitividad y la globalización.

La aceleración de la migración internacional desde América Latina observada en los últimos 25 años --

un fenómeno también global en el mismo período -- coincide con un ritmo de crecimiento económico de

la región apenas moderado y claramente volátil. Como consecuencia de esto, muchos países vieron

aumentar sus brechas de desarrollo. En algunos países, sin embargo, éstas se redujeron, como en el caso

de Chile, que experimentó una aceleración más sostenida del crecimiento económico en este período.

Las brechas de desarrollo, las oportunidades económicas y las diferencias de salarios reales entre

distintos países crean poderosos incentivos para la migración internacional, tanto del sur al norte (en

este caso, por la diferencia entre el ingreso promedio por habitante de la región y el de países como

Estados Unidos, España, Canadá y otros que son destinos preferentes para los emigrantes

latinoamericanos) como dentro del mismo sur, aunque en estos flujos también influye la cercanía

geográfica (las fronteras comunes), cultural y lingüística entre el país de origen y el de destino.

La situación social de América Latina también crea incentivos para que las personas emigren en busca de

mejores ingresos y oportunidades laborales en el extranjero. En efecto, la proporción de personas bajo la

línea de pobreza es cercana al 37% de la población total (más de 200 millones de personas). Además, la región latinoamericana sigue siendo un continente de alta desigualdad en la distribución del ingreso. Un

indicador, como el coeficiente de Gini (va del cero al uno, y mientras más cercano esté al uno implica

más desigualdad), excede el valor de 0.5 en varios países de la región (el promedio de los miembros de la

Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos [OCDE] es cercano a 0.35). En el mercado

laboral, la situación de desempleo crónico, subempleo e informalidad, que históricamente ha

caracterizado a América Latina, no se revirtió en lo fundamental en los últimos 25 años.

Así, en general, la migración latinoamericana refleja una combinación de "presiones de salida" por

condiciones internas de un esquivo desarrollo económico y social en muchas economías de la región, y

de condiciones internacionales más favorables al movimiento de capital, de bienes y de personas en un

mundo más interconectado y con menores costos de información y de transporte. También, las

significativas desigualdades globales (en salarios reales y en niveles de desarrollo) entre los países que se

observan en la actualidad inducen a la migración internacional hacia los países más ricos y prósperos.

A pesar del costo humano de dejar los países de origen por falta de oportunidades económicas y de

enfrentarse a condiciones inicialmente difíciles de tipo migratorio y de inserción en los países de destino,

las migraciones generan varios beneficios: brindan oportunidades de mejoramiento económico para los

inmigrantes y sus familias, lo que ha llevado a un aumento significativo de los flujos de remesas para la

región, que en la actualidad superan los 60 000 millones de dólares anualmente. La migración puede

dar un impulso al capital humano de la región, pues éste se ha vuelto internacionalmente más móvil y

expuesto a otras realidades más competitivas y desarrolladas. De esto se beneficiarán los países de

origen con la inmigración de retorno y el contacto de los migrantes (profesionales, empresarios en el

extranjero, trabajadores) con sus países de origen. Por otra parte, también hay tendencias preocupantes,

como las emigraciones de profesionales, en especial del sector salud, que en el caso de algunas

economías del Caribe alcanza proporciones muy altas. También preocupan las tendencias

antiinmigración en países desarrollados, las que son poco compatibles con un orden económico global

genuinamente abierto y libre.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Durante la "primera ola de la globalización" -- que los historiadores económicos sitúan entre c 1870 y

1913 -- el ingreso per cápita promedio de los países del sur y norte de Europa, la "periferia" de esa región

(Italia, España, Portugal, Noruega y Suecia), era levemente superior al promedio de las principales

economías de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú, Uruguay y Venezuela).

Sin embargo, Argentina, Chile y Uruguay registraban los ingresos por habitante más altos y éstos

superaban, en 1913, a los de Italia, España y Portugal, principales países fuente de inmigrantes a estos

países del sur (Cuadro 1). En contraste, los países más ricos del "nuevo mundo", como Australia, Canadá,

Nueva Zelandia y Estados Unidos, tenían, en 1913, un ingreso por habitante que era más del doble del

ingreso de los habitantes de la periferia europea, lo que naturalmente atrajo a muchos inmigrantes de

esa región hacia los países ricos. Así, la primera ola de la globalización de fines del siglo XIX se

caracterizó no sólo por flujos de comercio y de capital cada vez mayores, sino también por movimientos

masivos de personas entre el "viejo mundo" (Europa) y el "nuevo mundo" (Norteamérica, Sudamérica y

Australia). Es interesante notar que, a mediados del siglo XX, las brechas de ingreso per cápita aún

seguían siendo favorables a países como Argentina, Chile, Uruguay y Venezuela, cuyo ingreso per cápita

excedía al de Italia y España; además, Venezuela, en 1950, tenía un ingreso por habitante superior al de

Suecia (Cuadro 1). Esta situación cambió en la segunda mitad del siglo XX y, en especial, a partir de la

década de 1970, cuando el ingreso per cápita de España y de Italia, principales países de origen de los

inmigrantes europeos que llegaban a Sudamérica, superaba ya al de Argentina, el país más rico de

América Latina. Como consecuencia de lo anterior, los incentivos económicos para emigrar en escalas

significativas desde Europa hacia la región latinoamericana prácticamente desaparecieron. Por el

contrario, España e Italia se convirtieron en prósperas economías integradas al resto de Europa, para

luego transformarse, en las décadas de 1990 y principios de la de

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