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Mundializacion


Enviado por   •  23 de Abril de 2013  •  2.039 Palabras (9 Páginas)  •  280 Visitas

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Cultura y mundialización

Miércoles 2 de agosto de 2006

por Edmond Cros

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Nuestro Congreso nos invita a examinar las relaciones que existen entre la cultura y la mundialización, lo cual a primera vista parece suponer que los contornos de las prácticas culturales están sufriendo, o no pueden dejar de sufrir en adelante, una serie de rectificaciones debidas al impacto del proceso demundialización que se está desarrollando. El cuestionamiento se duplica en la medida en que debemos, primero que todo, tratar de definir las dos nociones o supuestas nociones que son o que serían la cultura y la mundialización antes de precisar sus sentidos y sus significados, doblete corrientemente empleado que sugiere, a mi modo de ver, que el sentido no es el significado, o sea que la significación de un vocablo no es lo que aparenta ser. ¿De qué se trata pues?

Cada uno de nosotros vive rodeado por un universo de vocablos en el que está totalmente y profundamente inmerso. Hemos interiorizado este universo y éste funciona como un velo de mediación que nos permite nombrar y por lo mismo reconocer la realidad o, mejor dicho, lo que creemos que es la realidad. Solemos dar por cierto que este universo semiótico es algo estable y, que digamos, perenne. Dicho de otra forma, actuamos y hablamos de manera no-consciente como si los vocablos que utilizamos en nuestra vida cuotidiana hubieran existido siempre y no cambiaran.

Sin lugar a duda, parte del vocabulario de una lengua se va perdiendo, surgen nuevas expresiones y la lengua se renueva constantemente. Es ésta una primera forma de renovación, la más fácilmente perceptible, que da cuenta de las modificaciones que intervienen en la infraestructura pero dichas modificaciones trastornan la semántica de otra forma mucho más solapada y de manera más radical. Es ésta la que me va a interesar.

En este caso, no cambian los significantes pero el sentido de los significantes sí evomluciona más o menos bruscamente o más o menos solapadamente. Como el Arcipreste de Hita comemos cada día pan pero el pan del Libro de Buen Amor no era exactamente el nuestro. En un ensayo anterior recordé la definición que Covarrubias da del item “trabajo”: “el cuydado y diligencia que ponemos en obrar alguna cosa, especialmente las que son manuales que por eso llamamos trabajadores a los que las exercitan”, definición que nos remite a la vez al campo de la ética y al campo del materialismo dialéctico en la medida en que evoca de manera absolutamente sorprendente el valor de uso que K. Marx opone al valor de cambio. De todas formas, esta definición dista mucho de lo que entendemos por “trabajo” en los días actuales. Supongo que podríamos hacer observaciones similares a propósito de gran parte del vocabulario que estamos manejando. cada día. Es evidente también que el término de “trabajo” no significa lo mismo para el desempleado, el jubilado, el ejecutivo de una empresa multinacional, el obrero, el funcionario, el policía, el deportista, el estudiante, el alumno, el profesor, el político, el abogado, el juez, el clérigo etc. Descartaré de momento estas representaciones generadas por la palabra en los respectivos sujetos transindividuales de un mismo período histórico. Lo que me interesa ahora en efecto es, por una parte, lo que un vocablo significa generalmente en la vida cuotidiana y, por otra, la manera cómo él se inserta en unas formaciones discursivas sucesivas, en la diacronía : qué adjetivos se le adjunta, con qué expresiones se le asocia, en qué práctica semiótica está empleado y en qué ocasiones etc. Esta reconstitución diacrónica de lo que ha significado un vocablo en las diferentes épocas del pasado resulta difícil y por lo mismo discutible por demasiado aproximativa ya que la precisión de esta significación depende de varios factores individuales y colectivos, pero se suele considerar que nos podemos fiar de las acepciones que proponen los diccionarios históricos por lo menos para tener una idea de su sentido.

Más allá de este universo de significantes supuestamente perenne y estable a primera vista, el flujo de la historia no deja nunca de moverse, ocasionando distorsiones entre significantes y significados. Los neologismos no son suficientes ni el renuevo perpetuo de la lengua para colmar estas brechas. Los referentes cambian pero la lengua no puede cambiar constantemente la red de significantes para adaptarse a las rectificaciones que afectan a los referentes. El continente del significante se aleja constantemente del continente del significado a más o menos alta velocidad con arreglo al ritmo del Todo histórico. Es evidente que este juego que se instala entre los dos espacios se presta a toda clase de manipulaciones, equívocos, confusiones o polémicas. Por lo general, dichas rectificaciones no son suficientemente evidentes para que las podamos percibir de inmediato o a corto plazo. No pasa lo mismo con las expresiones o las palabras que se refieren a los puntos clave de la vida social, entendida en un sentido amplio, o a las supuestas nociones encargadas de reproducir el conjunto de los valores morales o sociales. El proceso de rectificación semiótica es tanto más fuerte cuanto más en disputa está una problemática cuyo soporte aparente no es nada más que una palabra. Ciertas palabras en efecto condensan y cristalizan que digamos los grandes cuestionamientos que agitan una sociedad en un momento determinado de su inserción histórica. Tal es el caso en mi opinión de las dos palabras que nos interesan en este congreso.

Para mejor entender cómo funciona este proceso de rectificaciión remito a la manera cómo se puede desarrollar un abanico o abrir las páginas de un libro. Si abrimos de esta forma la portada de un vocablo vemos que éste se presenta con dos tipos de estructuraciones, una estructuración semántica y una estructuraciones de valores. Cualquier alteración que afecte a una de estas dos estructuraciones desestabiliza el sistema semiótico privativo de la palabra implicada, vaciando a esta palabra de todo contenido semántico antes de re-estructurarse y generar un ideologema o un nuevo ideologema. En adelante, este ideologema va a infiltrarse en el discurso social y funcionar en este discurso social como una placa giratoria que redistribuye en todas las prácticas semióticas su contenido

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