México Negro
calfuen20 de Noviembre de 2012
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FRANCISCO MARTÍN MORENO
Abogado, novelista, columnista en diferentes diarios nacionales e internacionales, conferencista.
• OBRA PERIODÍSTICA
Columnista en los últimos 30 años, actualmente publica en el diario Excélsior.
• RADIO
Comentarista de radio y televisión en México y en el extranjero.
Al día de hoy Francisco Martín Moreno es uno de los novelistas más destacados de México y sin duda uno de los más sobresalientes líderes de opinión nacional.
I.CHAPULTEPEC
“Dios nos había escriturado un establo y los veneros del petróleo el diablo”, sin duda había aquilatado la importancia económica del oro negro y por otro lado había entendido las fortalezas y debilidades del mexicano.
Ramón López Velarde
La historia comienza en la zona norte de la Huasteca, donde colindan los estados de Veracruz y Tamaulipas, con la familia Montoya, la cual es dueña de una propiedad llamada “Los Limoneros” que les fue transmitida por 4 generaciones anteriores que con trabajo y esfuerzo han sacado adelante José Guadalupe Montoya, sus dos hijos, Hilario y Valente.
La Huasteca, contaba con grandes extensiones de terreno saturadas de enormes agujeros negros, en donde el petróleo afloraba en forma natural hasta la misma superficie. Desafortunadamente nuestros campesinos en base a su ignorancia y a su buena fe desconocían, que el petróleo seria una riqueza después para México y preferían vender sus terrenos a precios muy bajos por el comprador, sin pensar lo que estaban perdiendo, ya que ellos utilizaban el petróleo para curar a sus vacas, y creían que no eran tierras aptas para la agricultura ni la ganadería debido a las chapopoteras, como ellos las llamaban, pues si los animales venían de ellas se morían, siendo estos terrenos comprados, por la gente con más conocimientos y a través de engaños.
Un día después de colocar en el piso las primeras mazorcas de la cosecha, se escucharon repentinamente el golpe un par de de caballos que se acercaban por el lado poniente de los Limoneros era el comerciante Juan Alfaro y su acompañante el licenciado Eduardo Sobrino, representante legal de una de las compañías petroleras más importantes del mundo, quienes llevaban una propuesta para la compra del terreno de los Montoya, propuesta que fue rechazada en un inicio por Don José Guadalupe no por saber lo que tenía si no por lealtad a sus antepasados y por miedo a que le pasara lo mismo que en Dos Bocas en donde el aceite brotó impetuosamente destrozando la torre de perforación y desparramándose por el suelo, provocando un incendio de gigantescas proporciones.
Sobrino el Master in International Relations de la Universidad de Pennsylvania no podría creer la resistencia de aquel campesino, sabía que si regresaba sin la firma de aquel indio analfabeta, sería el hazmerreir, así que tuvo que calmarse hasta tener una respuesta favorable y dejando que Juan Alfaro se encargara del negocio.
Durante 34 años de poder el General Porfirio Díaz, otorgó concesiones al capital europeo para que pudieran extraer el crudo del subsuelo mexicano, sin pagar impuestos explotando los recursos mexicanos, con el fin de fomentar la inversión extranjera en el país, construyendo una enorme red de ferrocarriles, obras de infraestructura hidráulica para dotar a pueblos y ciudades de agua, luz y fuerza eléctrica, caminos y servicios públicos según McDoheny Presidente del Consejo de la Tolteca Internacional Petroleum Company, decía que ellos invertían en la investigación, la explotación y extracción del crudo y luego lo refinaban para transportarlo y así venderlo a todo el mundo sin la participación del gobierno mexicano.
El porfiriato llego muy lejos con la inversión extranjera y muy alto seria el precio a pagar por haber permitido a los extranjeros, dueños de la industria, del comercio, de la banca y de los transportes, enriquecerse a costa del patrimonio del país y a costa de los propios trabajadores mexicanos en efecto de una legislación laboral imprescindible.
Después de tanto pensar don José Guadalupe por fin llega a un acuerdo con Sobrino y Alfaro donde el contrato era por cinco años, recibiría mil pesos por año, lo dejarían vivir en sus tierras y seguirlas cosechando. La cercanía del éxito coronaba con sudor la frente del abogado Sobrino viniendo a su mente aquellas palabras que un día le dijera Edward McDoheny “En México se debió haber hecho con estos salvajes lo mismo que hizo el Ejercito de Estados Unidos con los indios americanos. Aquí los matamos a todos para que no alteraran la paz ni el ritmo de desarrollo de este gran país”.
“Ustedes tienen a México tan atrasado porque no mataron a sus indios. Los acabaron de idiotizar y de hacerlos dependientes a base de la religión, de la enseñanza de un alfabeto que no aplican, porque no fueron hechos para las letras, sino para el trabajo físico, como las bestias. Pero ahora que hay máquinas para todo, ellos definitivamente ya no sirven para nada, sino para desperdiciar los recursos públicos y para bailar con penachos y cascabeles en las ridículas fiestas guadalupanas”. Ahora mientras ustedes recogen el fruto del Evangelio, nosotros recogemos el del progreso.
En la Huasteca empezaban a escucharse cada vez con mayor frecuencia casos de traición, engaño, y hasta desapariciones físicas, paradójicamente de personas siempre propietarias de predios petroleros, debido a que los mexicanos demostraban su aprecio por el dinero y su frivolidad para cumplir con un mandato sin importar la calidad de la víctima, hombre, mujer, cura, niño o campesino al borde de la inanición. En el caso de los “Limoneros” no sería diferente ya que pretendían hacer lo mismo que hicieron con el rancho de los zapotes, el chapopote, entre otros ya sabían cómo sobornar a la gente. Sin embargo José Guadalupe Montoya se negó a venderles su tierra porque ya sabía la clase personas que eran desafortunadamente fue demasiado tarde ya que a causa de su necedad Sobrino pago para que matarán a Montoya en una riña que causaría su muerte dejando a su esposa Eufrosina y a sus dos hijos a cargo de los “Limoneros”.
Eufrosina hizo creer a Alfaro que estaba convencida de vender los “Limoneros” para tener acceso al juez y contarle de viva voz su problema y suplicarle su intervención. Pero el telón se levantó sorprendiendo a los actores, Eufrosina escucho claramente la conversación que tenía Alfaro con el juez sobre las instrucciones de Sobrino pues todo era un sistema para privarla de sus bienes y dado que ella no cuenta con ningún documento que probará que ella era la dueña y la viuda de José Guadalupe Montoya sin nada que pensar decidió vender lo más pronto posible y irse de los limoneros con sus hijos, pagándole por sus tierras cuarenta mil pesos menos cinco mil que ya había recibido por el arrendamiento de su propiedad, Eufrosina antes de irse encontró varios peones en su tierra, camiones repletos de extraño equipo y complicada maquinaria, que levantaban una enorme polvadera.
II.LA NOCHE QUEDO ATRAS
El 15 de septiembre de 1910 se celebraban dos extraordinarias efemérides: el Centenario de la Independencia y el cumpleaños número ochenta de José de la Cruz Porfirio Díaz, mismo día en que paradójicamente, su país festejaba cien años del “grito” que iniciara el camino hacia la libertad, entendida ésta estrictamente dentro de un contexto de independencia política, sin avances en materia de democracia doméstica, que si hubiera justificado sobradamente los gastos de una celebración centenaria por veinte millones de pesos, impropio y aberrante en un país con las carencias económicas.
Durante la celebración del Centenario se inauguraron, para admiración de los invitados, edificios, monumentos, avenidas, cárceles y museos. Además se colocaron innumerables primeras piedras, para dejar, aún más testimonios irrefutables a la posteridad de los magníficos años dorados del porfiriato.
Hablar de la cárcel de Ulúa, que junto con la de Belem constituía el non plus ultra del régimen penitenciario del porfirismo, el cual estaba constituido a base de tres niveles, identificados por los celadores como el cielo, el purgatorio y el infierno, según la gravedad de la infracción cometida, el infierno era una oscuridad total; el día y la noche pasaban inadvertidos, el miedo se acentuaba, sumado al oscuro ambiente negro de sofocación, cuando alguna rata corría presurosa en busca de refugio o bien cuando se desprendía del techo una tarántula para caer en el piso arenoso y húmedo, se advertía en la oscuridad el brillo retinoso y felino de los ojos sorprendidos de otros congéneres que esperaban resignados el colapso final, producido por una tos fatal.
McDoheny
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