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Nacionalismo

vioship29 de Octubre de 2013

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La investigación del Nacionalismo:

El nacionalismo ha determinado en gran parte la evolución de los Estados contemporáneos en sus procesos de modernización; bien de un modo positivo, en lo cultural y lo político, o de un modo negativo, siendo elemento directo de conflictos y catalizador de las mayores contiendas bélicas. La idea de nación, a menudo tenida por inaprensible, y su utilización por la ideología nacionalista [1] (sería más preciso hablar de las ideologías nacionalistas) han tenido desde su aparición una abundante producción publicística y apologética, pero no ha sido hasta las últimas décadas cuando se ha desarrollado una amplia rama interdisciplinar de estudios del nacionalismo.

No es empresa sencilla la de exponer en tan breves páginas la evolución de los distintos nacionalismos y de los modelos de investigación actuales; este propósito llena dos cursos de doctorado impartidos en este Departamento de Historia Contemporánea. El presente trabajo no pretende ser otra cosa que una aproximación inicial para toda persona interesada en el tema y sobre todo para los alumnos de los últimos años de carrera y de tercer ciclo que pretendan ampliar sus estudios en esta dirección e iniciar su actividad investigadora centrándola en alguna de las facetas del nacionalismo. Por ello se realiza primero una explosión somera de la evolución de la idea nacionalista; posteriormente se abordan los diferentes modelos de investigación, en particular desde los campos de la sociología, la politología y la historiografía; se realizará una exposición de las grandes cuestiones planteadas en la investigación del nacionalismo; y por último se exponen las principales líneas de estudio actual y de las necesidades prioritarias para los años venideros.

EVOLUCIÓN DE LA IDEA Y DEL MOVIMIENTO NACIONALISTAS

Existe una abundantísima producción sobre la historia de la idea de nación y los movimientos nacionalistas, muy diferenciada en cuanto a posicionamiento ideológico y reconocimiento académico [2]. Para partir de una mínima plataforma básica, se toma la definición del concepto nacionalismo realizada por Ernest Gellner como el «principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política», matizado por José Acosta al definirlo como «ideología y acción política dirigidas a construir la nación o a la defensa de la nación ya existente»[3].

El pensamiento ilustrado y la Revolución Francesa son tenidos como la época y el escenario del surgimiento del nacionalismo como movimientos sociales y corrientes ideológicas; Locke, Hobbes, Sieyés y Rousseau fueron sus principales pensadores. Este inicial nacionalismo sostiene el principio de soberanía nacional, la nación como consecuencia de un contrato social por el que la sociedad civil, poseedora de la soberanía, hace depositaría de ésta al Estado, que resulta ser la institucionalización de la nación. Este planteamiento hace surgir la nación de un acto de voluntad política y libre determinación de la sociedad y de cada uno de los individuos que la componen, que por ello alcanzan la categoría de ciudadanos.

Surgido como superación del localismo feudal y contra una identificación de la soberanía del estado con la gracia divina de los reyes, este nacionalismo de finales del siglo XVIII y primer tercio del XIX fue generalmente asociado a los principios y valores de la democracia y el liberalismo, siendo por tanto utilizado en la lucha contra el imperio napoleónico y en buena parte de las revoluciones de las décadas de 1820 y 1830.

Coetánea con la anterior visión de la nación se desarrolló una corriente ideológica —contraria a los «abusos de la razón»—, que alcanzó su máxima influencia con la Restauración; la re entronización del Antiguo Régimen necesitó de un bagaje ideológico que contrapesará la obra revolucionaria en general y la idea liberal de nación —basada en el principio de soberanía nacional— en particular. Herder, Schiegel, Fichte y Burke, entre otros, fueron los conformadores de una nueva identificación de la nación como ente en sí mismo, independiente de la intencionalidad de sus componentes. Este nacionalismo «germánico», imbuido del romanticismo e historicismo de la época, contrapone al principio ilustrado de la soberanía nacional el de espíritu del pueblo (Volkgeist), que alienta de vida propia a la nación, entendida como entidad autónoma, con un destino propio y por tanto necesariamente distinto al resto de naciones. Este nacionalismo identifica la comunidad política como totalidad cultural, que a su vez presenta la característica de poseer una esencia ancestral imperecedera y omnisciente. Esta idea esencialista de la nación portó a la ideología nacionalista importantes elementos identificadores: el particularismo o hecho diferencial, el idioma como arca telúrica del espíritu, la historia como prueba y testimonio de la existencia secular de la nación, la cultura —impregnada de las más altas cimas del pensamiento y la creación nacional a la vez que reunión de las costumbres y el folklore propios—, la religión —motivo de identificación contraria respecto al exterior— y, en su extremo más forzado, la raza o la elevación del particularismo de la nación a la categoría biológica.

Con esta nueva interpretación el nacionalismo, que hasta la oleada revolucionaria de 1848 había estado unido al liberalismo y la democracia, se fue impregnando de los valores de la tradición, al tiempo que buscaba en la monarquía la plasmación política de su unidad de destino histórico y en el ejército el brazo ejecutor de la voluntad nacional. Los dos casos más paradigmáticos de esta nueva interpretación del nacionalismo fueron los utilizados en las unificaciones de Alemania e Italia.

El triunfo del nacionalismo en la construcción de estos nuevos estados hizo que a partir de 1880 y hasta la primera guerra mundial tanto el concepto de nación como la práctica política a ella vinculada variarán hasta conformar lo que puede denominarse como segunda fase del nacionalismo. Se pueden señalar cinco características principales de esta segunda fase: la priorización del criterio étnico-lingüístico para definir la nación; la aspiración de constituir en cada nación un estado, es decir, la reivindicación del derecho de autodeterminación; el enfrentamiento entre el Estado nacional y los nacionalismos periféricos (con una muy diversa y en ocasiones contraria caracterización entre ambos grupos); la reacción el descubrimiento de la cultura popular y el derecho tradicional; y el desplazamiento hacia la derecha política del movimiento nacionalista.

Los cuarenta años anteriores a la guerra mundial fueron escenario de una gigantesca oleada nacionalista basada en todas o algunas de las características anteriores. Lo más importantes de esta eclosión nacionalista fue que no sólo se dio en el interior de los grandes imperios, austrohúngaro u otomano, sino también en prácticamente todos los Estados-naciones europeos con siglos de vida, donde la «cuestión nacional» pasó a ocupar un lugar importante en ia política interior. Por este motivo fue en ese momento cuando surgió el término nacionalismo para denominar este movimiento reivindicativo. En Suecia la evolución nacionalista acabó con la secesión de Noruega (1907); en el Reino Unido se incrementó el nacionalismo irlandés, alcanzando también a Gales y Escocia; igual intensidad, aunque sin los mismos resultados, alcanzó el nacionalismo en Francia y España e incluso en las nuevas «naciones» Italia y Alemania, donde movimientos conservadores abrazaron la bandera nacionalista con fórmula xenófobas [4].

Movimientos nacionalistas surgieron en regiones hasta ese momento ajenas a toda identidad nacional, al tiempo que su marco de aplicación desbordada el escenario occidental y, gracias a la ola colonialista, los movimientos antiimperialistas en las respectivas colonias tomaron argumentos del nacionalismo europeo. Si se toma exclusivamente el marco europeo, en vísperas de la primera guerra mundial existían movimientos nacionalistas que sólo estaba esbozados o no existían en absoluto en 1880: los pueblos bálticos (especialmente finlandeses y lituanos), armenios, georgianos, albaneses, macedonios, croatas, galeses, escoceses, flamencos, corsos, y en España vascos y catalanes.

Al finalizar la guerra mundial triunfó el decimonónico «principio de nacionalidad » propiciado por el presidente estadounidense Wilson; las razones para este triunfo fueron el derrumbamiento de los imperios centrales, la revolución soviética y la conformación de la «nación burguesa» entendida como «economía nacional». Nunca como entonces (hasta la caída del bloque socialista y la desaparición de la URSS) se llevó a cabo un rediseño de las fronteras territoriales respondiendo a identificaciones nacionalistas. El resultado de esta política estuvo lejos de lo esperado, aunque sus peores fallos no se percibieron hasta las vísperas de la segunda guerra mundial, en parte motivada por el intento de redefinición de esta práctica. Los nuevos estados-naciones resultaron ser casi tan multiculturales como los anteriores imperios, agravándose la situación de los ciudadanos ajenos a los rasgos étnico-lingüísticos del nuevo estado, que comenzaron a ser llamados «minorías». La consecuencia más dramática de este intento de crear estados sobre entidades nacionales exclusivas fue la deportación, expulsión o aniquilamiento de millones de personas, prácticas presentes en todos los nuevos estados, incluida Alemania antes y después de la segunda guerra mundial.

La

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