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OCUPACION DE AMERICA.


Enviado por   •  23 de Noviembre de 2016  •  Documentos de Investigación  •  7.108 Palabras (29 Páginas)  •  177 Visitas

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FRAGMENTO DEL LIBRO

La tradición desigual:

Acerca del concepto de igualdad en el Perú

Antonio Zapata

Rolando Rojas

Discurso colonial y consideraciones étnicas

El virrey Francisco de Toledo organizó estructuralmente la sociedad virreinal en el Perú sobre la base de la desigualdad. Sus fundamentos jurídicos establecían un sistema de apartheid que dividía la sociedad en dos repúblicas nítidamente separadas y jerarquizadas: la república de indios y la república de españoles. Cada una con sus reglas y privilegios particulares, estando la primera sometida a la segunda. Estas normas hacían de los indios un grupo humano destinado al trabajo manual, obedeciendo órdenes y pagando un tributo, al cual no estaba sujeto ningún otro grupo étnico. El propósito del tributo indígena era financiar los salarios de los funcionarios ibéricos encargados de administrar el dominio occidental sobre la población nativa. Los españoles, además de ocuparse de la burocracia, se desempeñarían como propietarios de las empresas por constituir en la sociedad colonial, así como de las funciones militares y eclesiásticas. La idea era constituir un mundo social claramente delimitado donde cada estamento o cuerpo social cumpliría una función específica y en conjunto harían un todo armónico.1 Así había funcionado en la Europa medieval, pero la particularidad de la sociedad colonial es que identificó y asoció los estamentos y los cuerpos sociales con un grupo étnico. Es decir, las categorías estamentales se vieron compenetradas de significados étnicos o “raciales”, por lo cual es posible conceptuarlos como “cuerpos social/raciales”.

Ahora bien, de acuerdo a las concepciones de la época, la pertenencia de un individuo a uno u otro cuerpo social definía su trayectoria de vida. El individuo existía y tenía sentido en tanto era parte de un grupo o estamento. Se esperaba que quien nacía indio del “común” se dedicara a labores productivas y acabara sus días en esas tareas. Algo parecido se esperaba de los negros que nacían esclavos: su existencia debía transcurrir en las plantaciones de la costa o en las ciudades, como servicio doméstico o trabajadores manufactureros. Por supuesto, las posiciones privilegiadas de los españoles tampoco debían variar. Así, cada individuo se definía por su pertenencia a un cuerpo que tenía funciones precisas y un puesto predefinido en el orden social. Las tareas asignadas a cada grupo étnico tenían sentido en un plan mayor, diseñado para guiar al conjunto social, partiendo de reglas específicas que se conectaban formando un todo armónico. Así, el mundo social era concebido como un orden estable y eterno, si cada estamento cumplía con sus funciones.

De esta manera, la sociedad funcionaría de forma muy parecida a un cuerpo humano, donde el cerebro piensa y adopta decisiones, mientras que las otras partes actúan obedeciéndole. Son los brazos y piernas de la sociedad, que aceptan la autoridad del primero, llevando el peso y cargando los bultos. En tal sentido, alterar las jerarquías equivalía a convertir la sociedad en un caos. Se podía aceptar que un mestizo, por ejemplo, pasara a posiciones reservadas a los blancos, pero un destino individual no alteraba las jerarquías establecidas entre los grupos sociales. Por el contrario, la aceptación de cierta movilidad le daba movimiento a un sistema que, bien visto, no era tan inflexible como se pretendía.

La mayor flexibilidad provenía del intenso contacto que, desde los primeros días de la conquista, se produjo entre indios y españoles, produciendo un sostenido mestizaje, que obligó a atemperar el proyectado apartheid entre las dos repúblicas. Este mestizaje fue algo imprevisto, un fenómeno no deseado, que alteró los planes iniciales del monarca español en América. Aunque poco explícito en las leyes, en la práctica los mestizos pasaron a ocupar posiciones intermedias en el ordenamiento colonial, no tan postrados como indios y negros, pero claramente por debajo de los blancos.

Otro grupo que ocupó un lugar particular fueron los curacas o caciques, quienes cumplían una función de mediación entre españoles e indios. Los caciques conservaron buena parte de sus honores y privilegios prehispánicos: no pagaban el tributo indígena, tenían yanaconas, propiedades y eventualmente riqueza, así como acceso a la educación formal. La existencia de los caciques resultaba algo contradictoria con la idea de la inferioridad del indio, pues en la vida cotidiana gozaban de una posición superior a muchos españoles pobres. Así, si bien la sociedad colonial estaba constituida estructuralmente sobre la desigualdad, ésta no era enteramente estática, sino que su porosidad permitía muchas situaciones prácticas que violaban la rigidez de la ley.

Este modo de organizar la sociedad estaba legitimado por las ideas medievales y un imaginario religioso que propiciaba la aceptación del orden estamental como la única manera en que la sociedad podía funcionar. Así, por ejemplo, en 1544, cuando se puso en cuestión el sistema de encomiendas, un grupo de dominicos de la Nueva España se dirigió al Rey para manifestar su apoyo a las encomiendas. En su escrito señalaban: ““En la república bien ordenada, es necesario que haya hombres ricos, para que puedan resistir a los enemigos y los pobres de la tierra puedan vivir debajo de su amparo, como lo hay en todos los reinos donde hay política y buen orden y estabilidad, así como lo hay en España y otros reinos. Y si esta tierra se ha de perpetuar, error es grande pensar que han de ser todos los pobladores iguales, como España no se conservaría, ni otro algún reino, si en él no hubiese señores y príncipes y ricos hombres”.2

Pero lo nuevo que trajo el proceso de colonización americana, y que persiste hasta la actualidad, es la noción de “raza” como categoría básica para clasificar y jerarquizar a los seres humanos. El racismo es una ideología fundada en la creencia que el mundo está compuesto por razas inferiores y superiores. Ella proviene del fondo de los tiempos y adquirió su forma moderna en el siglo XVI, para legitimar la colonización europea de América y posteriormente África y Asia.3

Se trata de un discurso poderoso que se fundamenta en dos elementos: por un lado, la idea que las desigualdades entre los hombres no son resultado del modo en que se organiza la sociedad sino que ellas derivan de la “naturaleza” de las razas. Y, de otro lado, en su jerarquización, asignando a la raza “blanca”

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