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Obra De Adolf Hittler


Enviado por   •  11 de Junio de 2015  •  2.781 Palabras (12 Páginas)  •  191 Visitas

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OBRA DE ADOLF HITLER

A Hitler se le ha procurado analizar desde diversos ángulos, pero aquí interesa particularmente el psicológico. Entre los psicólogos profesionales que se han dado el trabajo de sugerir interpretaciones sobre el caudillo austroalemán sobresalen Fromm (1985/1941) y Erikson (1948).

Cada uno de ellos, en su indagación psicoanalítica, realizó un profundo estudio de la obra semiautobiográfica de Hitler: Mi Lucha, basándose en aquella para sacar buena parte de sus conclusiones.

Erich Fromm especula en el Capítulo VI de su obra El Miedo a la Libertad ("Psicología del Nazismo") sobre la hipótesis del sadomasoquismo como distintivo general de la personalidad del líder teutón y de sus principales seguidores. Hitler, afirma Fromm, odiaba a los débiles y amaba a los fuertes, y gozaba con el éxtasis de sentirse inmerso en una gran colectividad de autosacrificio y a la vez sojuzgarla. Esa tendencia signó, sin duda, su conducta personal y todo el carácter de su régimen político.

Erik Erikson, por su parte, hace un estudio que denomina psicohistórico acerca de la evolución personal llena de tensiones y conflictos y un ambiente especial que hicieron de Hitler un fanático racista y autoritario. En tal sentido analiza con largueza tanto las experiencias de la niñez hitleriana como las costumbres nacionales germánicas.

Las características de la crianza de la niñez alemana de aquellos tiempos le dan a Erikson la clave para entender cómo es que el ambiente familiar y cultural de fines del siglo XIX y principios del XX producía adolescentes con un desviado espíritu revolucionario, orientándolo hacia la suplantación de la autoridad paterna por un culto místico-romántico: el del exagerado nacionalismo. Por otro lado, el aspecto antijudaico lo atribuye a la envidia que —en aquellos tiempos de crisis agobiante—, inclinaba a los oprimidos alemanes arios a buscar "chivos expiatorios" de su situación en ciertos representantes de la clase capitalista.

El periodista americano John Gunther (1939), por ejemplo, parte del punto de vista de que "todos los dictadores son anormales; se trata de un hecho axiomático... la mayoría de los dictadores son profundamente neuróticos" (p 34). Incluso Vallejo-Nágera (1989), un defensor de juicios más moderados al respecto, cae en ese tipo de aseveraciones ingenuas calificando, sin más, de "loco" a Hitler.

La complejidad del asunto es mucho mayor, tal como lo nota el historiador alemán P. E. Schramm (1965/1963):

Nunca se agota la cuenta si se trata de captar al hombre Hitler: su contacto con los niños y con los perros, su alegría ante las flores y las cosas cultivadas, su admiración por las mujeres hermosas, sus relaciones con la música... eran cosas auténticas; pero también era auténtica la tenacidad despiadada, implacable... con la que saltándose todas las consideraciones morales, aniquilaba a los adversarios de su poderío... Hitler, al variar guiado por la razón, por el humor y el oscuro impulso, era más enigmático de lo que lo haya sido ningún hombre en toda la historia alemana. (p. 48)

En la obra Carisma, Charles Lindholm (1992/1990) también dedica extensos comentarios psicológicos al fenómeno nazi y al carácter de su líder, expresando la dificultad de explicarlo mediante simplificaciones. Dice, entre otras cosas lo siguiente:

Hitler era una figura proteica, febril y difícil de aprehender en quien apenas se disimulaban las contradicciones: aprobó legislaciones para asegurar la muerte indolora de las langostas de mar y era tierno con los niños y los animales, pero podía ser inhumanamente cruel o enfurecerse aterradoramente; su letargo alternaba con períodos de inmensa hiperactividad: era un aspirante a artista cuyos sueños de creación contrastaban con sus fantasías de aniquilación; un pragmático presa de ilusiones antojadizas; un soldado valeroso petrificado por sofocantes temores; un compañero encantador o absolutamente brutal; un hombre austero con hábitos libertinos. (p. 147)

Pronto aprendió también a usar su talento oratorio de manera catártica y a "echar sus demonios internos hacia fuera", contagiando de frenesí al público asistente a sus multitudinarios mítines.

La singular exaltación que Hitler manifestaba en sus discursos es, aun ahora a través de la visión de documentales que lo reviven, fuente de asombro: por un lado se le considera una especie de "poseso" y "maníaco", y por otro lado un "maestro", incluso un "genio", de la comunicación de masas. Pero, debido al estigma de locura que carga la figura del líder nazi, es mayor el impacto de las primeras calificaciones. Poco importa recordar que, en la época de la Europa de pre-guerras, el estilo oratorio de corte ampuloso y teatral era común entre los políticos y revolucionarios.

Sin ir muy lejos, en su tiempo Mikjail Bakunin lo practicaba casi con la misma pasión y vivacidad que el Führer, sin que a nadie se le ocurriera decir que estaba loco por ello.

A propósito de esto último, algo que ha contribuido a cimentar la idea de un Hitler desquiciado antes de 19424 es el abundante conjunto de relatos que describen episodios de rabia incontenible en los cuales el líder nazi echaba "espumarajos", "se le hinchaban las venas del cuello", "golpeaba las paredes", etc. (cosa que, por lo demás, recuerda a cualquier sargento instructor de reclutas en el ejército).

Mi Lucha

Hitler utiliza el concepto de "raza" para crear una ideología política con la misma rigidez y sistematización, como si fuera un credo religioso. La utilización de tal concepto, si bien condice con el contexto real y discursivo de "pangermanismo", es estratégica porque permite articular, cohesionar y organizar políticamente las grandes masas. Por tanto, es clave que represente la base del partido y se encuentre por sobre el concepto de "Estado", que no es más que un medio con la finalidad de conservar y potenciar mediante la utilización de la fuerza la colectividad que encarna la cultura superior. Así, no es el Estado una forma o modelo de cultura adquirido per se, sería imposible evaluar un Estado por elevación cultural o poder, sino que la "raza" es portadora de la cultura civilizatoria, por lo cual razón de ser de aquel sólo se da en función de ésta, a la manera de recipiente y contenido, y sólo puede ser evaluado por la justicia de su orientación en relación con la posteridad, es decir, la preservación de la raza. Entonces ya no se habla de "Estado" sino de "Estado racista", cuyo deber es velar por la pureza

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