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PROBLEMAS DEL MUNDO ANTIGUO

Ivanchoo ZapataApuntes22 de Noviembre de 2022

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PROBLEMAS DEL MUNDO ANTIGUO

UNIDAD 3

Hacia la hegemonía greco-macedónica

Las transformaciones del siglo IV: De la crisis de la polis a  la expansión de Macedonia. Monarquía y democracia: especulación y polémicas. Filipo y Alejandro. El proyecto persa y su consumación. Los reinos helenísticos. La gestión de la diversidad. El nuevo oikumene. Hacia el mundo helenístico-romano.

El siglo IV constituye uno de los períodos más ricos por su fenomenología histórica y por la diversificada y profunda actividad de reflexión que ella suscitó, la cual marca todavía en el presente problemáticas y vías de análisis. Su impronta fundamental está dada por la llamada “crisis de la polis”. Esta crisis se percibía, más allá del deterioro material de las situaciones de beligerancia, en las transformaciones que habían conmovido la relación entre tierra y ciudadanía y en los desequilibrios que presentó el desenvolvimiento institucional.

La consolidación de Atenas como potencia marítima al final de las Guerras Médicas no solamente tuvo consecuencias militares, sino que no pudo carecer de impacto económico: la flota ateniense protegía y transportaba productos de todas las ciudades que se aliaban con los áticos y consagraban el vínculo en el templo de Apolo en Delos, de allí la denominación de Anfictionía délica. La siguiente inscripción, cuya datación oscila entre 440 y 420 a. C:, muestra las implicancias de la dominación ateniense, al imponer las monedas, pesas y medidas de la ciudad de Ática: “Elija el pueblo heraldo [que lleven a las ciudades3 y pongan en su conocimiento los textos votados]; que uno vaya a las islas [otro a Jonia, otro al Helesponto]; otro a Tracia;4 [colaboren los estrategos] en el viaje de los heraldos [proporcionándole a cada uno de ellos los medios de transporte]; si así no lo hiciere, se podrá imponer a cada estratego una multa de diez mil dracmas; transcriban los magistrados5 este decreto en una estela de piedra y deposítenla en el ágora; colóquenla también los responsables [frente a] la casa de la moneda y ejecuten los atenienses6 sus instrucciones, si los magistrados se negaren a ello; exija el heraldo en cada destino el cumplimiento de las órdenes de los atenienses; añada el secretario del consejo al juramento que el consejo hace7 [y a título definitivo la siguiente fórmula]: «si alguien acuñare moneda de plata en las ciudades y no utilizare las monedas, pesos o medidas de los atenienses, [lo castigaré y penaré] según el decreto que propusiera Clearco;8 y sean todos libres de remitir a la ciudad la plata extranjera [que poseyeran y de cambiarla cuando lo deseen]; deles la ciudad a cambio moneda ateniense; envíen todos personalmente a Atenas y remitan a la casa de la moneda toda la plata que poseyeran; y transcriban los responsables de dicha casa [la totalidad de las sumas que perciban de cada uno] en una estela de piedra, que colocarán [frente] a la casa de la moneda, de modo que quien lo deseare, pudiera examinarla; [escriban a un lado la moneda] extranjera, separadamente [el oro y la plata], y a otro la plata [ateniense].” (MEIGGS, R., LEWIS, D. M., A Selection of Greek Historical Inscriptions, n.° 45, 9-14, tomado de AUSTIN, M., VIDAL-NAQUET, P., Economía y sociedad, pp. 285-7.286).

La implementación de esta anfictionía mostraba, en cierto sentido, la insuficiencia del marco de la polis para el desenvolvimiento de determinadas actividades. La canalización de los beneficios del intercambio comercial hacia Atenas, v. g., implicó el despliegue de unos determinados dispositivos como el de la concentración de recursos para desarrollar una flota que, en cierto sentido, no podía asimilarse al modelo de las ciudades fenicias. La preocupación por ejercer influjo –político, económico, cultural– se veía más intensa en el caso ateniense en comparación con Tiro o Sidón. Que la figura de la polis haya entrado en crisis en consonancia con el estallido de una guerra –los conflictos del Peloponeso que ocupan la segunda mitad del siglo V– entre ciudades agrupadas en torno a fuerzas hegemónicas abre un amplio espacio para la reflexión. La condición de la expresión y la acción directa de los ciudadanos supuso, en muchos sentidos, una dinámica de fragmentación que tendía a multiplicar el número de las poleis. Las entidades supraciudadanas parecían compensar las limitaciones que se presentaron, en particular las amenazas exteriores, en que la experiencia de las guerra contra del Imperio persa aqueménida fue crucial. Sin embargo, canalizó una dinámica de competencia que desembocó, finalmente, en un conflicto panhelénico de consecuencias altamente negativas. Esta dialéctica entre el particularismo de la polis y las proyecciones de la hegemonía ocuparon la atención de los pensadores griegos y de su posteridad.

El siglo V estuvo signado por dos grandes conflictos bélicos que marcaron rumbos significativos en la vida de las ciudades griegas, la guerra panhelénica con el Imperio persa y la que se entabló entre las mismas poleis enmarcadas en sendas ligas. El extendido y prolongado conflicto conocido como “Guerrras del Peloponeso” constituye el principal catalizador de los factores que, con antelación, podían suscitar fenómenos críticos en el orden de las poleis griegas. Las casi tres décadas que duró originaron destrucción de bienes y de vidas que, en el contexto de las estructuras materiales del mundo antiguo, más acotado aún por los marcos propios de las ciudades, convergieron con contradicciones políticas e intereses hegemónicos. Registrando precedentes desde el 433 a. C., dos años después se desata la guerra. En 424 a. C., cambia el curso del conflicto con las operaciones del espartano Brasidas en Anfípolis, que la intervención ateniense en Sicilia (415 a. C.) no alcanza a revertir. A pesar de las victorias obtenidas entre 411 y 408 a. C., la flota ateniense fue destruida en 405 a. C., en Egospótamos, y debió rendirse al año siguiente, con la imposición de un gobierno de corte aristocrático y filo-espartano, conocido como “de los Treinta Tiranos”, que rigió entre 404 y 403 a. C. Los levantamientos que llevaron a la recuperación de la democracia no alcanzaron la estabilidad deseada.

Un proceso controversial surge en relación a las posibilidades de la polis como modelo de experiencia colectiva autónoma. Las prácticas políticas concretas presentan una tendencia a implementar modelos políticos que trascendieran el estrecho marco inmediato de la polis. Llama la atención que la acendrada voluntad particularista de las poleis haya coexistido, casi sincrónicamente a su consolidación institucional, con proyectos de organización que excedían ese marco. La realidad de las ligas, que se afirman a partir de la victoria sobre Persia, obliga a inquirir sobre las cuestiones más profundas de su conformación: ¿conciencia de la insuficiencia del modelo de vida política que suponía? ¿Límites en la autosuficiencia?¿imposibilidad de acotar la apetencias hegemónicas? No es seguro que la formación de ligas pueda explicarse por meras apetencias de poder hegemónico, ya que las dinámicas políticas en el Mediterráneo oriental con la incidencia de la estructura persa, entre otros factores, podían inducir a trascender el marco local de la polis hacia conformaciones regionales. Lo cierto es que no sólo Atenas y Esparta, sino otras poleis con predicamento más acotado –como Tebas en Beocia–, implementaron las desigualdades de los desarrollos políticos de las ciudades en su favor.

Los criterios a partir de los cuales se conformaban las alianzas eran circunscriptos a lo religioso, lo militar (synmachías) o lo político. Este tipo de ordenamiento promovía ya un ordenamiento institucional más avanzado que las simples alianzas de tipo militar. La Liga beocia conformó un colegio de magistrados, los beotarcas, que representaban los distritos que agrupaban a las poleis integrantes: Tebas se impone a las grandes ciudades de la región –Platea, Orcómeno y Tespias– favorables a Esparta y con régimen oligárquico y, sumando su influjo sobre las de menor envergadura, como  Coronea, Haliarto, o Sifas, difunde el orden democrático. Otras formas, como el koinón de los tesalios, eran más dispares en cuanto a la forma de gobierno de los integrantes, algunos podía presentar liderazgos únicos (el tagos y, luego, un arconte), por fin, el nuevo intento de confederación que impulsó Atenas debió relegar atribuciones en vista de los antecedentes fuertemente hegemónicos que había mostrado la ciudad en el pasado. El llamado “decreto de Aristóteles”, de febrero o marzo 377, que transmite los términos de conformación de la misma, establece que “si alguno de los griegos o de los bárbaros instalados en suelo continental o cualquiera de los isleños —siempre que no tengan la condición de súbditos del Gran Rey— quiere ser aliado de Atenas y de sus aliados, cabrá hacerlo sin pérdida de su libertad ni de su autonomía, rigiéndose por el sistema político que prefieran, sin obligación de recibir guarnición ni de aceptar un gobernador ni de aportar contribución, sino exactamente en los mismos términos aprobados para Quíos, Tebas y los demás aliados.” A los sintomáticos requisitos sobre libertad política, no intromisión y no solicitud de aportaciones pecuniarias, características de los condicionamientos atenienses en la liga de Delos, se agrega la prohibición de adquirir tierra en el ámbito de las poleis aliadas: “no se admitirá que ningún ateniense, ni privada ni públicamente, adquiera en las comarcas de los aliados la propiedad de casas ni de campos, ni mediante compra ni por vencimiento de una hipoteca ni por ningún otro procedimiento.” (Cit. por Fernández Nieto, J., Grecia en …, p. 26). Por lo demás, en lo referente a los pesos específicos regionales puede observarse una nueva tendencia: se produce una serie de cambios en el protagonismo político hacia la Grecia septentrional, en que las regiones de Beocia, Tesalia y, finalmente, el reino de Macedonia desplazan al Peloponeso y al Ática. 

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