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Parque Puka Pukara

scofield1020 de Marzo de 2015

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Los célebres muros megalíticos en forma de zigzag que forman los límites de la colina hacia el norte y hacia el este son todavía hoy el rasgo más conocido del conjunto (Lee 1986). No llegaron a ser completados y se hallaban todavía en construcción a la llegada de los españoles (Protzen 1987-89). Son tres muros que presentan una sección similar: su parte inferior (1-2 m) funcionaba como muro de contención mientras que el resto de su alzado era un grueso muro exento de varios metros de altura con un paso de ronda en su parte más alta. Tres caminos diferentes atravesaban los muros. Sin embargo, fueron construidas quince puertas, muchas más de las necesarias para permitir su paso. Garcilaso (2004 [1609]: 485) cita los nombre de algunas de ellas y recuerda que cada puerta se cerraba con un bloque levadizo. Una reciente excavación arqueológica realizada en el Cusco (Calle Suecia) ha descubierto el basamento de una puerta asociada con varios muros de contención en zigzag similar a los de Saqsaywaman (Farrington 2010: 93). Estas puertas estaban cubiertas con grandes dinteles monolíticos proporcionados a la dimensión de los bloques utilizados en la construcción de los muros. Un sistema constructivo similar al que encontramos en la gran puerta de la denominada «muralla» de Pisac, en el acceso monumental al recinto alto de Machu Picchu y en la entrada con dintel monolítico que controlaba el acceso a la parte alta del conjunto sacro de Ollantaytambo. En los tres casos, han sido descritas como puertas defensivas (Kaufmann y Kaufmann 2006). Sin embargo, forman parte de recintos que no fueron cerrados como murallas, por lo que deberíamos pensar que servían para fijar límites monumentales a espacios y territorios sacralizados. La construcción de quince puertas en los muros de Saqsaywaman nos permite intuir que el conjunto respondía a finalidades más complejas que el simple acceso a la cumbre del cerro o su defensa militar (Arkush y Stanish 2005). La forma en zigzag de los muros ha sido puesta en relación con la divinidad del rayo (Silva 2007), aunque Garcilaso de la Vega, impulsado por sus motivaciones familiares, sugiere una relación con el arco iris (Mazzotti 1996: 182). Dada la complejidad arquitectónica del conjunto, es probable que tuviese un simbolismo religioso múltiple. La disposición alterna de las quince puertas debía permitir complejos rituales en el acceso a la ciudadela que sobrepasaban la mera batalla ritual o tinku que cita Pachacuti Yamqui. Aunque el desarrollo específico de estos rituales nunca podrá ser precisado con los meros datos arqueológicos, existen algunos paralelos que pueden sugerir el posible uso ceremonial de los recorridos en zigzag. En particular, el que describe Garcilaso de la Vega (2004 [1609]: 134) en el interior de la gran kallanca del santuario de Viracocha en Raqchi. Tanto el edificio como el recorrido ceremonial (vid. Gasparini y Margolies 1977: 243, 250-51) han sido entendidos a partir de datos arqueológicos como parte de las ceremonias que allí se realizaban en honor del gran creador (Sillar 2002: 221-246). A pesar de la dificultad que genera el texto de Garcilaso, sabemos que la liturgia incluía un recorrido en zigzag atravesando alternativamente ocho puertas abiertas en el muro central del edificio. En Saqsaywaman, los muros en zigzag se prolongan en sus extremos mediante terrazas que abrazan completamente el perímetro de la colina (Figura 2). Lo que coincide con la descripción de las «tres cercas» que escribió Garcilaso (2004 [1609]: 483). El resultado es una gran meseta rodeada por laderas construidas que dibujaba en planta un alargado cuadrilátero irregular. Algunos muros están asociados con niveles de cronología kilke (Rowe 1944). Las terrazas de la pendiente, actualmente cubiertas por tierra y vegetación, descendían hasta enlazar con los barrios más altos del antiguo Cusco en la zona de la iglesia de San Cristóbal, antiguamente denominada Qolqanpata (vid. Figura 1). Allí se han conservado los restos de un edificio que sirvió de residencia a los últimos representantes de la estirpe real inca. Los muros del «palacio» se prolongan por la ladera con estructuras, canales y terrazas agrícolas hoy interrumpidas por la carretera asfaltada que sube al cerro (Valencia 1984). Incluye dos caminos incas que ascendían hacía Saqsaywaman («1» y «2» en la Figura 1). Si a todo ello añadimos que el topónimo de la zona responde a la antigua presencia de almacenes agrarios (qolcas) en este sector de la ciudad y la noticia de la existencia en este lugar de andenes rituales reservados para el cultivo ceremonial, podemos concluir que las terrazas de la ladera del cerro fueron la solución de continuidad que enlazaba Saqsaywaman con el centro urbanizado del Cusco. Así, la colina rodeada completamente de terrazas era visible desde todo el valle como un zócalo escalonado coronado por los edificios levantados en su cumbre.

3. Las grandes unidades constructivas del Sector de Muyukmarca La cumbre de Saqsaywaman (Figura 3) nos aparece hoy en día como una colina transformada por la acción humana. Sin embargo, antes de ser completamente ocupada por terrazas y construcciones, presentaba un aspecto muy diferente; era una cresta rocosa irregular que dominaba la cabecera del valle (Kalafatovich 1970). Las grandes rocas que todavía hoy emergen entre los restos arqueológicos son testimonio de ello. Antes de asentar los cimientos de los edificios, fue necesario construir terrazas y muros destinados a estabilizar las pendientes del cerro y regularizar la superficie horizontal de su cumbre con un aporte masivo de tierras. El espacio fue organizado sobre la base de dos grandes plataformas (A y B) sostenidas por muros de contención. Cinco grandes elevaciones rocosas consideradas elementos sacros fueron integradas en el sistema de terrazas. Las cinco fueron trabajadas y sirvieron de soporte a pequeñas construcciones organizadas en torno a espacios descubiertos que rodeaban las rocas. La primera de las rocas trabajadas («R-1» en la Figura 3) se sitúa en el extremo oeste de la colina, a espaldas de los muros en zigzag. Los restos conservados y las improntas labradas en la roca dibujan la planta de un conjunto de habitaciones adosadas a la roca, que dan forma a dos patios cerrados («A» y «B» en la Figura 4, con los restos arqueológicos y su restitución). La calidad de la mampostería empleada en la construcción, los enterramientos descubiertos en sus inmediaciones (Paredes 2007: 243) y la presencia de una fuente en el interior de uno de los patios (el B) permite atribuir una función religiosa y ceremonial a este conjunto arquitectónico (Van de Guchte 1999; Staller 2008). La fuente está situada junto a una profunda hendidura en la roca que daba acceso a un sistema cárstico subterráneo que se extiende por debajo de las construcciones incas. La hendidura fue transformada en una galería («G» en la Figura 4) y sus paredes revestidas por muros de fina mampostería regular. Es bien conocida la importancia que juegan las cuevas en los mitos andinos de origen, común con otras culturas americanas como la mexica (Limón Olvera 1990). En nuestro caso, su asociación con una fuente de agua refuerza el valor religioso de este conjunto (Sherbondy 1995). A cincuenta metros de distancia de este primer conjunto se sitúa la segunda roca que afloraba en la superficie de la colina («R-2» en la Figura 3). Aunque esta zona no ha sido completamente excavada, es evidente su posición y su relación con un grueso muro (1,5 m de anchura) en forma de «T». La tercera y cuarta rocas («R-3» y «R-4» en la Figura 3) se sitúan en el interior de la Plataforma A. La primera es un bloque de gran desarrollo vertical y, por ello, los edificios construidos en su entorno fueron organizados en dos niveles superpuestos. En cambio, la segunda es una roca plana que aflora en la zona central y más elevada de la Plataforma. Su posición sirvió para fijar el límite de la Plaza Ceremonial (el «podio» en la Figura 3). En realidad, la zona rocosa que aflora irregularmente en el centro de la colina fue rodeada por muros de contención para transformarla en una extensa plataforma (la Plataforma A) con la forma de un trapecio irregular (vid. Figura 5, más adelante). En su interior se construyeron cinco edificios independientes destinados a usos religiosos y representativos, asociados con las rocas que afloraban en esta parte de la colina. El espacio libre entre los edificios fue regularizado y destinado a actividades artesanales de producción de objetos de prestigio, cuyos restos han aparecido en las últimas excavaciones (en 2011). La Plataforma A sirvió para construir cinco edificios. En cambio, la Plataforma B albergó un solo edificio unitario del que se conservan sus cimientos (Edificio de los Torreones). Éstos dibujan tres cuerpos compactos, uno de ellos circular, que probablemente corresponden a los «torreones» mencionados por Garcilaso de la Vega (2004 [1609]: 485-488) 6. Las dos plataformas construidas fueron complementadas con tres plazas. La mayor de ellas era un gran espacio rectangular situado entre las dos plataformas (Plaza Ceremonial). Por otra parte, delante de la fachada sur del Edificio de los Torreones se construyó una pequeña plaza rodeada por construcciones (Cancha Sur). Finalmente, a espaldas de los muros en zigzag se delimitó una plaza de planta romboidal destinada probablemente a albergar unos jardines sacros (Plaza Romboidal). Para crear el espacio de la Plaza Ceremonial y de la Cancha Sur fue necesario construir dos cuerpos de edificación apoyados en las terrazas escalonadas que descendían por la Ladera Sur de la colina («Ladera Sur» en la Figura 2). Las tres plazas estaban comunicadas por pasillos y corredores que sirvieron para organizar las circulaciones entre las plataformas y los edificios construidos sobre la colina.

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