Poder Popular Y Socialismo Desde Abajo
Jobido12 de Julio de 2013
6.085 Palabras (25 Páginas)357 Visitas
Introducción
La noción de poder popular es teórica y políticamente interesante porque la exigencia de pensarla surge tras una historia concreta: la de las limitaciones del socialismo obrerista y del populismo peronista.
se transfigura necesariamente en una política obrera. Se equivocan quienes cuestionan a la forma partidaria leninista por considerarla la culpable de la derrota del socialismo; en realidad el partido leninista era la expresión rusa del verdadero problema, a saber: la creencia de que la evolución de la conciencia de clase proletaria se hacía una sola cosa con la historia. En otras palabras, el inconveniente consistía en creer que la política se derivaba "con o sin mediaciones"; de una posición en la sociedad. Georg Lukács escribió un libro estupendo y quimérico intentando fundamentar la idea.la condición asalariada de la clase obreraNuestro primer punto de partida es la crisis de la convicción de que una situación social
El segundo punto de partida es el agotamiento de la construcción populista de la voluntad popular. El populismo fue una forma democrática de integración social de las clases populares y de refiguración de la relación entre economía y Estado después de la crisis capitalista de 1929. Para lograrlo los líderes populistas apelaron al nacionalismo y a cierto igualitarismo, que para algunas vertientes de izquierda constituían como "segunda independencia"; el inicio de un camino que, más adelante y superando al propio populismo, realizaría sus promesas plebeyas para transformarse en socialismo. Las condiciones históricas de esa política ya no existen. Baste pensar en qué fue de la promesa de "construir una burguesía nacional" que hizo el presidente Kirchner apenas asumió su mandato.
Hoy sabemos que ninguna praxis revolucionaria realista puede ser articulada sin una puesta en práctica de alguna forma de poder popular. Éste es un término dialéctico, es decir, transita conflictivamente entre la diversidad de los arraigos sociales (se es maestra de escuela, vendedor en los colectivos, desocupado, ama de casa, poeta, cartonero, obrero industrial) y la unidad ambigua de una designación que se dirige hacia lo cultural y lo político colectivo. Lo que esa indicación sumaria no dice es si esos arraigos "producen" lo colectivo. Tampoco establece si al tornarse política la conflictividad social se transforma en algo absolutamente diferente.
El poder popular no se presenta desnudo; nunca está allí. Eso es lo que lo distingue de la noción de soberanía popular, que es la voluntad latente de una mayoría de la población que se impone como poder constituyente. En cambio, el poder popular no es la expresión ideal de una mayoría. Es más exactamente la manifestación efectiva, real, de una voluntad colectiva. Por el contrario, la soberanía popular se funda en la opción de una serie de individuos; es una de las formas del contrato.
El gran problema del poder popular es cómo se constituye y qué sentido y qué efectos tiene sobre la diversidad social, qué formas de vida democrática propugna. Un análisis superficial diría que el poder popular es lo que "el pueblo" produce políticamente.
El "pueblo", sin embargo, no puede ser reducido a una mera condición dada (un lugar social aparentemente con capacidad de agrupar: por ejemplo, "los pobres" o "los oprimidos"). Por eso la visión ingenua del pueblo, que lo da por supuesto, es peligrosa. Oculta un proceso que no está en la superficie.
En este texto quiero distinguir entre una perspectiva populista del poder popular y una perspectiva socialista. La primera adopta como incuestionable que el pueblo es una entidad discernible, materializada en su identificación política (varguismo, peronismo, nasserismo, etc.). La segunda cruza la soberanía efectiva del pueblo con la diversidad de sus anclajes sociales. Sin embargo, y ése es el nudo teórico que es preciso deshacer con cuidado, una dicotomía tranquilizadora es inviable. No es posible decir que hay un concepto de poder popular deseable y otro indeseable, como si nuestras simples afirmaciones constituyeran una elaboración adecuada. No existe un abismo entre la apología populista que esencializa el pueblo para imponer una hegemonía y la crítica revolucionaria no populista que parte de una "ciencia" de la sociedad. La mala noticia es que las nociones de pueblo y poder popular conservan, incluso en su opción socialista, un lazo con el populismo. Estamos, desde el vamos, en un terreno contaminado. Es así que separar radicalmente poder popular y populismo es la forma menos útil de enfrentar la cuestión. El escaso valor de la discusión que aquí se emprende se medirá por el éxito o el fracaso en la propuesta de una noción de poder popular que evada al mismo tiempo el reduccionismo social del marxismo clásico y el reduccionismo politicista de la teoría populista.
El todo y las partes
Un filósofo marxista, Jacques Rancière, lo explica de la siguiente manera: el pueblo es una parte que es, o pretende ser, el todo. Esa ambigüedad está efectivamente presente en la noción de pueblo, que implica una situación de opresión (por parte de "la oligarquía", "los ricos", o "los poderosos"); pero esa parte oprimida es el todo legítimo de una comunidad. Pero a Rancière lo traiciona su ánimo "filosófico", porque lo decisivo no es esa ambigüedad conceptual, sino la manera de construirse como pueblo. Para que ese deseo hegemónico sea formulable de una manera creíble y exista en la práctica real es preciso que esté articulada políticamente.
El paso de la parte al todo, que es el salto mortal de lo social a lo político, se produce retroactivamente. Por eso Rancière nos hace una trampa: no es que "una parte" se torne el "todo"; en realidad hay partes, en plural. Esa "parte" que el filósofo político sugiere es ya una especie de todo ("los explotados", "los esclavos"). Es decir, que recién una vez que se plantean ser el todo es que las partes se saben como partes antes separadas. Por ende, vemos que la transición debe realizarse como una formulación retroactiva y no como una sumatoria o inducción. La conformación de un pueblo es inseparable de una historia. No importa que esa historia sea lejana o reciente; lo fundamental es que exista un hecho fundador. Así, por ejemplo, pueden ser momentos fundacionales las Invasiones Inglesas de 1806-1807, cuando el pueblo armado de Buenos Aires expulsó a los conquistadores, el 17 de octubre de 1945 en que el pueblo obrero liberó a Juan Perón de su prisión, o el 19-20 de diciembre de 2001 cuando un pueblo en potencia manifestó su "ya basta" al sistema político y social que pretendía sobrevivir a su naufragio.
El poder popular supone que el pueblo es agente de su propia experiencia, o más exactamente, que se reúne alrededor de un acuerdo que identifica una comunidad deseable y un orden indeseable (el "que se vayan todos" mostró esa dialéctica entre un nosotros y un ellos). Esa reunión implica una alianza entre lo diverso; no existe una construcción popular sin alguna práctica de alianza, porque se parte de una heterogeneidad y se construye una comunidad imaginada. Pero también evoca los problemas de la deriva populista que se resiste a cortar amarras con las clases dominantes (¿acaso no todos somos pueblo?) para construir una pacífica comunidad nacional que deposita su antagonismo en el exterior (el imperialismo, el comunismo, los inmigrantes), o bien que se transforma en unidad mítica destructiva, como cuando el nazismo hizo un "pueblo" en Alemania.
Ése es justamente el problema: ¿cómo pensar un poder popular que dirima de otro modo las escisiones de la sociedad? El problema es arduo porque hoy -en Argentina- no hay pueblo. Hay partes, existe lo social, tenemos culturas plebeyas, pero no pueblo. El nervio del pueblo en Argentina lo constituyó durante cuatro décadas el peronismo, y esa vía se extinguió. Su dificultad es propia del populismo, cuya capacidad de movilización nacional tiene como supuesto imaginario la anulación de las contradicciones sociales. Perón llamaba a eso "la comunidad organizada". Las hondas tensiones que de todos modos despertó no han demostrado poder cuestionar el objetivo integrador del democratismo populista. Su función histórica progresiva consistió en instalar a las clases subalternas como un actor relevante de la política nacional, lo que le acarreó el odio clasista y racista de la oligarquía.
El socialismo, insisto, pretendió resolver el desafío de la democracia de masas al designar a la clase productora en las fábricas como el sujeto esencial que iba a destruir el capitalismo y a construir otro orden social sin clases. Pero hacia el año 1900 estaba claro que entre la experiencia de la explotación fabril y la política revolucionaria había una brecha antes que una derivación inexorable. Algunos intentaron cubrir esa carencia del socialismo. El alemán Karl Kautsky a través de un partido encaramado en el Estado y el ruso Vladimir Lenin a través de un partido convertido en cabeza pensante del proletariado. Sus consecuencias históricas, el reformismo parlamentarista y el estalinismo, nos muestran que no lograron una democracia participativa de las masas (para decirlo con benevolencia). Tras esos fracasos, la izquierda posmoderna intentó desplazar del todo el terreno y ancló el conflicto en lo político. De lo social se pasó a la "autonomía de lo político". El teórico más conocido en Argentina
...