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Proyecto y construcción de una nación


Enviado por   •  15 de Diciembre de 2019  •  Reseñas  •  3.127 Palabras (13 Páginas)  •  155 Visitas

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                           IES Nro.1 Dra. Alicia Moreau de Justo

                                Profesorado superior en historia

Catedra: Historia Argentina I

Profesor/a:

Alumno: Nuñez Nahuel

Año: 2019

Halperín Donghi, Tulio. Proyecto y construcción de una nación (1846-1880), Biblioteca del pensamiento argentino II, Buenos aires, Ariel Historia, 1995.

En el presente estudio preliminar, Tulio Halperín Donghi se dispone a tratar lo que él mismo denomina un complicado contrapunto entre dos temas dominantes: la construcción de una nueva nación y la construcción de un Estado. Para dicho propósito, Halperín tomará dos premisas o hipótesis desde las cuales construirá su estudio. Por un lado, discutiendo la convicción muy largamente compartida (desde Sarmiento en 1883, a Pedro Hernández Ureña en 1938) de que la excepcionalidad Argentina en el marco hispanoamericano estaba dada por una etapa de progreso muy rápido en la segunda mitad del siglo XIX, pero Halperin postula que en realidad dicha excepcionalidad argentina radica es la encarnación en el cuerpo de la nación de lo que comenzó siendo un proyecto de algunos argentinos, cuya arma política era “su superior clarividencia.” En segundo lugar, Halperín marcara que el problema de este proyecto se encuentra en la distancia entre el legado político rosista y el inventario que de él hicieron sus adversarios, ansiosos por convertirse en sus herederos, resulto demasiado optimista. En consecuencia estos adversarios del orden rosista, quienes creyeron recibir por herencia un Estado central el cual podía ser usado para construir una nueva nación, debieron aprender que antes que la propia nación, o junto a ella, era precisa la construcción del Estado.

Este proceso solo estará concluido, propone Halperín, en 1880 con la culminación de la instauración del Estado nacional, que se suponía preexistente, cerrando un periodo de treinta años de discordias, marcados por la violencia política y la guerra civil.

En el comienzo del desarrollo de su estudio Halperín remarca que la concepción del progreso nacional, enmarcada como la realización de un proyecto previamente definido por un grupo de mentes esclarecidas, ha surgido como el deseo de las elites letradas hispanoamericanas que se encuentran sometidas al clima inhóspito de la etapa posterior a la independencia. En Argentina esta concepción será para Halperín, el punto de llegada del largo examen de conciencia sobre la posición de la elite letrada postrevolucionaria que emprendió la generación de 1837, compuesta por un grupo de jóvenes de las elites letradas de Buenos Aires y del interior que se proclaman destinados a tomar el relevo de la clase política que dirigió el país desde la independencia hasta la fallida tentativa de organización unitaria de 1824-27.  

Este grupo, autodenominado “la Nueva Generación”, se veía a sí mismo como el único con la hegemonía para dictar el rumbo del país, justificado en la posesión de un acervo de ideas que les permitiría orientar eficazmente a una sociedad esencialmente pasiva, por lo cual es la responsabilidad de esta nueva generación encarnar esas ideas, cuya posesión, les da todo el derecho a gobernarla. Pero esta nueva generación de 1837 vera de manera más evidente, en perspectiva de Halperín, a medida que avanza la década del cuarenta que la Argentina ha cambiado ya lo suficiente para saber que el político ilustrado debía buscar un modelo alternativo al ya destruido con el derrumbe del unitarismo. De esta manera al modelo del “legislador de la sociedad”, le sucede el del “político” que debe insertarse en un campo de fuerzas, no pasivas, sino, con las que debe formar alianzas.  Por otro lado, Halperín concluye que, no solo es el aparente cambio motono de la Argentina en el ocaso del rosismo lo que estimula el cambio entre de una actitud a otra, también se ve la influencia de la Argentina y los avances cada vez más rápidos de un capitalismo, que a los ojos de estos observadores, ofrece promesas de cambios más radicales que en el pasado.

Para el análisis de la década siguiente, la de 1840, Halperín comienza con el retrato que Alberdi realiza de un país que le está vedado. En la República Argentina 37 años después de su revolución, Alberdi exhibe una imagen del país demasiado favorable, a juicio del mismo Alberdi la estabilidad alcanzada gracias a la victoria de Rosas no solo hicieron posible una época  prosperidad, sino que finalmente puso las bases para institucionalización del orden político. Por otro lado, dos años antes que Alberdi, Sarmiento también proyecta un futo de la Argentina, que al contrario que el de Alberdi, excluye la posibilidad de que Rosas tome a su cargo la instauración de un orden institucional, basado en los cambios que el país ha sufrido y que será imposible borrar luego de la etapa de predominio de Rosas.  A su parecer, Halperín afirma que la diferencia entre el Sarmiento de 1845 y el Alberdi de 1847, debe buscarse en la imagen que uno y otro se han formado de la etapa postrosista; para Sarmiento esta debe aportar algo más que la sola institucionalización del orden existente y que lo más urgente debe ser acelerar el ritmo de esos progresos, el legado más importante del rosismo consiste, para Sarmiento, en la creación de una red de intereses consolidados por la moderada prosperidad que la dura paz impuesta por Rosas le ha dado al país: así la imagen de Rosas que Sarmiento propuso en el pasado se ha modificado con el paso del tiempo, el que antes fuera el “monstruo” aparece cada vez más como una supervivencia y un estorbo.

Esta imagen de Rosas, guiado por su propio capricho personalista, es la misma que se advierte, por ejemplo, en Hilario Ascasubi. Resalta, al igual que Sarmiento, la presencia de grupos cada vez más amplios con ansias de consolidar lo alcanzado durante la etapa rosista, mediante una rápida superación de esta misma, pero en contra partida, para Halperín Donghi, falla en la tentativa de definir de que grupos se trata. Será en cambio, para Halperín, un veterano unitario, Florencio Varela, quien sugiera una estrategia política basada en la utilización de la más grande contradicción del orden rosista: esa fisura la encuentra en la oposición entre Buenos Aires y las provincias del litoral, estas últimas aliadas naturales del Paraguay y Brasil; el futuro conflicto se desarrollará en torno a los intereses, y las consecuencias que traen aparejados, sobre la hegemonía de Buenos Aires sobre las provincias Federales.

De esta forma, Halperín Donghi, se dispone a analizar las transformaciones de la Argentina durante esta época, ligadas a los cambios de la economía mundial, los cuales no sólo ofrecían oportunidades nuevas al país, sino también riesgos. Descubre, de forma no sorprendente, la misma visión en el colaborador de Rosas, José María Rojas y Patrón, quien manifiesta que la presión de ese mundo exterior ha de manifestarse en la forma de una incontenible inmigración europea. Halperín descubre que Rojas y Patrón teme que esa marea humana arrase con las instituciones de la Republica, obligándola a oscilar entre la anarquía y el despotismo; por otro lado, le es igual o más sorprendente las análogas referencias de Sarmiento sobre el tema, para el cual las zonas templadas de Hispanoamérica tienen razones de sobre para temer al rápido desarrollo de Europa y de los Estados Unidos. En su perspectiva, Halperín afirma que, tanto en Rojas y Patrón, como en Sarmiento, se encuentras los ecos de la tradición borbónica que asignaba al Estado el papel decisivo en la definición de los objetivos de cambio económico-social y también el control sobre los procesos para orientar la consecución de dichos objetivos.

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