Que Es Es La Cultura
favi22 de Enero de 2012
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¿QUÉ ES LA CULTURA?
Angelo Altieri Megale*
La palabra cultura (del tema cult, perteneciente al verbo latino colo, colere, cultum = cultivar) significa etimológicamente cultivo. Como palabra fundamental, ella entra en composición con palabras específicas, que determinan su sentido general; así “agri-cultura” = cultivo del campo. Cicerón, en las Tusculanas (2, 13), emplea la expresión cultura animi en el sentido de “educación espiritual”; y Horacio, en las Epístolas (1, 1, 40. B), usa la palabra con el mismo sentido, si bien no añade término especificativo alguno. Cultura, atento a su definición verbal-etimológica, es, pues, educación, formación, desarrollo o perfeccionamiento de las facultades intelectuales y morales del hombre; y en su reflejo objetivo, cultura es el mundo propio del hombre, en oposición al mundo natural, que existiría igualmente aun sin el hombre. Cultura, por tanto, no es solamente el proceso de la actividad humana, que Francisco Bacon llama metafóricamente la “geórgica del animo” (De dignitate et augmentis scientiae, VII, 1); es también el producto de tal actividad, (CULTURA ES EL PRODUCTO DE LA ACTIVIDAD DEL HOBRE) de tal formación, o sea, es el conjunto de maneras de pensar y de vivir, cultivadas, que suelen designarse con el nombre de civilización. Así entendida, cultura es un nombre adecuado para aplicarse, sensu lato, a todas las realizaciones características de los grupos humanos. En él están comprendidos tanto el lenguaje, la industria, el arte, la ciencia, el derecho, el gobierno, la moral, la religión, como los instrumentos materiales o artefactos en los que se materializan las realizaciones culturales y mediante los cuales surten efecto práctico los aspectos intelectuales de la cultura (edificios, instrumentos, máquinas, objetos de arte, medios para la comunicación, etcétera).
Pero no siempre el término cultura ha tenido una extensión tan grande; anteriormente, máxime en la edad clásica, su denotación era mucho más restringida. En la antigua Grecia, el término correspondiente a cultura era paideya (lit. crianza de un niño; met. instrucción, educación perfecta), al paso que, en la Roma de Cicerón y de Varrón, se usaba la palabra humanitas (lit. naturaleza humana; met. dignidad humana, educación refinada). Se entendía por educación perfecta o refinada la que proporcionan las buenas artes, que son propias y exclusivamente del hombre y lo diferencian de los demás animales (A. Gelio: Noches áticas, XIII, 17). Las buenas artes eran la poesía, la elocuencia, la filosofía, etcétera, a las cuales se reconocía un valor esencial para la formación del hombre verdadero, del hombre en su genuina y perfecta naturaleza, o sea, del hombre concebido como pura mente, como puro espíritu. A partir del siglo I antes de Cristo, por obra especialmente del filólogo romano Varrón, se llamó artes liberales (o sea, dignas del hombre libre; los esclavos, en Grecia, estaban excluidos de la educación), en contraste con las artes manuales, a nueve disciplinas: gramática, dialéctica, retórica, aritmética, geometría, astronomía, música, y las dos últimas no fueron tomadas mucho en cuenta que son arquitectura y medicina. Destinado a permanecer inmutado por muchos siglos. Tomás fundaba la distinción entre artes liberales y artes manuales o serviles en que las primeras están dirigidas al ejercicio de la razón y las segundas a los trabajos del cuerpo, que en cierto modo son serviles, porque el cuerpo está sometido al alma y el hombre es libre según el alma. Para significar el arte manual o mecánico, en griego se empleaba la palabra banausía, que implicaba una valoración negativa de tal actividad como algo grosero y vulgar. Ya Herodoto (Historias, II, 155 sigs.) observaba que tanto los griegos como los bárbaros convenían en consideraban inferiores a los ciudadanos que aprenden un oficio y, en cambio, se consideraba como gente de bien a los que evitan los trabajos manuales y se dedican principalmente a la guerra.
Platón y Aristóteles basada en la esclavitud: saber hacer las cosas y el poder señorial es propio de quien no las hace pero las saber usar mejor que quien las hace, es decir, de un lado estaban los que lo poseían todo; del otro, los que no tenían más razón de existir que la de proporcionar los bienes necesarios para la existencia de los primeros. El esclavo no pasaba de ser un instrumento animado; y todos los que se dedicaban a los trabajos manuales no se diferenciaban substancialmente de los animales, porque también éstos (se decía) trabajan, luchan para proporcionarse el alimento y para satisfacer otras necesidades, porque también éstos son meramente soma (cuerpo) y no nous (mente pensante). Este concepto clásico de cultura es, pues, eminentemente aristocrático: no todos pueden acceder a ella, sino solamente los mejor dotados. Por otro lado, es naturalista, ya que excluye toda actividad ultra-mundana, o sea, que no esté dirigida a la realización del hombre en el mundo. Por fin, es contemplativa, al ver en la vida teórica, enteramente dedicada a la búsqueda de la más alta sabiduría, fuera de cualquier utilidad práctica, el fin último de la cultura. En la condena y subestimación del trabajo manual, máxime si tiende a la consecución de una ganancia, el concepto clásico de cultura se aviene perfectamente al sentido de la palabra latina otium (descanso de las ocupaciones de los negocios, tiempo libre porque no es ocupado por los negocios), en oposición a negotium (nec otium, a saber, ocupación, actividad práctica). El griego empleaba la palabra sjolé con sentido similar: ocupación de estudios, ocio, descanso.
La edad media en parte conservó y en parte modificó el concepto clásico de cultura: conservó los caracteres aristocrático y contemplativo, pero substituyó el carácter naturalista con el carácter religioso-trascendente: fin de la cultura es la preparación del hombre para el cumplimiento de los deberes religiosos y la consecución de la vida ultraterrenal. La filosofía adquirió una función eminente, pero diversa de la que había tenido en el mundo grecorromano: dejó de ser el conjunto de las búsquedas autónomas que el hombre organiza y disciplina de acuerdo con los instrumentos naturales que él posee, o sea, con los sentidos y la razón, y se convirtió en auxiliar de la teología para la defensa y la demostración, hasta donde sea posible, de las verdades reveladas (philosophia ancilla est theologiae). Sin embargo, la cultura medieval conservó, como se dijo arriba, los caracteres aristocrático y contemplativo, propios del ideal clásico. El carácter aristocrático fue afirmado sobre todo por la filosofía árabe: solamente a unos pocos (dice Averroes) es accesible la verdad filosófica; a los más sólo les queda la revelación religiosa. El carácter contemplativo se mantuvo en el conocimiento científico y filosófico y se acentuó en el contenido religioso como preparación y anticipación de la contemplación beatífica del alma en el reino celestial. En general, el saber de la Edad Media se significó por religioso y enciclopédico. El progreso del saber en la antigüedad se había caracterizado por una creciente especialización, producto de una cada vez más grande autonomía de las ciencias particulares respecto de la filosofía. Aunque ésta era reconocida como “la madre de todas las ciencias”, jamás logró sujetarlas a sus principios y a sus métodos, porque, a causa de la norma vigente de la libre investigación, ninguna corriente filosófica llegó a ser exclusiva por su prestigio o a gozar del apoyo oficial. Esta circunstancia, o sea, la imposibilidad de que un sistema filosófico se constituyera en sistema predominante y orientara la búsqueda en todos los campos del saber, junto con el amor desinteresado por la verdad y el contacto con la naturaleza, promovió aquel admirable florecimiento de descubrimientos que hace de los dos últimos cinco o cuatro siglos de la edad precristiana uno de los periodos más luminosos de la ciencia humana. En cambio, en la edad media, el interés por la búsqueda de lo nuevo y por el acrecentamiento del patrimonio científico decayó notablemente: la teología ya tenía listas las respuestas a los grandes problemas del Ser absoluto y universal, propios de la Metafísica; y, en cuanto al conocimiento de la naturaleza, la edad media aceptó sin reservas la ciencia aristotélica como una adquisición definitiva del pensamiento humano. Los programas de las escuelas no tenían otra finalidad que la formación de los clérigos. Para ello, resultaban suficientes las siete artes liberales: en la escuela de gramática, se estudiaba el latín, por cuanto era la lengua del clero; la enseñanza de la retórica y de la dialéctica tendía a la formación de los predicadores; la matemática era la llave para la interpretación del significado místico y simbólico de los números; el conocimiento de la astronomía servía para la compilación del calendario eclesiástico; por fin, huelga recordar la estrecha relación de la música con las ceremonias del culto. Desde luego, no todo significó estancamiento de pensamiento: al lado de las escuelas claustrales y episcopales, empezaron a surgir las primeras universidades laicas, animadas por un espíritu nuevo de intensa curiosidad, de independencia, de crítica, de libre movimiento, preludio de la edad moderna.
La edad moderna fue anunciada por un intenso y admirable movimiento cultural, que tuvo su primero y más importante centro en Italia. La intención declarada era “abrir las ventanas al pensamiento”, que había quedado encerrado dentro del sistema aristotélico-tomista. Ello implicaba el repudio del principio de autoridad y de la tradición y la afirmación del derecho a pensar
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