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Reflexiones Acerca Del Discurso Del Jefe Indio Seattle


Enviado por   •  15 de Septiembre de 2014  •  1.737 Palabras (7 Páginas)  •  578 Visitas

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El presidente de los Estados Unidos, o Gran Jefe Blanco de Washington, Franklin Pierce, envió en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Wáshington. A cambio, prometió crear una reserva para el pueblo indígena.

Del discurso que pronunció el jefe Seattle en respuesta a esta carta puede decirse lo mismo que de los grandes maestros de la Humanidad, que siempre se expresaron verbalmente y sólo muchos años después alguno de sus discípulos puso por escrito fragmentos de lo que recordaba haber escuchado. De lo que dijo Sócrates sólo conocemos lo que mucho después Platón puso por escrito, cuando ya tenía su propia escuela donde impartía su propia doctrina. Del mensaje de Jesucristo pronunciado originalmente en arameo conocemos versiones, de las que con mayor o menor arbitrariedad algunas son consideradas canónicas y otras muchas apócrifas, escritas muchos años después en griego, cuando las circunstancias históricas habían dado un vuelco y el cristianismo ya era religión oficial del imperio en lugar de ser secta mesiánica de un pueblo periférico.

El discurso del jefe Seattle de enero de 1854 fue pronunciado en lengua Lushootseed, traducido simultáneamente al Chinook (lingua franca entre los indígenas americanos durante el siglo XIX) y de éste al inglés. Basándose en notas tomadas sobre la marcha el Dr. Henry Smith publicó en 1887 (33 años después) en el Seattle Sunday Star lo que se conoce como versión original.

Durante los años 60 del siglo pasado circularon una segunda versión debida a William Arrowsmith y una tercera versión debida a Joseph Campbell, en un lenguaje más contemporáneo. La versión más reciente y famosa, pero también la más libre, es un trabajo del guionista Ted Perry para una película de 1972 sobre ecología llamada Home. Esta última versión es considerada por el movimiento ecologistas como el más completo, antiguo y breve tratado que existe sobre política sostenible, pero también ha sido señalada por sus detractores como una mixtificación por las licencias excesivas que se permitió introducir Ted Perry.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.

(...)

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.

(...)

Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.

El meollo de la respuesta de jefe Seattle, según esta versión, es que hay recursos que no se pueden ni poseer ni comprar ni vender, porque no tienen precio, o si hubiera que expresarla en los términos de la ciencia del hombre blanco, que los recursos naturales no se pueden cuantificar en términos monetarios.

La idea predicada por los neoliberales, dominante hasta ahora en el pensamiento económico, es que los recursos naturales son inagotables porque continuamente la tecnología, gracias al estímulo del libre mercado, descubre nuevos recursos. No importa lo escasos que lleguen a ser; cuanto más escasos, más subirá su precio, más ganará quien descubra recursos alternativos, y antes se desarrollará la tecnología necesaria para ello. Así pasó en su día con el carbón: no empezó a extraerse de las minas hasta que la madera de los bosques no comenzó a escasear, así pasó con el petroleo: no comenzó su extracción a gran escala hasta que el carbón no se encareció lo suficiente, así pasará supuestamente con las fuentes alternativas de energía. Incluso los territorios sin alterar, con su fauna y su flora endémicas, también son una mercancía. Si los habitantes de las ciudades los demandan para su ocio, y se obtiene alguna ganancia del negocio turístico, será rentable que estén protegidos. Conclusión lógica: los recursos naturales deben pertenecer a quienes posean el capital y la tecnología necesaria para explotarlos.

Si sólo se razona en términos monetarios, este argumento es irrefutable, pero puede ser desmontado fácilmente si se razona en términos energéticos. En un mundo limitado los recursos energéticos cada vez más se tienen que extraer de más profundidad, o de yacimientos donde están menos concentrados, o son de peor calidad (porque la mejor fue la que se extrajo primero). Cuando la energía necesaria para extraerlo y refinarlo iguale a la obtenida de ese carbón, de ese petroleo o de ese uranio, podemos

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