Santa Ana
pasita2116 de Mayo de 2013
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La Invasión Norteamericana tiene sus antecedentes en las políticas expansionistas de Estados Unidos que desde 1809 se venían observando: la compra de la Louisiana en 1803, la firma del Tratado Adams-Onís de 1819, con el que España cedió la península de la Florida.
Cuando México logró su independencia, Estados Unidos envió a Joel Robert Poinsett como representante para firmar un tratado de límites en el que Estados Unidos intenta infructuosamente anexarse la provincia mexicana de Texas. Posteriormente se inicia un proceso de ocupación pacífica en la que miles de emigrantes norteamericanos, agricultores y aventureros, se van estableciendo con o sin permiso de las autoridades mexicanas en esa región; desde 1823, con el permiso del gobierno mexicano, Stephen Austin comenzó a llevar emigrantes anglosajones a Texas. El 25 de agosto de 1829 Poinsett ofreció cinco millones de dólares por el territorio de Texas.
Para 1834 la afluencia de aventureros-mercenarios se hizo todavía más notoria, como es el caso de los firmantes de la declaración de independencia de Texas, B. T. Archer y P. B. Dexter, quienes eran buscados por fraude. El 1 de marzo de 1836 Texas proclamó su independencia de México y nombró presidente a David G. Burnett y vicepresidente a Lorenzo de Zavala.
Después de la firma del Tratado de Velasco (1836) el gobierno norteamericano, que había apoyado militar y económicamente a los separatistas, se apresuró a reconocer la independencia de Texas.
Durante cerca de diez años el gobierno mexicano no intentó recuperar la provincia rebelde pero no reconoció su independencia. En marzo de 1845 la República de Texas se anexó a Estados Unidos; la frontera sur reconocida en esta anexión fue el Río Nueces.
La anexión provocó que crecieran las tensiones que se agravaron cuando en 1845, el gobierno norteamericano ofreció pagar la supuesta deuda mexicana a colonos estadounidenses si México permitía que EE. UU. Comprara los territorios de la Alta California y Nuevo México.
El Presidente Norteamericano James K. Polk también ordenó al general Zacarias Taylor llevar un ejército a la frontera de Texas y México, el que se estableció en Corpus Christi en agosto de 1845. A principios de 1846 Taylor recibió órdenes de marchar con su ejército al sur, hasta el Rio Bravo. En marzo de 1846 tomó el camino de Matamoros en donde el 25 de abril de 1846, la caballería mexicana al mando del general Anastasio Torrejón derroto una fuerza norteamericana al mando del capitán Thorton.
Este motivo fue una buena excusa para que el presidente Polk pidiera la declaración de guerra al Congreso. "Sangre norteamericana había sido derramada en territorio norteamericano". El Congreso norteamericano le declaró la guerra a México el 13 de mayo de 1846 como consecuencia de los "actos agresivos" de México.
La distribución de las fuerzas Norteaméricas fueron Taylor por el noreste; Kearney ocupó Nuevo México y California. Scott inició una penetración cuya base fue el puerto de Veracruz y por el lado del Océano Pacifico el Comodoro John D. Sloat que con anterioridad ya había tomado posiciones.
Sucesivas batallas fueron ganadas por los invasores que avanzaron triunfantes en las batallas de Palo Alto y la Resaca de Guerrero o de la Palma, Monterrey, Saltillo y en febrero de 1847 sobrevino la célebre batalla de la Angostura con la cual el ejército mexicano logró frenar el avance de Taylor, pero no fue suficiente, pues los norteamericanos avanzaron hasta la ciudad de México, continuando con sus triunfos en San Ángel, Churubusco, Padierna, Molino del Rey y Chapultepec, Los norteamericanos tomaron la ciudad de México el 14 de septiembre y el gobierno mexicano se estableció en la ciudad de Querétaro.
De esta manera, se obtuvo la conquista de la ciudad de México. Tras el éxito de su invasión, Estados Unidos aprovechó los momentos que vivía la República Mexicana cuando sus ciudadanos no lograban un acuerdo de autogobierno, sin embargo, en los combates que se desarrollaron sobresalieron varios héroes dignos de mencionarse como los generales Nicolás Bravo y Antonio León, Coronel Lucas Balderas, Teniente Coronel Felipe Santiago Xicotencatl, Capitán Margarito Zuazo, los alumnos del Colegio Militar “Niños Héroes” y no podemos excluir la heroicidad de los soldados irlandeses que formaron el Batallón de San Patricio, entre otros.
Con la firma del “Tratado de Guadalupe Hidalgo” en el mes de febrero de 1848, México perdió más de la mitad de su territorio y se inició el retiro de las tropas invasoras. El 15 de junio de 1848 terminó finalmente esta ocupación.
Jesús Márquez Carrillo Centro de Estudios Universitarios
Facultad de Filosofía y Letras Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla PRESENTACION
A principios de los años setenta, los historiadores de México que pensaban acercarse a la historia de la educación con una lente innovadora tenían en su haber dos legados, uno que provenía del erudito historiador Joaquín García Icazbalceta y se remontaba a finales del siglo XIX y otro de los años cuarenta, proveniente de 1) etnólogos y antropólogos (Boas, Redfield, Gamio, Mendizábal) que buscaron aplicar conceptos sociológicos a los datos históricos, y 2) la filosofía historicista que se había dedicado a explorar la historia de las ideas y la vida de las instituciones coloniales desde un doble punto de vista, su especificidad jurídica y su funcionalidad social, política y económica.
Sin embargo, fue en el campo de la sociología y las ciencias políticas donde comenzó a emerger la historiografía crítica de la educación, mientras -por otra parte- la universidad pública mexicana experimentaba un importante aumento demográfico, que condujo al surgimiento de la profesión académica.
Una década más tarde, en los ochenta, la historia de la educación se convirtió en un campo de trabajo cultivado por un grupo heterogéneo de profesionales (filósofos, analistas políticos, pedagogos, químicos, antropólogos, abogados, sociólogos, economistas, psicólogos sociales, contadores públicos, etc.), influido de manera muy diversa por los desarrollos disciplinares de Europa y los Estados Unidos, a más de las inquietudes que manifestará la historiografía crítica de la educación.
En esta medida, la historiografía tradicional de la educación centrada en la historia de: 1) las ideas y los pensadores preocupados por la educación; 2) las instituciones y los sistemas educativos en cuyo marco se habían puesto en práctica o desviado ciertos principios y, 3) la legislación y las políticas públicas que habían favorecido o mermado el desarrollo de las acciones -fundamentalmente estatales- en materia educativa, experimentó un lento tránsito hacia nuevos temas, problemas y enfoques. Las cuestiones de quienes accedieron a la educación, cómo enseñaron los maestros y qué aprendieron los alumnos o cómo la institución escolar se relacionó con las estructuras más profundas y permanentes de la sociedad y la cultura -entre otras preguntas- le dieron sentido a una nueva forma de hacer historia, denominada, para diferenciarla de la anterior, historia social de la educación.
Hoy en nuestro país hay más de 25 instituciones que investigan o enseñan historia de la educación. Esto nos muestra su importancia, aunque quienes se dediquen a ella conformen un contingente con distintas trayectorias personales y posiciones desiguales en el establishment académico
La vitalidad del campo, sin embargo, no nos remite a la educación superior; la mayoría del cuerpo académico se ocupa de investigar o enseñar historia de la educación básica. Con excepción del Centro de Estudios sobre la Universidad, en ninguna otra parte del país hay un equipo de trabajo para impulsar la realización de investigaciones sobre la Universidad en todas las "facetas y elementos que constituyen su experiencia, su situación actual y su perspectiva." A lo más, existen esfuerzos individuales que en cierto modo son apoyados institucionalmente, sobre todo cuando se avecina algún aniversario digno de memoria, hay el interés de respaldar la hechura de una tesis o surge algún proyecto temporal de investigación. De hecho, varios de los trabajos que han profundizado en el acontecer de la educación superior mexicana son tesis de grado.
Frente a una visión uniforme del desarrollo de la educación superior -que suponía la permanente influencia del centro del país en los destinos educativos estatales-, ha comenzado a surgir un mundo mucho más complejo; el problema es que hoy sabemos más de ciertos procesos e instituciones, pero ignoramos la mayor parte del acontecer educativo mexicano; cuestiones como los de la periodización, el estudio de nuevos actores, el uso de nuevas fuentes o la historia de la vida cotidiana en los establecimientos apenas empiezan a tocarse.
El presente artículo se propone mostrar de manera sucinta la idea de educación superior que privó en México durante el siglo XIX y los niveles educativos en que ésta fue dividida. Su base es la producción bibliográfica regional a que tuve acceso. Me hubiera gustado salir del ámbito descriptivo y proponer un trabajo analítico de las instituciones, sus saberes y sus culturas. Pero, falto de información, tiempo, dinero y fuerzas, recojo mis velas para ocasiones más benignas.
EL CONCEPTO DE EDUCACION SUPERIOR
Durante la época colonial los estudios menores o de "primeras letras" se impartieron en la casa del alumno con algún maestro contratado
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