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LEYENDA DE SANTA ANA.

LITAHM2Trabajo13 de Octubre de 2015

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INDICE

INTRODUCCIÓN        

LEYENDAS        

METODOLOGÍA        

RESULTADOS        

CONCLUSIONES        

ANEXOS        

BIBLIOGRAFIA        


INTRODUCCIÓN

Dos Hermanas es un municipio perteneciente a la provincia de Sevilla y ubicado en la comarca del Área metropolitana de Sevilla. Geográficamente se encuentra situada en la depresión del río Guadalquivir y cuenta con 130.369 habitantes censados y por tanto es una de las doce ciudades andaluzas que superan los cien mil habitantes. Su extensión es de 160,52 km² , tiene una densidad de 808,12 habitantes/km² y se encuentra situada a una altitud media de 42 msnm. En los últimos 40 años ha tenido un fuerte crecimiento demográfico (en 1970 sólo tenía 39.677 habitantes), debido a su cercanía a la capital y a su actividad industrial. De hecho, muchas personas la denominan como ciudad dormitorio debido a estas razones.

La ciudad cuenta con un gran recorrido histórico desde la Edad Antigua hasta la Edad contemporánea, en las cuales existen medianos y grandes asentamientos humanos cerca del territorio municipal que han ido cambiando de nombre a lo largo de la historia.

Pero no es en la historia en lo que enfocamos el objeto de nuestra investigación. Dos Hermanas, al ser un gran municipio con una larga trayectoria histórica, posee diversas leyendas que han ido pasando de generación en generación y que a día de hoy siguen estando presentes en la vida de los residentes de la ciudad. Por esta razón, nuestro objetivo de la investigación será investigar sobre las diferentes leyendas e historias del municipio y hacer un análisis de las mismas con el fin de querer conocer cual de las diferentes leyendas es más conocida, y en qué sector de la población están más presentes dichas leyendas. Para ello contaremos con la ayuda de encuestas y entrevistas que serán realizadas a diferentes residentes de la población, como también una amplia documentación que hable de la historia de Dos Hermanas en lo referido a leyendas urbanas.

LEYENDAS

Dos Hermanas, al ser un municipio de gran población y una larga trayectoria histórica, cuenta con un amplio abanico de leyendas urbanas. Algunas de ellas han sido enseñadas de generación en generación, otras han sido aprendidas en los colegios y muchas de ellas actualmente carecen de existencia. Por eso, hemos investigado en diversas fuentes y hemos encontrado las diferentes leyendas aquí expuestas donde destacamos la de Santa Ana como la más importante.

LA ERMITA DE CUATRO

Levantada en el siglo XIII por orden del rey santo, tras la conquista de Sevilla, como cumplimiento de promesa por un favor concedido:

« ¡VALME, SEÑORA, VALME! Que si protegéis esta empresa, que bajo los auspicios del Cielo, para honra de Dios y gloria vuestra, acometí un día, yo os ofrezco levantar aquí un santuario, donde coloque vuestra imagen para perpetuar la memoria de tan grande beneficio, depositando sobre el altar el primer trofeo que gane a los enemigos de la Fe cristiana y de la Patria».

En esta ermita, de estilo mudéjar, nos encontramos a cuatro millas romanas de la ciudad de Sevilla, de ahí el nombre del lugar.

EL FANTASMA DE LA CALLE MELLIZA

Cuenta la leyenda, que un niño era muy travieso y no le temía a nada; bueno sí, había algo que le aterrorizaba y le quitaba el sueño, se trataba del fantasma de la calle Melliza.

La primera vez que lo vio fue al anochecer, iba desde su casa, en la Calle Real, a la casa de su abuela Socorro Gorostiaga, que vivía en la calle Botica, cuando poco antes de llegar, vio a lo lejos una figura envuelta en harapos oscuros y sucios con un candelabro en la mano izquierda; era el fantasma que atemorizaba por las noches a los vecinos.

Regresó a su casa corriendo; cuando le contó lo sucedido a su madre, ésta le tranquilizó diciendo:

  • No pasa nada Paquito, seguro que el fantasma es bueno.

Al poco tiempo, tuvo que ir de nuevo a un recado a casa de su abuela, esta vez era de día y no vio al fantasma, pero como no se le había olvidado el susto, miraba con recelo en el interior de los oscuros portales, cuyas puertas tenían llamador en forma de mano y una estampita de un Corazón de Jesús bendiciendo.

Sucedió, pasado un tiempo, que Socorro Gorostiaga cayó enferma y su hija Reposo le pidió a su hijo que pasara las noches en casa de la abuela para acompañarla por si necesitaba algo. Como podéis imaginar, lo primero que se le vino a la mente a mi abuelo fue la imagen del fantasma.

  • Pero madre, ¿Cómo me pides eso?, ¿no te acuerdas de que por allí se aparece un fantasma?, ¿qué será de mí cuando tenga que pasar por la calle Melliza? ¿Y si me coge?-.
  • No te preocupes Paquito, lo tranquilizó su madre, que la primera noche iré yo contigo y hablaremos con el fantasma.

Al anochecer, cargados con una olla de caldo de gallina reconstituyente para la enferma, madre e hijo se pusieron en camino; las calles estaban desiertas, solo un perro callejero olisqueando unas mondas de patatas en la calle Canónigo se les quedó mirando.

Al llegar a Melliza, una sombra alargada y parpadeante delataba la presencia del fantasma, mi abuelo apretó firmemente la mano de su madre, conforme se iban acercando, el fantasma, sin pronunciar palabra, comenzó a agitar sus brazos y a mover de arriba abajo el candelabro encendido.

  • Espérame aquí Paquito, voy a decirle una cosa al fantasma-, Reposo Mensaque soltó la mano de su hijo al que comenzaron a aflojársele las piernas viendo a su madre hablar bajito al oído del fantasma.

De lo que le dijo nada se supo, lo cierto es que el fantasma los dejó pasar y no solo esa noche, sino todas las noches siguientes en las que Paco regresó solo a visitar a su abuela Socorro.

A veces, dudaba si pasar o no, ya que el fantasma era muy grande y oscuro, pero cuando esto sucedía, de debajo de los harapos del espíritu surgía una voz que decía: - Pasa Paquito, no te voy a hacer nada-, de manera que al final, el fantasma terminó conociéndolo.

Ya de mayor, Paco supo que el fantasma no era más que un vecino de la calle que se dedicaba al contrabando, vistiéndose de fantasma para ahuyentar a los curiosos, y usando el candelabro para alertar a los que traían la mercancía de algún peligro o testigo inoportuno.

LA CASA DE LOS MARTINITOS

Allá por los años treinta, había una casa abandonada en la calle Real que se encontraba habitada por duendes, conocidos en Dos Hermanas como martinitos.

A veces, los niños, antes de marchar a sus casas al atardecer, se acercaban a la casa de los martinitos para ver si, a través de algún agujero de los tablones que cegaban sus ventanas, podían vislumbrar algo; aunque solo fuese la luz rojiza procedente del tesoro que los martinitos guardaban: un anillo con un enorme rubí, rojo como la sangre, que era permanentemente custodiado por estos duendes.

Suele suceder que la curiosidad puede más que el miedo, por ello, una tarde que hacía buen tiempo, dos hermanos, decidieron saltar por la tapia del corral de su casa para hacer una excursión a la vecina casa de los martinitos, que comunicaba con la suya por la parte trasera. Con la ayuda de una escalera de palo consiguieron encaramarse a la tapia; al otro lado, el corral de la casa abandonada se veía cubierto de hierbas, parecía que el suelo se encontraba mucho más cerca de lo esperado y que con un simple salto se podrían encontrar al otro lado. Antes de hacerlo estudiaron el escenario: el corral lleno de jaramagos y otros yerbajos, un pozo tapiado, un limonero seco y muy al fondo, la casa semiderruida. Una cancela de hierro descolgada comunicaba la parte trasera de la vivienda con el corral, dos ventanas con postigos de madera, un tejado de barro con agujero y una construcción anexa, que tal vez podría haber sido una especie de gallinero, componían el cuadro.

Tras discutir quien bajaba primero, decidieron saltar los dos a un tiempo, viéndose, al hacerlo, al otro lado de la tapia, cubiertos de maleza hasta las cejas y comprobando que el suelo no se encontraba tan cerca como ellos habían pensado. Tras recuperarse del batacazo, avanzaron temerosos hacia la casa, generalmente los martinitos duermen durante el día, era el momento de comprobar si efectivamente allí dentro se encontraba el fabuloso anillo, la joya del granate con oscuros fulgores rojizos, el gran tesoro que se encontraba expuesto sobre una gran piedra, según comentaban los niños.

Muy despacio, y comunicándose solo por gestos, fueron acercándose a la casa; antes de atravesar la cancela de hierro decidieron echar un vistazo al interior asomándose por una de las ventanas, empujaron uno de los postiguillos de madera carcomida y una vez que se acostumbraron los ojos a la oscuridad, comprobaron que el interior estaba desierto, un poyete con el agujero del anafre denotaba que aquella habitación debió ser la cocina, más allá se vislumbraba otra sala algo más iluminada por la luz que entraba por el vencido tejado, de los martinitos ni rastro. No había más remedio que entrar, en caso de que existiese el anillo estaría en alguna de las salas internas. Atravesaron la cancela de hierro, en la misma estaba labrada una fecha: 1850, accedieron a un pequeño patio con tres puertas, eligieron la frontal, había que seguir avanzando pero la puerta parecía atrancada, del otro lado les llegaba un olor húmedo y podrido, como de ataúdes desenterrados, el olor del miedo.

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