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Stalin, Politica Exterior


Enviado por   •  6 de Marzo de 2014  •  1.941 Palabras (8 Páginas)  •  261 Visitas

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Aunque en otro lugar se tratará acerca de la evolución entre los dos mundos en que quedaron divididos los antiguos aliados hasta 1945, es necesario considerar de forma somera algunos aspectos fundamentales de la posición soviética respecto a estas cuestiones. En consecuencia, lo primero que resulta preciso es abandonar las opiniones simplificadoras. Ni Stalin estaba dispuesto a emprender una expansión sin límites, siempre al borde del estallido de una guerra mundial, ni fue posible en ningún momento una verdadera paz entre los países con instituciones democráticas y la URSS.

Lo que caracterizó a Stalin desde el punto de vista de las actitudes básicas respecto a la política exterior fue una mezcla muy particular de ideología, paranoia, dureza de fondo, expectativas carentes de fundamento y deseos de imposible cumplimiento. La ideología le hacía pensar, por ejemplo y como ya sabemos, que la convivencia entre el mundo democrático y el capitalista era simplemente imposible e incluso que, en el caso de un enfrentamiento, tenía todas las de ganar en su favor. La paranoia nació de esta imposibilidad de acuerdo entre los dos mundos, de la conciencia de que las destrucciones le imponían un alto en el camino de cualquier propósito expansivo y en la visión conspiratorial de la Historia que siempre le caracterizó. A los yugoslavos les comentó que se tomaría un descanso de quince o veinte años para luego reanudar la confrontación con el capitalismo.

Las medidas de espionaje, las operaciones de servicios especiales y guerra psicológica que los occidentales desarrollaron tendieron de forma inevitable a acentuar su sensación de peligro. Pero si éstas no hubieran existido, el resultado hubiera sido idéntico. En el fondo, Stalin necesitaba la guerra fría incluso de cara al interior de la URSS. Aunque no quisiera la guerra, llevó a cabo una serie de acciones que de forma inevitable favorecían su posible estallido.

Por otro lado, una concepción brutal y despiadada de la política explica su incomprensión radical con respecto a los aliados. En pura teoría, Stalin, más que en la posesión territorial, confiaba para después de la guerra en un orden internacional que le protegiera, por más que a medio plazo juzgara que el enfrentamiento era inevitable. Eso es lo que explica la diferente percepción respecto a las conversaciones de Yalta. Stalin no pensó nunca que sus aliados democráticos pudieran imaginar que él no tomaría el poder de forma total en Europa del Este, mientras que estos últimos no concebían las razones por las que él pudiera hacerlo, ya que se le habían dado todas las seguridades de que se le otorgaba una hegemonía en esta zona, con la que podía crearse un glacis protector.

Un elemento esencial para comprender la política exterior de Stalin es su ansiosa búsqueda de la seguridad. Más que expansivo, Stalin parece haber sido inseguro, hasta el punto de que necesitaba la sumisión completa de quienes estaban en sus fronteras. Eso suponía la adopción del mismo sistema político y social y, además, el aprovechamiento absoluto de cualquier debilidad, aunque fuera aparente, del adversario para mejorar la posición propia. De esta forma, la guerra fría fue inesperada pero, al mismo tiempo, estaba predeterminada desde el mismo momento de concluir las operaciones bélicas y, aun estando muy lejos de haber sido planeada por Stalin, al mismo tiempo resultaba muy difícilmente evitable.

Litvinov, que había sido el principal inspirador de la diplomacia soviética, en sus indiscreciones de cara al mundo occidental les dijo a sus interlocutores que el factor principal de inestabilidad era la búsqueda de seguridad sin límites claramente definidos, así como la ausencia de determinación occidental a resistir pronto y con firmeza. Irónicamente para lo que se juzgaba en las democracias, resultaba que la URSS era menos peligrosa cuando lanzaba grandes y enfervorizados ataques a los países occidentales que en los momentos en que parecía estar dispuesta a aceptar el orden internacional, pero podía en cualquier momento aprovecharse de la supuesta debilidad del adversario.

Todas estas circunstancias explican que, apenas dos años después de haber obtenido la gran victoria en la guerra, Stalin llegara nuevamente a la conclusión de que su seguridad estaba en peligro. De ahí el brusco cambio de la tendencia de la política soviética, desde una actitud de frente popular a otra basada en la confrontación con Occidente, aunque ésta no tuviera que llevarse a cabo por procedimientos bélicos.

Stalin, en efecto, actuó con respecto a los comunistas de otras latitudes de idéntica manera a como lo hacía con la dirección soviética, es decir, como un dios todopoderoso rodeado por sus arcángeles. En realidad, transmitió órdenes y no pretendió en ningún momento intercambiar pareceres. Mantuvo contactos con los líderes comunistas de todo el mundo por el procedimiento de organizar conversaciones secretas en Moscú. Esos dirigentes acudían a la capital de la URSS como los fieles del Corán a La Meca y, una vez allí, debían soportar largas esperas hasta ser recibidos.

Stalin les atendía con maneras corteses y les concedía ayudas pero, al mismo tiempo, les hacía sugerencias, incluso algunas muy precisas como, por ejemplo, la que hizo a Tito para que sumara a Bulgaria en una federación balcánica. A muchos de estos líderes les dio instrucciones que se referían a la más estricta política interna, acerca de cómo tenían que dirigir sus países. A Mao, por ejemplo, le recomendó plantar caucho en la isla de Hainan. El comunismo de la época, por tanto, implicó una absoluta sumisión a la URSS y a Stalin. Incluso quienes mantuvieron una línea de independencia, como fue el caso de los yugoslavos, sentían un entusiasmo sincero y sin límites por la URSS, lo que tenía como consecuencia que aceptaran los súbitos cambios de posición a los que se vieron obligados porque Stalin los había decidido sin contar con ellos. En política exterior, puede decirse que el comunismo soviético, que en los años veinte había pasado

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