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VIDA Y OBRA DE SIMON RODRIGUEZ

CRIVEROSA13 de Agosto de 2013

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Introducción

Simón Rodríguez significa un nombre-símbolo en el proceso de sociogénesis cultural latinoamericana, especialmente en el ámbito educativo, en tanto es, cronológica y pedagógicamente, el Primer Maestro de América. Si bien compartió espacios e ideales con los grandes emancipadores de Nuestra América es, quizás, el más desconocido, y de su larga y azarosa vida, quizás su etapa chilena sea, a su vez, la más ignorada.

Sus ideas democráticas y reformistas respecto a la Escuela, escritas ya en 1794 en Caracas, se irán robusteciendo a través de sus ricas experiencias como caminante por Jamaica, Estados Unidos y gran parte de Europa. Desde su retorno (1823), intentará sistematizarlas por escrito e implementarlas a través de sucesivos y frustrados ensayos desde Cundinamarca hasta la Araucanía, acompañando a su discípulo Simón Bolívar o reivindicando su nombre tras su muerte en 1829.

A pesar de que no logró sus objetivos institucionalizadores, dadas las condiciones social-históricas y su propia condición de ‘adelantado a su tiempo’, su legado sociopedagógico y ético mantiene, por lo mismo, una sorprendente vigencia. No sólo fue émulo de A. Bello y de J.E. Pestalozzi, entonces, y antecesor ideológico del americanismo de D.F. Sarmiento, J. Martí, J.C. Mariátegui o P. Freire, entre otros, sino, también, precursor de insignes psico-pedagogos del mundo y de este siglo como A. Ferrière, J. Dewey, J. Piaget o L.S. Vygotski.

En este Ensayo procuraré bosquejar su itinerante biografía e inquietantes ideas y acciones, deteniéndonos especialmente en su estancia chilena, y destacando sus innovadores aportes a la educación latinoamericana, omitiendo las obvias influencias recibidas, para privilegiar, más bien, su propio proceso creativo y sus productos anticipatorios, tal como aparecen enunciados en sus escritos y practicados en su indómita y original conducta personal-social. Personaje y circunstancias : antecedentes.

"Sólo pido a mis contemporáneos una declaración que me recomiende a la posteridad como el primero que propuso, en su tiempo, medios seguros de reformar las costumbres para evitar revoluciones, empezando por la economía social, con una educación popular" (Sociedades americanas en 1828, Lima, 1842).

Arraigo y desarraigo de la parroquia caraqueña (1771-1796).

Resulta una sorprendente coincidencia el hecho histórico de que cuatro de los grandes Emancipadores de nuestra América sean venezolanos y, además, vecinos caraqueños: Francisco de Miranda (1750), Simón Rodríguez (1771), Andrés Bello (1781) y Simón Bolívar (1783). Más aún, que los cuatro hayan departido y compartido sus ideas libertarias y autonómicas en Europa (Londres) y que todos ellos, por desarrollarlas y practicarlas, hayan fallecido fuera de la Patria chica (España, 1816; Perú, 1854; Chile, 1865, y Santa Marta, en Colombia, 1829, respectivamente).

De este formidable y libérrimo cuarteto ha tendido a quedar en el olvido, tal vez opacada por la fulguración de los otros, la figura de don Simón Narciso Carreño Rodríguez. Nacido ‘expósito’, durante la noche entre los días 28 y 29 de Octubre (de los ‘santos’ Simón y Narciso, respectivamente), presuntamente hijo de un Presbítero: Alejandro Carreño, al igual que su hermano, el músico don Cayetano Carreño; pronto el joven prescinde del apellido paterno conservando el de su madre, doña Rosalía, autonominándose sólo Simón Rodríguez.

Precoz y autodidacta, recibe a los veinte años (1791), por parte del Ayuntamiento de Caracas el título de ‘Maestro’ de la Escuela de Primeras Letras (1767), en la que laboraba desde Junio de 1790, llegando a tener a su cargo, en 1793, 114 alumnos, con un sueldo de cien pesos. Durante estas dos décadas, recibirá el influjo de la cultura citadina de la época (Ilustración, revoluciones estadounidense y francesa y, muy especialmente, de Rousseau y su ‘Emilio’); por lo dicho en la Introducción, no ahondaremos aquí en este respecto, asumiendo sí lo expresado por su biógrafa M. Alvarez (1977: 24): "Las ideas educativas de Simón Rodríguez no surgen del vacío, ya que una personalidad se fragua en determinada situación que actúa sobre el hombre, aunque a su vez éste modifique el medio circundante por propia iniciativa". Es la última parte de este aserto la que enfatizaremos en esta semblanza del personaje y su quehacer educativo.

En 1793, don Simón se casa con María de los Santos Ronco, a quien abandona, para siempre, como todo lo querencial, al dejar Caracas (1797); sólo muchos años después (1825) podrá socorrerla económicamente, por la vía del Libertador, entonces Presidente de la Gran Colombia, con quien - precisamente -, inicia una perdurable relación pedagógica, gatillada por un acontecimiento trascendental sucedido en 1795: al cumplir doce años el huérfano Simón Bolivar, quien ya era alumno en su Escuela desde 1792, es entregado al maestro Simón Rodríguez, como pupilo interno en su propio hogar, hecho que traerá consecuencias significativas y cruciales para ambos Simones venezolanos (Ver, MIJARES, 1987: 25 y ss., y RUMAZZO, 1993: 301 y ss.)

La primera expresión crítico-constructiva la comunicará el novel maestro en sus ‘Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras de Caracas y Medios para lograr su Reforma para un Nuevo Establecimiento’ (1794), convirtiéndose en el primer postulado de innovación educativa en Venezuela (y tal vez en América Latina). Con el agregado, eso sí, de que su Proyecto es autonómico, crítico, democratista y ajeno a los intereses foráneos. Junto con denunciar 6 ‘reparos’ a la Escuela en la cual ejercía su rol docente, el Maestro enuncia los Principios que regirán, desde entonces, su Ideario Pedagógico: Educación Primaria Pública, Universal (para ‘pardos y blancos’, aunque separados), Gratuita, Obligatoria, práctica y social, en tanto cimiento del resto del sistema, ya que preestablece los vínculos adaptativos individuo-sociedad requiriendo, por tanto condiciones ambientales y logísticas (muebles, por ejemplo) adecuadas, y personal idóneo para ejercerla. Debemos agregar que, además, en 1893, el Maestro propone al Cabildo, sin lograrlo, la ‘creación de una Escuela de Niñas’. (Ver, Ruiz, 1990: 247). Este tinglado conceptual e instrumental, hoy ya consagrado - al menos en teoría -, constituía para aquel entonces un posicionamiento vanguardista y previsor. Si bien el Proyecto es, en lo general, aprobado, recibió ‘reparos’ por parte del Fiscal de la Real Audiencia, visto lo cual el díscolo don Simón decide renunciar a su cargo (9 de Octubre de 1795), concentrándose en su tutoría magisterial sobre su discípulo predilecto Simón Bolívar y, tras incursionar en acciones políticas (Gual y España), parte al exilio (entre 1796 y 1797), sin saber - como Bello en 1810 - , que nunca más volvería a pisar suelo venezolano.

Al partir, nuestro personaje no sólo abandona su nombre y los vínculos parroquiales que lo identificaran durante 26 años, sino que cierra sus compuertas para la aventura dromomaníaca que lo llevará a hollar los senderos, durante otros 26 años, del Norte de América y la vieja Europa (excepto la opresora España). El desanclaje basal endogámico (su condición de expósito) y su rebeldía inclaudicable, operarán persistentemente en el iterativo deambular, mutar y mudar de lugares, cariños e involucraciones afectivas. El desarraigo identificatorio se expresa en su auto-percepción y asunción de nombres: desligado del paterno Carreño y del materno Rodríguez, zarpará de La Guaira rumbo a Jamaica con el encubridor y simbólico nombre de Samuel Robinson, con el cual se protegerá y arropará en el extranjero, hasta volver a Cartagena (1823), y reasumirse como Simón Rodríguez.

Así aludirá medio siglo después (1847) al traumático nacimiento y lacerante protosentimiento: "Ya estoy cansado de verme despreciar por mis paisanos. Abogaré sí por la primera enseñanza como lo he hecho siempre, porque mi patria es el mundo y todos los hombres mis compañeros de infortunio. No soy vaca para tener querencia ni nativo para tener compatriotas. Nada me importa el rincón en que me parió mi madre, ni me acuerdo de los muchachos con quienes jugué al trompo" (O.C., II: 1975: 538). Su discípulo insigne, el Libertador, ratifica esta radical desvinculación afectiva y este libérrimo afán del Maestro, al escribir a don Cayetano Carreño, justificando, años después, aquella lejana partida: "Su hermano de usted es el mejor hombre del mundo, pero como es filósofo cosmopolita, no tiene patria, ni hogar ni familia, ni nada" (Bolivar, O.C., II, 1950: 156).

Su hiperbolizada conciencia social, su carácter irónico, díscolo e innovador, su tenaz consecuencia, desde entonces y siempre, con los principios que lo impulsaban, en fin, su rebeldía inclaudicable frente al statu quo vigente. (‘El autor es Republicano- profesa en Sociedades…- y tanto! Que no piensa en ninguna especie de Rey, ni de Jefe que se le parezca’), no sólo le depararon frustraciones y amargas experiencias personales sino que, además, avalaron el secular silencio sobre su obra y, especialmente, sobre su revolucionaria Pedagogía. Principios de pedagogía social y de psicología educacional preconizados hoy y consagrados por las Ciencias Sociales y Humanas, aparecen escritos y aplicados – como veremos –por este educador venezolano, con escasa aceptación por el oficialismo de la época.

Viajando por el Norte de América y de Europa (1797-1823).

Durante un tiempo don Samuel Robinson demora por Jamaica aprendiendo, entre otras cosas, inglés, en una escuela común,

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