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AMERICA LATINA ANTE LA NUEVA ECONOMIA

OLIVERJSANCHEZV13 de Octubre de 2014

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MILA GASCÓ

AMÉRICA LATINA

ante la nueva

economía

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América Latina ante la nueva economía

Mila Gascó

Analista del Instituto Internacional de Gobernabilidad

e-mail: mila.gasco@iigov.org

Resumen

Nos encontramos ante un nuevo contexto cuyos atributos

más sobresalientes son la información y el conocimiento, la

globalización y la interconexión en redes. Esta situación exige

que ningún país pueda demorar la implantación efectiva

de políticas públicas integrales que faciliten la transición hacia

esta nueva economía del conocimiento. No obstante, constituye

una realidad el hecho de que los procesos de inserción

en este contexto son intensos pero parciales, heterogéneos y

desequilibrados. Por ello, el presente artículo pretende abordar

específicamente en qué términos se está produciendo la

transición hacia la nueva economía en los países de América

Latina y el Caribe para detectar, así, los desafíos que esta

integración plantea en cuanto a su desarrollo.

La nueva economía no es la que viene, es en la que estamos ya, la que

se está desarrollando desigual y contradictoriamente en todas las partes

del mundo y que se caracteriza por ser informacional, global y estar conectada

en redes (Castells, 2000a).

1 En concreto, la nueva economía se caracteriza por estar basada en las tecnologías de la

información y la comunicación de base microelectrónica y por tener una forma central de

organización que es Internet.

Revista Instituciones y Desarrollo Nº 8 y 9 (2001) págs. 411- 440. Institut Internacional de Governabilitat

de Catalunya, Còrsega 255, 5º 1ª 08036 Barcelona, Espanya

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Efectivamente, en primer lugar, se trata de una economía centrada

en la información y el conocimiento1 , aspectos que se convierten en

los factores clave de la producción, la productividad y la competitividad

de todos los agentes involucrados en este nuevo paradigma (empresas

pero, también, ciudades, regiones e, incluso, naciones) y,

consecuentemente, en la herramienta esencial del desarrollo económico y

social de nuestro mundo. Ello significa que ninguno de dichos agentes

podrá incorporarse a la nueva economía sin asimilar, previamente, el

sistema tecnológico de la era de la información lo que, sin implicar

necesariamente la producción local de hardware tecnológico, exige la

habilidad para utilizar tecnologías avanzadas de información y

comunicación así como la capacidad para reorganizar la sociedad (Castells,

1998).

En segundo lugar, la nueva economía es una economía global; es

decir, “cuyos componentes nucleares tienen la capacidad institucional, organizativa

y tecnológica de funcionar como una unidad en tiempo real, o en un tiempo establecido,

a escala planetaria” (Castells, 2000b). Una economía globalizada no

necesariamente tiene que estar fuertemente internacionalizada o

mundializada (Couriel, 1998). De este modo, su principal característica

estriba en que muchas de las decisiones políticas o regulaciones que van

a afectar decisivamente nuestras vidas se toman fuera del espacio nacional,

en uno de tipo transnacional no configurado institucionalmente como

espacio ni como comunidad política.

Para Estefanía (1998), entre otros autores, y en términos generales,

tres son las causas que han conducido a esta nueva situación: 1) la aceleración

de los ritmos de apertura económica y de los intercambios de mercancías

y servicios, 2) la liberalización de los mercados de capitales que

ha integrado las plazas financieras y las bolsas de valores de todo el mundo,

haciéndolas interdependientes y 3) la revolución de la tecnología, la

información y las comunicaciones a la que ya nos hemos referido con

anterioridad.

Finalmente, esta economía informacional y global es, a su vez, una economía

en red. Y es que lo más propio de la explosión tecnológica y de la

digitalización electrónica se refiere a sus efectos de integración, interconexión

y formación de redes que constituyen la nueva morfología social de nuestras

sociedades y cuya difusión lógica modifica sustancialmente la operación y

Mila Gascó

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resultados de los procesos de producción, experiencia, poder y cultura

desconcentrándolos geográficamente para volverlos más flexibles y adaptables

a las cambiantes condiciones de la actual economía, interconectada y global.

Ante esta situación, no cabe duda de que ningún país puede demorar

la implantación efectiva de políticas públicas integrales que faciliten el

acceso a la nueva economía del conocimiento que describimos. No obstante,

constituye una realidad el hecho de que los procesos de inserción

en este contexto son intensos pero parciales, heterogéneos y desequilibrados

(Bouzas y Ffrench Davis, 1998). El impacto sobre el crecimiento

y la composición de la actividad económica, las características del empleo,

las formas de organizar los procesos productivos, las expresiones

culturales o los patrones de interacción social, por hacer referencia sólo a

algunos importantes aspectos, es diferente según la región del mundo

considerada. Por ello, es menester abordar específicamente en qué términos

se está produciendo la transición hacia la nueva economía en los

países de América Latina y el Caribe para detectar, así, los desafíos que

esta integración plantea en cuanto a su desarrollo.

1. América Latina y su inserción en la economía mundial

Tres son los componentes principales que han caracterizado tradicionalmente

los procesos de integración en la economía mundial y que siguen

siendo elementos fundamentales en la nueva economía global

(Castells, 2000b; Ffrench-Davis, 1998): 1) el comercio internacional, que

ha constituido la principal forma de intercambio de bienes y servicios

entre economías nacionales, 2) la dimensión financiera o conexión entre

las bolsas de comercio y entre los mercados de bonos y otros instrumentos

financieros2 y 3) la inversión productiva o inversión extranjera directa

(que, recientemente, se produce especialmente desde los países desarrollados

y entre países en desarrollo).

2Que, para Castells (2000b) es fruto de: 1) la desregulación de los mercados financieros en la

mayoría de los países y la liberalización de las transacciones transnacionales, 2) el desarrollo de

una infraestructura tecnológica, 3) la naturaleza de los nuevos productos financieros, 4) los

movimientos especulativos de los flujos financieros y 5) la aparición de agencias de calificación

de riesgos.

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¿Cuál es la situación de la región latinoamericana en cuanto a estos

elementos?

Debemos empezar afirmando que la agenda de las políticas exteriores de

estas naciones se ha caracterizado, en los últimos años, por su orientación predominantemente

económica y comercial. Así, en este sentido, los intentos de

integración han hecho énfasis en la intensificación del esfuerzo exportador y en

la liberalización de las importaciones.

Con respecto a la primera línea de acción, y a pesar del espectacular deterioro

de la participación latinoamericana en el comercio mundial3 (GRÁFICO

1), la década de 1990 ha culminado con el crecimiento más rápido del volumen

de las exportaciones reales de la historia regional (8,9% entre 1990 y 1999) al

que ha contribuido especialmente la notable expansión de las exportaciones

mexicanas (GRÁFICO 2). Así mismo, se ha producido una importante diversificación,

no obstante todavía inadecuada, tanto en términos de productos

como de destinos (GRÁFICOS 3 y 4). De este modo, la dependencia estructural

de los ingresos provenientes de los productos básicos y materias primas

está empezando a modificarse ligeramente4. Así pues, con respecto a la reestructuración

productiva, la región ha generado tres patrones básicos de especialización.

El primero se distingue por el dinamismo de las exportaciones manufactureras

con altos componentes de insumos importados, orientadas primordialmente

hacia los Estados Unidos (este patrón es el que destaca en México,

Centroamérica y algunos países del Caribe). El segundo conjuga el predominio

de exportaciones primarias o industriales de uso intensivo de recursos naturales

hacia fuera de la región, con un comercio intrarregional mucho más diversificado

(se trata del modelo dominante

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