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ANTOLOGIA

ferxs0111118 de Febrero de 2013

20.481 Palabras (82 Páginas)408 Visitas

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Índice

1.-Anne Bonny……………………………………………9

2.-De la Marimonda no se habla…………………………...11

3.-El armado……………………………………………..14

4.-El barco negro de Nicaragua……………………………17

5.-El caleuche……………………………………………19

6.-El callejón del beso…………………………………….21

7.-El callejón del muerto………………………………….23

8.- El Cerro de la Bufa…………………………………...27

9.-El fantasma de la monja………………………………29

10.-El jinete sin cabeza………………………………….34

11.-El puente del clérigo…………………………………35

12.-El señor del rebozo…………………………………..39

13.-El silbón de Guanarito………………………………42

14.-El sombreron………………………………………..44

15.-El tesoro de la Peña del valle de bravo………………...49

16.-Ká chachola………………………………………...50

17.-La casa del trueno…………………………………..55

18.-La calle de la quemada………………………………58

19.-La cruz del diablo…………………………………...63

20.-la leyenda de la mulata de córdoba…………………….65

21.-La llorona………………………………………….67

22.-La sayona………………………………………….70

23.-La virgen de tecaxic…………………………………72

24.-Las costillas del diablo……………………………….75

25.-La leyenda del murciélago……………………………76

26.-Leyenda de juan de Ruíz…………………………….78

27.-Los bandidos de agua zarca y su tesoro……………….80

28.- Un Saludo al Tesoro del Nevado……………………..83

29.-Glosario……………………………………………86

30.-comentarios u opiniones……………………………..90

A

ANNE BONNY

Anne Bonny llegó al mundo a fines del XVII en algún lugar cercano a Cork, en Irlanda, fruto de una aventura extra-matrimonial de un abogado llamado William Cormac con la criada de la familia, Mary Brennan. Cuando nació, su padre la vistió de varón para hacer creer a su mujer que era el hijo de un pariente al que debía educar. Pero el engaño no dio resultado y la esposa descubrió la verdad. Tras perder su cargo, su padre emigró a Carolina del Norte junto a su hija y la madre de ésta. En el nuevo país, William Cormac supo arreglárselas para volver a amasar una fortuna invirtiendo en distintos tipos de plantaciones. Gracias a esto logró mantener el nivel de vida acomodado que llevaba en Irlanda.

Mientras vivió con su padre, fue considerada un buen partido, y se pensaba que haría una buena boda; pero ella arruinó cualquier plan que tuviera el padre, pues se casó sin su consentimiento con un marinero llamado James Bonny, quien había flirteado con la piratería, lo cual enojó al padre hasta tal extremo que la echó de casa y el marinero, que se había casado con ella por su situación económica, se vio defraudado en sus expectativas y embarcó con la esposa rumbo a Nassau, en las Bahamas. Se dice que llegaron a este refugio de piratas a borde de un pequeño velero, donde la suerte sonrió a James al entrar a formar parte del servicio del Gobernador de la isla, Woodes Rogers, en calidad de informador.

Fueron varios los factores que contribuyeron a que Anne Bonny se hiciera pronto célebre en la isla. Tenía un carácter arrollador, sus modales eran tan vulgares como los de cualquier pirata y, además, era atractiva. Todo esto, unido al hecho de que su marido pasaba largas temporadas fuera de casa a consecuencia de su empleo, provocó que fuera cortejada con frecuencia y que tuviera numerosos escarceos amorosos. Acabó enamorada del pirata John “Calico Jack” Rackham. Éste le compraba regalos y le instó a abandonar a su marido por él. Parece que el pirata ofreció dinero al esposo para comprar la libertad de Anne, pero James recurrió al Gobernador para retenerla. Entonces los dos amantes decidieron huir y y volver a la piratería.

Para poder permanecer en el barco, Anne tuvo que disfrazarse de hombre. La brava mujer pirata se vestía con ropas masculinas, era experta en el manejo de las pistolas y del machete y se la consideró uno más de la tripulación. Para poder pasar tiempo cerca de su amor sin levantar sospechas, fue nombrada lugarteniente. Las cosas se complicaron sobremanera cuando se quedó embarazada. Jack la mandó recluir en su camarote por una supuesta rebelión y, cuando llegó el momento de dar a luz, la trasladó a un hospital alegando que se hallaba muy ” enfermo “. Dejó a su niño con un ama de cría y regresó a bordo.

LA LEYENDA DE ANNE BONNY

LEYENDAS DE PIRATAS

OPINION:

Pues creo que esta muy buena esta leyenda aunque no sea como las demás y esta s4a de piratas le dio un cambio muy drástico a esta antología.

D

De la marimonda no se habla

Cuando volvía cabizbajo a su rancho, Jacinto se encontró con la vieja Juana. -Dime, negrito -lo saludó la vieja- ¿y esa cara tan larga? -Ay, seño Juana -suspiró Jacinto-. Hoy cuando fui a buscar agüita para regar los naranjos, el río estaba seco. No bajaba ni un chorrito y como hace rato que no llueve, pues no sé qué voy a hacer.

-¿Seco el río? Mala seña, negrito, mala seña-y la vieja meneó la cabeza como si presintiera calamidades.

-¿Y eso, seño?

-Pues ve, negrito. Vos sos muy joven y no sabés nada. Pero yo te digo, si el río se secó, es porque ella va a venir y entonces... ¡pobre del que se la tope!

-¿Pobre del que se la tope? ¿De quién habla usted, seño?

Jacinto estaba muy asustado.

-Pues de la marimonda, negro, la mismísima marimonda. No me hagás hablar; no se puede, se me hielan los huesos... Tené cuidado. Vos sos un buen muchacho, Jacinto, y no como otros, no como ese Runcho- y apresuradamente la vieja siguió su camino.

Jacinto sintió un escalofrío que le corría por la espalda. Se acordó entonces del Runcho Rincón. Hacía mucho tiempo ya que este hombre tumbaba árboles de la cabecera del río, allá arriba en el monte. Cuando los campesinos se dieron cuenta, le preguntaron por qué lo hacía y él explicó que unos señores del aserrío le pagaban por cada árbol cortado. Serafín, el hombre más viejo del pueblo, le advirtió:

-Mirá, Runcho, no te metás a dañar el monte. Eso es peligroso, puede venir la marimonda. Mas el Runcho no hizo caso y siguió destrozando cuanto árbol encontraba. Al poco tiempo, los campesinos notaron que el río bajaba con menos agua, y que en el monte se oían con menos frecuencia los gritos de los loros y los cantos de los mirlos.

Camino al rancho, Jacinto siguió pensando qué haría con sus naranjitos recién sembrados y sin agua para regarlos. Ya oscurecía, y por detrás del monte se veía salir una luna redonda y amarilla. Tan preocupado estaba, que no se dio cuenta del alboroto que armó su perro Canijo al verlo. Pronto observó que el animal estaba muy inquieto: gruñía y ladraba, daba vueltas alrededor de su amo y le mordía el pantalón tratando de guiarlo hacia el camino que llevaba al monte. Jacinto sintió la angustia de Canijo y decidió seguirlo. Después de echarse la bendición varias veces, subió por el camino detrás del perro, que no dejaba de ladrar y gruñir.

Al rato, oyó un ruido: ... Juiss, juiss, silbaba un machete al derribar higuerillas, zarzas y helechos.

Desde lejos, Jacinto vio al Runcho Rincón quien, aprovechando la oscuridad, abría una trocha hasta el sitio donde crecían unos enormes samanes que deseaba cortar. El viento hacía crujir las ramas de los árboles; parecía que lloraran.

Súbitamente, una nube escondió la luna y Jacinto no vio nada más. Canijo se detuvo y dejó de oírse el ruido del machete y de las ramas. La oscuridad y el silencio llenaron el monte, y un resplandor luminoso surgió entre la espesura.

El Runcho, como hipnotizado, dejó caer el machete y se levantó con los ojos fijos en el resplandor, el cual poco a poco, fue tomando la figura de una hermosa mujer. Su pelo largo y oscuro caía sobre sus hombros y le cubría todo el cuerpo. Sus ojos grandes y negrísimos echaban chispas de fuego y sus labios se curvaban en feroz sonrisa. Una voz repetía: "Ven... ven... ven... "

Jacinto quiso gritar pero el miedo no lo dejaba. Despavorido, vio al Runcho avanzar hacia la mujer con las manos extendidas como queriendo abrazarla, mientras la voz insistía: "Ven... ven... ven... "

Tan pronto el Runcho tocó a la mujer, ésta soltó una aguda carcajada que retumbó en el silencio de la noche. Rápida como un rayo sacudió la cabeza y al instante su larguísimo pelo se convirtió en espeso musgo gris y gruesos bejucos que, como serpientes, se enrollaron alrededor del cuello, los brazos y las piernas del hombre.

Jacinto cerró los ojos. Su corazón golpeaba desaforadamente y sus piernas parecían haberse clavado en la tierra. Al cabo de unos instantes, oyó de nuevo los ladridos furiosos de Canijo y sintió el crujir de las ramas agitadas por el viento. Abrió los ojos y se acercó al Runcho. Estaba muerto. Un bejuco le apretaba el cuello y a su lado se extendía un sendero de musgo gris que se perdía entre los matorrales. A lo lejos, escuchó

...

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