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Amores Que Mmatan


Enviado por   •  13 de Julio de 2012  •  2.249 Palabras (9 Páginas)  •  814 Visitas

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canturreaba una cancioncilla infantil mientras un gatoronroneaba en su regazo. Como no podía ser juzgada, laencerraron, para siempre, en el hospicio.Cuando el juez, su padre, se enteró de lo sucedido,sintió una enorme tristeza. Día tras día creció elarrepentimiento por no haber perdonado ni ayudado aClara. Tarde, se dio cuenta de que su corazón se habíavuelto de piedra como de piedra era el corazón de aquelasesino condenado a morir en la horca.-¡Volveré para vengarme en quien más amas! -lacruel amenaza resonó en su memoria.Y entonces, lleno de remordimientos, el juezcomprendió que, sin quererlo, él mismo había sido uninstrumento para que se cumpliera la terrible venganza delRojo.Lucía Laragione.

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Nombre y Apellido: Curso:

Trabajo Práctico: La venganza del Rojo.

Lee el cuento

La Venganza del Rojo

de Lucía Laragione y realiza las consignas que se te solicitan:

LA VENGANZA DEL ROJO.

1-

¿Qué prometió el Rojo en el momento de ser condenadoa la horca?

2-

Cuándo la madre del Rojo va al cerro donde su hijohabía muerto ¿Con qué se encuentra?

3-

¿Quién era Clara? ¿De quién se enamora?

4-

¿Clara es correspondida en su amor? ¿Por qué?

5-

¿Quién es Catalina? ¿Qué se propone para ayudar aClara?

6-

¿A quién le encarga Catalina la preparación del brebaje?

7-

¿Qué cambios se producen en Edmundo cuando bebe la poción?

8-

¿Cómo termina la historia?

9-

¿Qué tipo de narrador tiene? Extrae un fragmento queejemplifique.

10-

¿Qué trama textual presenta y qué función del lenguaje predomina?

11-

Clasifica este cuento y justifica.

12-

Completa con tus palabras:

a)

Situación inicial:

b)

Conflicto:

c)

Desenlace:

13-

Marca la superestructura narrativa.

LAS MANOS.

I

En los cafés de Viena no se hablaba de otra cosa: una joven y desconocida pianista había ganado con su músicaun lugar en el corazón de la emperatriz María Teresa. "Para brillar junto al niño prodigio, debe ser excepcional", decíanlos corrillos.-¿De quién hablan? -preguntó con voz ronca un reciénllegado.-De la rival que le disputa al niño Mozart el favor denuestra soberana —respondió con malicia un noble de peluca empolvada.-En el corazón de la emperatriz hay lugar para susdieciséis hijos y para todos los músicos del mundo-bromeó, despechado, un artista del pincel.Rudolf oía divertido los comentarios. La presentaciónde su amada Elizabeth en la corte imperial había resultadoun verdadero suceso. Pero lo más importante era que la joven tendría ahora la oportunidad de realizar estudios decomposición con el maestro Gluck. Bebió de un sorbo su

einen Braunen

y salió a la calle. Caminaba ligero y feliz deléxito de su esposa. La aguardaba una brillante carreracomo intérprete y -él estaba seguro- como compositora. Al pasar por la Stephansdom, se detuvo frente al "Portal delGigante" y comprobó que el enorme hueso, que habíadado nombre al portal, ya no estaba. Lo habían retiradounos días atrás, después de que los iluminados espírituscientíficos dictaminaran que la pieza -hallada en el año1200, durante la construcción de la catedral- no pertenecía,como siempre se había creído, a un gigante ahogadodurante el Diluvio sino a un mamut. La Pumerin dio seissonoras campanadas y Rudolf apuró el paso.Desde la sala del castillo llegaba, luminosa, la sonatadel maestro Haydn. Entró en puntas de pie para no distraer a Elizabeth. Se ubicó a sus espaldas y siguió, en respetuososilencio, los delicados y precisos movimientos de lasmanos sobre el teclado. Las manos de su esposa. No lashabía más bellas, más expresivas ni más sabias. Cerró losojos dejándose llevar por la dulzura del adagio y en lamúsica pudo sentir la caricia.-¡Estabas aquí, amor! -la voz sacó a Rudolf delensueño.-No te oí llegar -dijo la muchacha abrazándolocariñosamente.-Yo en cambio, sólo he oído hablar de vos. En loscafés, sólo se habla de tu éxito. Te nombran la rival eleMozart.-¡Qué tontería! Ese niño es un genio. Tiene seis años yya compone y ejecuta como un maestro -replicó ellaapoyando la frente sobre el pecho de su marido-. Además,no me interesa rivalizar con nadie. Lo único que quiero esaprender y hacer lo mejor posible.Con ternura, Rudolf la acarició.-¡Qué suerte tengo de que me quieras! -le dijo-. Linda,inteligente, talentosa y dueña de estas maravillosas manos.¿Te dije, alguna vez, que sólo por ellas me enamoré de vos?-Tendré mucho cuidado de no perderlas, entonces, sino quiero perder tu amor -contestó ella dándole un suave

golpecito en la frente-. Y ahora, si me perdonas, debo seguir practicando mi sonata. Es posible que muy prontodeba tocar nuevamente en Schónbrunn.

II

La multitud que se agolpaba en los alrededores de laLugeck impedía avanzar al cochero.- ¿Qué sucede? —ansioso, Rudolf se asomó por la ventanadel carruaje.-Colgarán a un ladrón, señor. Y, como usted sabe, estosespectáculos vuelven loca a la plebe.-¡Necesito llegar cuanto antes a lo del doctor Duerf! -loapuró.-Lo sé, señor. Pero ahora es muy difícil retroceder paratomar otro camino.Rudolf se arrojó prácticamente del coche y -avanzó, alos

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