DISCURSO DEL METODO
wlade66414 de Marzo de 2013
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El DISCURSO DEL MÉTODO
de René Descartes
EXPOSICIÓN:
Sólo una enseñanza deficiente puede presentar los problemas de partida que se
plantea un filósofo como radicalmente distintos de los que a nosotros mismos nos
acosan. La inquietud inicial de Descartes es lo más parecida a una crisis de fe sobre sus
más firmes convicciones, como puede darse en cualquier persona que se acerque a su
edad madura.
Un tema de su época es el contencioso con Galileo (procesos de 1616 y 1632).
Aunque Descartes se muestra en alguna carta en desacuerdo con la tesis copernicana no
cabe duda que cierta desconfianza en los sentidos –cuya sensación de quietud falsea el
vertiginoso movimiento diurno de la tierra- gravitaba en el ambiente, pareja con cierta
desconfianza a todo lo tradicional y hasta entonces tenido por intocable "Nihil est in
intelectu quod non fuerit prius in sensu" Esto Descartes lo sabía bien, por su formación
escolástica –la escolástica de Francisco Suárez- que se enseñaba en el colegio de jesuitas
de la Fleche, donde él estudió. Así pues, los sentidos nos engañan a veces como sucede
en la citada ilusión de quietud, o en las ilusiones ópticas o en las fantasías de los sueños.
Descartes desconfía, pues, de todo el conocimiento, pues desconfía de los sentidos, y el
dato de los sentidos es el inicio de todo conocimiento.
Explica, al principio del discurso, el comienzo de su aventura intelectual:
cansado al fin de verdades heredadas de débil certeza y fiado sólo del método que le ha
proporcionado absoluta certeza en el quehacer matemático, decide universalizar ese
método a toda su actividad cognoscitiva, dando al traste provisionalmente, en tanto no
consiga firme fundamentación, con toda la turbamulta de creencias y débiles certezas.
Concibe como método:
1) Dudar de todo aquello de lo que no tenga certeza absoluta. Si algo admite la
más mínima posibilidad de duda, metodológicamente y de modo provisional, lo tendrá
por absolutamente falso.
2) Descomponer todo problema en sus partes más simples.
3) Analizarlo procediendo de lo simple a lo compuesto.
4) Hacer al final recuentos tan exhaustivos que pueda tener seguridad de que
ninguna de las partes ha escapado al análisis.
Decide seguir viviendo de modo que adquiera amplia experiencia de la vida
antes de explicar este método, enrolarse en el ejército para poder viajar, conocer otros
países y culturas, y adquirir así experiencia, conduciéndose mientras tanto por la moral
tradicional que bien conocía, pero reputándola solo como una “moral provisional”. Diez
años le llevaron sus correrías en busca de experiencias, hasta que juzgó que estaba
maduro y había llegado el momento de aplicar implacablemente el método de la duda
universal. Veamos cómo razona entonces, del modo que recoge en su "discurso del
método" y en sus "Meditationes Metaphisicae".
Los sentidos, argumenta, me engañan alguna vez; por ejemplo, cuando duermo.
Luego metodológicamente entenderé que me engañan siempre. El resto de mis
conocimientos empezaba por los sentidos. Luego metodológicamente los tendré todos
por falsos, a falta de fundamento.
¿Qué fundamento primero, firme, indudable, tendré como clavo a que agarrarme
y del que colgar todo aquello que quisiera recuperar, fundamentándolo? Se da cuenta de
que si llegase a fundamentar la fiabilidad de su propia facultad de conocer, estaría
salvado pues entonces tendría por fundamentado y cierto todo aquello que su
entendimiento le presenta de modo claro y distinto. Para ello bastaría a su vez
fundamentar la idea que tiene de Dios, un Dios creador y bueno, del que no es
concebible que haya dotado a su criatura de una facultad de conocer, tan solo para
engañarle. Pero recuerda que a Dios se llega en la filosofía que ha aprendido como la
causa primera de unos seres de cuya existencia está dudando, pues al fin y al cabo los
conoce por un entendimiento que se inicia en los poco fiables datos de los sentidos, y
que por tanto ha decidido poner en entredicho.
En esa noche de duda y perplejidad encuentra súbitamente, como extraordinario
hallazgo una primera antorcha, la cual irá llenando poco a poco toda la casa de luz; algo
de lo que puede fiarse, porque no cabe de ello la más mínima duda, algo que no conoce
por esos sentidos que metodológicamente reputa como engañosos: el sujeto. ¡El mismo!
Provisionalmente, no como hombre de brazos y piernas, sino como el ser mismo que
está pensando todo eso, que duda, algo que conoce solo como “res cogitans”:
"Je pense, donc je suis"
Así pues admite al menos:
1) un ser: se admite a sí mismo, como puro ser pensante
2) el producto de este pensamiento que son las ideas.
Desde este único ser llegará a Dios, arrancando desde él una cadena causal al
más clásico estilo Tomista: yo no puedo haberme hecho a mí mismo (pues en caso de
ser así, me hubiera hecho con estas perfecciones que concibo y deseo y no con esta
imperfección en mí patente que supone, por ejemplo, el hecho mismo de dudar. Su
propia duda es, pues, noticia de su imperfección, y ésta noticia de su contingencia).
Quien me ha hecho es “causa de sí mismo” –es Dios- o ha sido causado por otro ser,
debiendo llegar al final hasta un ser causa de sí mismo, pues retirado éste, todos los
otros quedan retirados en su existencia y por tanto en su causación, y en lógica
consecuencia no estaría él ahí para contarlo.
Una segunda demostración de la existencia de Dios: las ideas de perfección
infinita que él mismo concibe no pueden tener causa menos perfecta, luego esa causa
debe ser la infinita perfección, a la que llamamos Dios (observemos que ha mantenido
intactos –pues no tenía razón para dudar de ellos- los llamados primeros principios del
entendimiento. El de causalidad; la causa no puede ser menos perfecta que su efecto...).
Aporta una tercera demostración de la existencia de Dios, que aun siendo muy
característica de su modo de filosofar -del solo pensamiento, llegar a la realidad- no voy
a transcribir, pues es de todos conocida: se trata de la prueba de San Anselmo.
Así pues, Dios, su Supremo Hacedor, por ser infinitamente bueno, es garante de
la fiabilidad de su facultad de conocer, y en adelante va a fiarse de todo aquello que ésta
le presente con idea clara y distinta. Ha aparecido una: el Yo (como res cogitans) y
luego otra: Dios. Aparece por último el mundo , del que le dan noticia los sentidos, pero
solo va a fiarse del aspecto de la materia en el que esta noticia es clara y distinta -
matematizable, de hecho-, y es su extensión, la materia como "res extensa": su estudio
es la geometría, la cual es reducible a número, gracias al método de las coordenadas.
CRÍTICA de la FILOSOFÍA POSTERIOR:
Exponemos en este apartado las críticas que la filosofía posterior ha opuesto al
pensamiento de Descartes. El filósofo que provisionalmente ha querido dudar de la
existencia de todo aquello en que realmente cree -la existencia de todo ser, incluido
Dios- está obviamente predispuesto para dar un paso en falso, al intentar deducir del
pensamiento -lo único de lo que no dudará- el mundo real (es decir, deducir de la
esencia, la existencia). Pero señala Kant que es éste un intento vano, pues ese mundo
pretendidamente real al que se llegará será tan solo un mundo "pensado", como solo es
imaginada la fortuna del avaro loco que piensa hacerse inmensamente rico añadiendo
ceros a la derecha de las cifras de su libro de cuentas. En otra comparación, de Vernaux:
"de un clavo pintado en la pared sólo puede colgar una cadena también pintada en la
pared ".
Descartes se había formado en la escolástica tardía de Francisco Suárez quien no
encontraba distinción real entre la esencia y la existencia de los entes, para quien que
esta distinción era meramente de razón (lo que es propio del ser necesario, cuya esencia
es su existencia, o dicho de otro modo, existe por esencia). Dice Heidegger que Suárez
supone la raíz de la filosofía racionalista moderna. y en efecto, se comprende que, con
esa mentalidad, Descartes intentara deducir la existencia del mundo - en vez de limitarse
a observarla- como si el mundo existiera por necesidad. Pero de hecho, sólo en Dios se
da esta necesidad
...