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El Asesino - Analisis


Enviado por   •  2 de Octubre de 2013  •  2.156 Palabras (9 Páginas)  •  850 Visitas

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“El asesino” de Ray Bradbury

Este relato perteneciente a la colección de cuentos de 1953, “Las doradas manzanas del sol” (1), funciona como un buen ejemplo de las inquietudes filosófico-sociales de Ray Bradbury. Podemos caracterizarlo como un texto de Ciencia Ficción donde lo especulativo de la temática es central. Para afirmar esto último, no debemos olvidar la fecha de publicación (mediados del s. XX) y así observar el aspecto prospectivo que explora la historia. La misma se desarrolla en una ‘sociedad del futuro’ (por lo menos con respecto al año 1953) donde lo tecnológico está hiperdesarollado a punto tal de invadir y transformar lo social. Es, evidentemente, un texto de tesis crítica en su fondo y que pretende generar la reflexión en torno a los usos, y abusos, de la tecnología.

A la manera de resumen del argumento, nos encontramos con dos personajes, sencillos en cuanto a su construcción psicológica, Albert Brock, ‘el asesino’, y un psiquiatra, quien se entrevista con aquel en el contexto de una cárcel psiquiátrica. Desde el título del cuento podemos observar la ironía que se desliza en el relato. Este ‘asesino’ es el mote que se adjudica el propio Brock por sus delitos. Un título, entonces, que podríamos clasificar como “epónimo”, ya que representa al personaje central, al protagonista, pero, a medida que avancemos en el análisis del texto, podríamos considerarlo, a su vez, como “simbólico”, por su significación irónica. Queda claro que todo tipo de clasificación, como la de la tipología de los títulos, aunque ilustrativa y didáctica, es escasa en su definición para caracterizar un fenómeno artístico como es el de este caso.

Señalábamos la ironía del título, la misma se evidencia al percatarnos que este asesino(2) no le quitó la vida a ningún ser humano, sino que había atentado contra artefactos tecnológicos, electrodomésticos, etc., en fin, cosas sin vida, máquinas. Esta es la lógica del relato. Al parecer, este ‘paciente psiquiátrico’ carece del bien de la razón o la cordura y es así diagnosticado por “atentar” contra las máquinas. Se apreciará claramente que lo que parece poco razonable es el lugar que ocupan los seres humanos y los artefactos en esa sociedad imaginaria.

La introducción del relato es más que significativa, al respecto: “La música se movía con él por los blancos pasillos (…)” que se continúa con una enumeración de ‘piezas’ musicales de distinto género y época que generan una sensación de saturación y agobio. La música está animada, “se mueve” como si tuviera vida. En esa introducción ‘nos movemos’ con el psiquiatra, apreciando en la caminata el ambiente de trabajo de este personaje y de los seres humanos que lo habitan, “pasó ante los ojos de la muchacha como una mano; ella no lo vio”. Desde la voz narrativa se percibe la fragmentación de lo humano. Las personas no tienen relación entre sí, no tiene contacto, no se comunican. Él “pasó” ante “los ojos” (y no ante la secretaria) como una mano (como un fragmento de su humanidad) pero lo peor es que “ella no lo vio”. Inmediatamente “la radio pulsera zumbó”, animalización del artefacto. Ahora la irrupción del estilo directo, aquel que representa la voz de los personajes, nos muestra un diálogo entre el psiquiatra y su hijo que se cierra con la personificación de la radio pulsera (“dijola radio pulsera”, acota el narrador). Es la radio la que “dijo”, “no te olvides, papá”. Las relaciones humanas se cosifican. Este breve diálogo que se da mediante las pulseras intercomunicadoras a la mitad de esta introducción en movimiento, resalta la característica del contexto donde se desarrolla esta historia. “Romeo y Julieta de Tchaikovsky cayó en enjambres sobre la voz y se alejó (…)”. El profesional camina como si lo hiciera por “una colmena de oficinas”. La música funcional se personifica y toma actitudes propiamente humanas, “rechazan”, “golpean”, etc. Este tratamiento de las cosas o de lo no humano llega a un punto de desarrollo tal que es la lapicera la que “cantaba” y no quien la empuña.

A todo esto, “la voz del cielo raso” anuncia la presencia de nuestro personaje protagónico: el prisionero, nuestro asesino. He aquí el centro del relato, la entrevista. Estos personajes se presentarán funcionalmente como antagónicos. Es ahora Brock quien nos narrará su historia, el porqué de su reclusión. El psiquiatra hará esporádicas intervenciones y hasta una sugerencia. La enumeración de los “crímenes” contra las cosas en la voz de Brock irá en una gradación ascendente: desde el teléfono hasta la sagrada televisión hogareña. Si uno atiende al resumen del cuento, parece que uno debería compartir la opinión del psiquiatra, quien considera como “desorientado” a su paciente, pero, en el relato de Brock se desliza su argumento, la justificación de sus actos. Este personaje se ensaña con las cosas como expresión de rebeldía que, incluso, llega a considerarlo como el comienzo de una revolución.

¿Qué es lo que quiere “romper” Brock? ¿Contra qué se enfrenta? Al parecer contra las máquinas que han avasallado la intimidad de los seres humanos, las mismas que han modificado para peor a las relaciones sociales. Máquinas de ruido, de interferencia en realidad, las mismas que amplifican música en cualquier lugar, a cualquier hora y que, mediante la saturación y la imposición de temas nunca selectos por los escuchas sino que impuestos desde otro lugar, asfixian, “sepultan” a sus oyentes, lo que hace que se compare su ausencia con la libertad en un juego de oposiciones entre el ruido y el silencio. La ausencia de sonido es para Brock simplemente hermoso. La música no es aquí una expresión artística plenamente humana, gratificante y conmovedora, sino que es parte de la opresión general. La connotación habitual de estos elementos se pone en oposición, se pone a distancia y se resignifican. Es claro el juego al observar las hiperbólicas descripciones de “la vida moderna” que el mismo personaje describe.

Esa sería una primera lectura del texto. Pero Bradbury, como ha sugerido parte de la crítica, deja poco lugar a la plurisignificación y se encarga de dejar las cosas bien en claro. Es el mismo Brock quien se desliga de esa primera interpretación de sus actos, no ataca a las máquinas con el ánimo romántico del regreso a lo natural y a lo sencillo sino que hasta considera

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