El Poder Político En Los Dramas De Shakespeare
sater72013 de Febrero de 2012
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Título: El poder político en los dramas de Shakespeare • Autor: Federico Trillo
Colección: Ensayo y Pensamiento • Editorial: Espasa Calpe, 1999
Crítica por Fernando Vilches
Shakespeare y su tiempo: olvídese el lector de que el poder político en los dramas de Shakespeare es una tésis doctoral y encontrará un libro que contempla un momento crucial de la historia europea. Descubrirá una Inglaterra en un período rico en ideas políticas y religiosas que explican por qué el poderío inglés ("Rule Britain") ocupó desde entonces y durante los últimos siglos un lugar prepotente en la Historia. Más dificultad tendrá el lector en olvidar que el autor es un político de raza, es decir, un político con ideas, con un bagaje y unas inquietudes intelectuales que le llevan a reflexionar sobre uno de los temas más dramáticos, más desestabilizadores aunque también más sugestivos: el poder.
El que el autor haya obtenido la más alta calificación en Doctorado no impide, que merezca del lector, además de por el estilo literario y la atractiva presentación, otro reconocimiento: el que se haya acercado al lado oscuro del corazón de los políticos por el camino del arte. "Por lo demás, escribe Federico Trillo, el poder es siempre para quien lo ostenta un sobreañadido a la condición humana común y, en consecuencia, en su trascendencia externa siempre implica cierta representación. De ahí también la adecuación del drama para su expresión, para "su puesta en escena", De ahí, también, que un político en pleno ejercicio del poder, haya escogido la expresión de Shakespeare.
¿Qué aporta El poder político... a la cultura política y a las reflexiones que hasta ahora se han elaborado sobre el poder? Depende, es obvio, de la sensibilidad de cada lector: el poder, la sola palabra, el solo concepto, se cuela entre los vericuetos más recónditos del alma y moviliza las más escondidas sensibilidades. El poder atrae, el poder subyuga, el poder provoca. Una palabra maldita. Cuando se incluye en una expresión tiene, en la mayor parte de los casos, una carga de denuncia: se señala con el dedo acusador al poder político, pero también al poder religioso, al poder económico, al poder masculino; el poder como causa de todos los males. Aunque es "el poder político -escribe Trillo- el poder por excelencia, fenómeno en sí mismo ineludible y conflictivo, conflicto latente, permanente". Desde esta perspectiva la aportación de Federico Trillo es haber sacado del Shakespeare profundo, y exprimido, diría que con fervor, una característica perdurable del poder: su dimensión humana.
El objetivo de los dramas de Shakespeare es el poder, o sea, el mismo objetivo que el drama de la política. El poder es una peculiaridad del homo sapiens aunque, según los antropólogos, también del hombre de Cromagnon. ¿Acaso no se dice, para indicar la evolución del lobo, que en la manada hay una jerarquía estricta, de ahí lo parecido a la tribu humana? Además existe muy bién acuñada y demostrada la teoría de que el hombre, lobo es. Si hay un reflejo del poder en la organización de la camada de lobos, ¿dónde reside la característica, la peculiaridad del poder en el hombre? El genio de Shakespeare sacó a la luz ese lado obscuro del hombre. La pasión es lo que marca la diferencia del hombre respecto al lobo. "El poder, explica Trillo, es una pasión develadora de todos los matices de un carácter y capaz, al tiempo, de evidenciar el resto de los caracteres." Así lo veía hace dos mil quinientos años la Antígona de Sófocles, cuando consideraba "imposible conocer el alma, los sentimientos y el pensamiento de ningún hombre hasta que no se haya visto en la aplicación de las leyes y en el ejercicio del poder".
Es lícito que un lector de la sociedad post-industrial, la sociedad del conocimiento a la que tanto quiere desarrollar, maximizar y proteger la Unión Europea, se pregunte si las teorías de Maquiavelo (El príncipe, señala Trillo, no es la expresión de un poder preocupado por su legitimidad ética sino por su eficacia) o de Shakespeare son válidas en un sistema político donde la conquista del poder (reflexiónese sobre que inadecuada expresión es la conquista del poder en un sistema democrático) está canalizada por la vía de los votos y donde la regla (al menos teóricamente) es la participación del pueblo; si son compatibles con un marco de convivencia inconcebible en los tiempos de Maquiavelo y Shakespeare, como es el diseñado por el reconocimiento de los Derechos del Hombre y libertades individuales y políticas. ¿Dónde está el pueblo en Maquiavelo, dónde está el pueblo en Shakespeare? En Shakespeare el pueblo, ciertamente, es el coro de la tragedia. Pero, en una sociedad mediática como la nuestra ¿el pueblo ha dejado realmente de ser coro? Shakespeare hace decir "Todo el mundo es un escenario / y todos los hombres y mujeres meros / actores". Algo que siglos más tarde ha matizado con clarividencia un paisano suyo, Owen, cuando testifica que "todos los hombres son iguales pero unos más iguales que otros" que en eso precisamente se fundamenta el poder "en la capacidad del hombre -escribe Federico Trillo- de ordenar la vida ajena, de condicionarla, de disponer de ella (incluso hasta su aniquilación)". La angustiosa necesidad de ser diferente que alimenta el poder en el hombre es el impulso que mueve a los personajes de Shakespeare que se sirve del género dramático porque "el drama -señala Trillo- es forma especialmente adecuada para captar la filosofía del poder" y explica por qué el poder y el género dramático son "sustancia y forma", "forma y sustancia" , tan recíprocamente adecuados.
La conexión entre la política y las obras de Shakespeare, como se explica en el libro, ha sido analizada por prestigiosos autores de la teoría política. La originalidad de la tésis de Federico Trillo es demostrar que en Shakespeare el fenómeno del poder aparece de una manera integral y es más que un elemento activo o pasivo del contexto y más que un mero recurso dramático. Para Trillo "el poder es como un eje, una nervatura que atravesará toda la obra dramática, todas las tragedias de William Shakespeare desde el principio al fin de toda su producción dramática". Esa visión integral explica que pueda señalarse como uno de los grandes méritos del trabajo de Federico Trillo el que su libro ofrezca una mirada enriquecedora sobre el tiempo de Shakespeare, una época en la que desarrollan temas, entre otros (excelente la exposición sobre el Renacimiento y humanismo en Inglaterra) como "La legitimidad del ejercicio" imprescindible capítulo "Deber de obediencia y derecho de resistencia".
Otro tema sugestivo: ¿Maquiavelo o eramismo en Shakespeare? Federico Trillo demuestra, frente a otros autores, que el dramaturgo es más seguidor del gran humanista Erasmo que del gran político Maquiavelo. En principio porque describe con crudeza y condena a los tiranos. Pero, además, porque las virtudes que según Shakespeare han de atribuírse al buen gobernante son las de los reyes virtuosos. En otras palabras, prefiere la humanista "virtud" a la maquiavélica "virtú". Como por ejemplo valga esta cita, aconsejable especialmente para un político de nuestros días, del capítulo "La prudencia como virtud cardinal del gobernante" : "Cuando logremos ser más fuertes, reclamaremos nuestros derechos. Hasta entonces es prudente ocultar nuestros designios (Rey Eduardo)”. Diríase que en Shakespeare la “virtú” se transforma en “prudencia” pues como muestra Trillo, “el denominador común de todas las virtudes que han de adornar al gobernante, según la visión Shakespeariana, no es otro que la virtud cardinal por excelencia de la ética cristiana y del pensamiento aristotélico tomista : la prudencia”. Releer a Shakespeare llevados de la mano de un intérprete jurista y además político vocacional y en ejercicio, es un placer que no se tiene todos los días.
En su búsqueda de conexiones y ejes entre los personajes para descubrir los elementos esenciales y permanentes en el tratamiento que hace Shakespeare del poder, Federico Trillo ofrece un consistente bagaje doctrinal para que el lector o recuerde o disfrute aprendiendo en qué consisten los entresijos que explican el modo como un hombre -el político- justifica su conducta o trata de encontrar una base más o menos ética a una conducta que, en efecto, precisa de una justificación.
¿Qué hubiera escrito Shakespeare en este inicio del siglo XXI? Nuestra época es de encrucijada también: por todas partes se rompen los esquemas de una mentalidad que ya está pasando de post-industrial a la del conocimiento (al menos es el empeño de las Cumbres de la Unión Europea). Por tanto, basta ver las rupturas que se producen en el arte, en los esquemas de convivencia familiar y social, en el modo de ver las relaciones entre los sexos, en la alarma frente a la desconexión entre el hombre y la naturaleza, en las nuevas necesidades, en las nuevas reivindicaciones, en las nuevas inquietudes espirituales. Algo nuevo se percibe en lontananza, hay nuevas expectativas, hay nuevos conceptos de pecado (también, en verdad, existe una ausencia de la creencia en el pecado). Todo el movimiento en las entrañas de la Humanidad anuncia un nuevo parto. Pero también hay una convivencia entre lo nuevo y lo viejo, como en los tiempos de Shakespeare había ruptura de esquemas, de mentalidades. A Trillo le atrae las contradicciones propias de la transición de una época a otra y como convive en Shakespeare lo antiguo y lo moderno y, para adoptar un término
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