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El Virus De Altura

jorgesilva4 de Septiembre de 2012

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EL VIRUS DE ALTURA

(SOBRE ESCRITOS E IDEAS DE LAURA RODRIGUEZ)

Juan Chambeaux S.

INDICE

Prólogo 4

PRIMERA PARTE

CAPITULO UNO

Una extraña sensación 7

CAPITULO DOS

El llamado esclarecedor 8

CAPITULO TRES

Laura Rodríguez: Lala 10

CAPITULO CUATRO

Qué fue sucediendo con Lala 12

CAPITULO CINCO

¿Lala qué es el virus de altura ? 14

CAPITULO SEIS

Los escritos de Lala 16

CAPITULO SIETE

Vías de contagio del virus de altura 18

CAPITULO OCHO

Cambios externos y modificaciones internas 20

CAPITULO NUEVE

Distorsión de la realidad 22

SEGUNDA PARTE

CAPITULO DIEZ

Características sicosomáticas del virus de altura 25

CAPITULO ONCE

Características de comportamiento 26

CAPITULO DOCE

¿ Cómo se contrae?.......................................................................................... 28

CAPITULO TRECE

Yo, me, mi, a mí................................................................................................30

CAPITULO CA TORCE

La reinterpretación.............................................................................................32

CAPITULO QUINCE

El político 34

CAPITULO DIECISEIS

Virus de altura con poder: mezcla explosiva 37

CAPITULO DIECISIETE

Cuando se da las espaldas al pueblo 39

CAPITULO DIECIOCHO

El portero 41

CAPITULO DIECINUEVE

El mozo de restaurant 43

CAPITULO VEINTE

El padre 44

CAPITULO VEINTIUNO

La humildad 46

CAPITULO VEINTIDOS

Teofrasto 48

CAPITULO VEINTITRES

La vanidad 49

CAPITULO VEINTICUATRO

Antídotos 51

EPÍLOGO 54

APÉNDICE 56

PROLOGO

Con este libro, "El Virus de Altura", la Fundación Laura Rodríguez da inicio a su línea editorial. No podríamos dar comienzo a una secuencia de publicaciones con una producción literaria distinta de aquella capaz de develar el emplazamiento interno, la actitud básica hacía sí misma y hacía las demás personas con la que esta mujer tan llena de coraje imprimiera un nuevo estilo a la política.

No se debió solamente a que Laura Rodríguez fuera la parlamentaria más joven del primer Congreso posterior a la dictadura, ni a que fuera una de las pocas mujeres que lo conformaron, ni a la encendida polémica que desataron algunos de sus proyectos ley, ni al hecho de que fuera Presidente de su partido -la Alianza Humanista Verde-, ni a que fue proclamada pre-candidata a la Presidencia de la República rompiendo así el mito de que en Chile postulan a ese cargo únicamente los hombres, a ninguno de estos motivos en particular se debe su importancia. Si Laura Rodriguez marcó los primeros años de nuestra renaciente democracia fue. más que por su trayectoria. por su estilo directo. franco y valiente de hacer política. Por su emplazamiento de paridad con la gente. con las personas más humildes. con los más discrimina¬dos. Ese estilo que, reconociendo lo humano del otro. la dispuso a escuchar de verdad. recogiendo el clamor de la gente y levantando con su voz -en el Congreso-¬ las demandas más sentidas de los que no tienen voz.

Desde estos escritos Laura vuelve a hacerse oír, evidenciándonos algunas claves y señalándo¬nos elementos que están a la base del creciente descrédito actual de lo político.

Es ella la que nos remece desde la trama que teje Juan Chambeaux a partir de los borradores que le dejara. Es la Diputada, pero también la amiga de Juan la que se expresa con una compli¬cidad que supera la barrera de la finitud, salta por sobre el foso de la muerte y nos ofrece hoy, con ese lenguaje simple y accesible que expresamente ella solicitara, uno de los temas existenciales de mayor actualidad.

El reconocimiento de este virus surge de la atención puesta sobre las propias vivencias, de la comprensión que nos brinda la íntima y estructura¬da relación de nuestro mundo interior con el mundo externo. Al operar en lo social nos vemos enfrenta¬dos a las situaciones más diversas, de las cuales podemos ir rescatando siempre una enseñanza acerca de nosotros mismos y los demás. Si nuestra intención, como fuera la de Laura, establece una dinámica de transformación de la realidad precipi¬tando cambios y traduciéndose en acciones com¬partidas con muchos otros, a favor de una profun¬da humanización de la vida personal y social, entonces resulta indispensable que los modos de transformación utilizados sean coherentes, condu¬centes al fin al que se aspira.

Las vivencias cotidianas, las notas sueltas de conversaciones entre parlamentarios, van trans¬formándose en esbozos de escritos, apuntes más extensos y finalmente en el proyecto de un libro que busca hacer manifiesto el proceso interno que acompaña al quehacer público, para ser compren¬dido por los reales interlocutores de la Diputada -las mujeres, los pobladores, los jóvenes que la eligieron- dado que el virus puede infectar a cual-quiera, en particular a quienes alcanzan alguna instancia de poder.

Pocos meses antes de su partida, anuncia a los cuatro vientos que este libro va a publicarse y encomienda a Juan Chambeaux realizar por ella los pasos finales. En esta labor han confluido el apoyo oportuno de la Embajada de Holanda, la creatividad de Samy Benmayor y la mística con que un vasto equipo de personas ha concluido esta tarea. En nombre de la Fundación Laura Rodríguez les agradezco del mismo modo en que nuestra amiga lo habría hecho: ¡con sentimientos de Paz, Fuerza y Alegría!

Pía Figueroa E.

PRIMERA PARTE

...”Toda una enfermedad ese virus.

- Toda una enfermedad. Y los síntomas principales

son la falta de humildad para aprender, es decir ,

creer que uno se las sabe todas. Por ejemplo, es

difícil que un ministro o un parlamentario aprendan

de la gente”.1

CAPITULO UNO

Una extraña sensación

Un año atrás di una charla acerca de un tema que consideraba de mi dominio. La sala que no era grande, estaba repleta. Desde mi asiento, sobre una tarima en la que veía por encima de las cabezas de los concurrentes, observé incluso algunas personas de pie. Quien me introducía dijo algunas palabras elogiosas y, a pesar de que siempre comienzan así esas reuniones, me sentí muy bien con los adjetivos que adornaban mi escasa labor. El introductor, luego de terminar con la presen¬tación me pasó el micrófono.

Debo reconocer que él era muy astuto y consiguió que no volara una mosca. La gente, expectante por qué diría este sujeto con tantos atributos.

Saludé, más bien probando que los parlantes tu¬vieran la calidad y sonoridad suficientes para que mis palabras llegaran a cada oído, que cada ojo no se despegara de mi figura, y la atención de todos quedara atrapada por mi discurso. Ni recuerdo como empecé y poco me importaba, porque, más que transmitir bien un mensaje o de establecer una buena comunicación con el auditorium, me interesaba que me recibieran como un entendido en la materia, se dieran bien pronto cuenta de que, aunque algo supieran, yo era quien tenía la varita del conocimiento ya mí nadie me llegaba ni a los talones.

“Mal que mal, pensaba, por algo vinieron a ver¬me”.

Así, en poco rato era dueño del pequeño cilindro metálico, lo había sacado de su pedestal y lo usaba como un cantante rock.

Lo único que me faltaba era tirarlo por el aire para luego recogerlo. Había ido subiendo el tono de la voz. Vociferaba sin ser necesario con esos parlantes que transmitían hasta mi más mínima expiración. La sala ahora se me hacía pequeña. Gesticulaba con mis brazos y me desplazaba por el escenario con comodidad. Mi respiración era amplia, llenaba mis pulmones, el pecho se me ensanchaba y se expandía rítmicamente. Casi demasiado porque con tanta ventilación me venían unos débiles mareos que contrarrestaba con mayor vehemencia en mis palabras.

Un señor levantó su mano para hacer una acota¬ción. Encontré aquello de una impertinencia increíble porque, sin haber terminado de dar las explicaciones que introducían al tema, me interrumpía sin ningún derecho. Continué, pasando por alto aquel dedo solita¬rio que se erguía estoico por encima de las cabezas. Como el desatinado continuaba en su actitud, me detuve, le increpé duramente con voz airada y estruen¬dosa.

El hombre pareció empequeñecer, y con él todo el auditorio. La sala, de chica se transformó en minúscula y llegué a pensar que aquellos oídos atentos, esos ojos fijos en mi persona no eran de suficiente valor como para que apreciaran mis

...

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