El año de las desapariciones

El año de las desapariciones

Mi nombre es Aribella, pocos días antes de mi decimocuarto cumpleaños desperté en una urna de cristal, una cámara de oxigenoterapia para el tratamiento de la intoxicación con humo. En la planta del hospital, mi padre se recuperaba en el interior de un artefacto parecido. Los investigadores dijeron que el fuego había sido provocado por un éter etílico, un líquido muy inflamable. Encontraron una lata vacía en la cocina, pero fueron incapaces de averiguar cómo había llegado ahí. Supe todo esto por lo que otras personas me contaron. Cuando pienso en el incendio, mis recuerdos son caóticos.

Recuerdo haberme despertado en el hospital, y la víspera del incendio; a Malcom un viejo amigo de mi padre, contándole sin ningún reparo que había asesinado a mi mejor amiga. ¿Mi experiencia del incendio en sí? No sé si lo que recuerdo es un recuerdo o solo un mal sueño.

Fue el año de las desapariciones. Las abejas fueron las primeras en pasar a mejor vida. Las abejas me conocían y podían oler que no tenía miedo. Nunca me picaron. El aire estaba tranquilo, cuando me acerqué a las colmenas, vi más o menos una docena de abejas caminando en erráticos círculos. Las demás yacían sabre la tierra, muertas. Levante la tapa de una colmena y saque uno de los paneles, unas abejas se arrastraban sin son ni ton por las celdillas, como si moverse les doliera. Algunas habían perdido las alas, la miel tenía un aspecto oscuro y un olor acre, más acido que dulce, no vi ni un rastro de la reina.

En julio, un huracán había pasado por el condado de Citrus, Florida, la casa de mi madre fue una de las varias que perdió el tejado. Habíamos perdido muebles, ropa y libros, pero inexplicablemente la cocina sobrevivió intacta y ninguno de nosotros resulto herido. Cada mañana se oían ruidos de la reconstrucción, mi madre trabajaba codo con codo junto a la cuadrilla contratada para retirar los escombros y realizar las reparaciones en la estructura de la casa.

Tenía que contarle a mi madre lo de las abejas, pero no veía la forma de hacerlo; no estaba preparada para llevarle más noticias malas. Mi madre estaba a la sombra de un árbol con dos de los albañiles, dejo de hablar y dirigió su mirada a mí,

- creía que estabas en las colmenas – y lo estaba, pero deberías venir a verlas por ti misma, le dije.

Me echo una mirada de preocupación, se disculpó con los hombres y fue conmigo por el sendero que conducía a las colmenas.

Mi madre se acercó a revisar las colmenas, la miel oscurecida, los huevos sin fertilizar semejantes a granos de arroz aparecían diseminados por las celdillas hexagonales, pero ahí no había ni una sola abeja. Nos entró la duda de si era posible que el huracán las haya hecho enfermar, no me convencía eso, pero me propuse investigarlo, mientras las palabras de aliento de mi madre eran no pasa nada, volveremos a dejarlo todo como estaba.

Me encanta resolver problemas. A menudo, cuando has considerado todas las soluciones posibles, te das cuenta de que el verdadero problema no es aquel con el

que habías comenzado. Aquel día, como en tantos otros, la conexión no funcionaba. Así que me decidí a ir a investigar un poco a la biblioteca.

Era una larga caminata para un día tan caluroso, saqué un frasco de mi mochila, vertí un poco de filtro solar en mis manos y por segunda vez en el día me la extendí por la cara, el cuello, los brazos y las piernas. Mi madre me pidió volver a la una para comer, y tome mi camino hacia la biblioteca. Pase por el supermercado y la gasolinera, el restaurante y la casa de Flo, que gozaba de gran popularidad entre los vampiros; y éramos unos cuantos, atraídos por los manantiales de agua mineral de la zona, así como por las esperanzas de anonimato que ofrecía.

En la biblioteca, utilice un ordenador para investigar lo que había ido a buscar, teclee abejas que desaparecen. Si, el fenómeno estaba ocurriendo en todas partes, por todo Estados Unidos y en algunas partes de Europa. Algunos de los artículos que

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