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El "bricolage" de la evolución, del libro de F. Jacobs (1981)

fcbio97Apuntes5 de Noviembre de 2021

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El bricolaje de la Biología

Jacob, F. (1981). Le jeu des possibles: essai sur la diversité du vivant. Fayard.

Se suele comparar la acción de la selección natural con la del ingeniero. Pero la comparación es poco adecuada. Primero, porque a diferencia de la evolución, el ingeniero trabaja sobre un plan, según un proyecto madurado durante largo tiempo. Además, porque para fabricar una estructura nueva el ingeniero no parte por fuerza de objetos viejos. La bombilla eléctrica no deriva de la bujía, ni el reactor proviene del motor de explosión. Para producir un nuevo objeto el ingeniero dispone a la vez de materiales especialmente adecuados a esta tarea y de máquinas concebidas de forma particular para este objetivo. En fin, los objetos producidos por el ingeniero, al menos por un buen ingeniero, alcanzan el nivel de perfección que permite la tecnología de su época. Por el contrario, la evolución está lejos de la perfección, como repitió una y otra vez Darwin, pues toda su teoría es opuesta a la idea de creación perfecta. A todo lo largo de El origen de las especies, Darwin insiste en las imperfecciones estructurales y funcionales del mundo vivo. No cesa de subrayar las rarezas, las soluciones extrañas que un Dios racional no hubiera jamás utilizado. Y uno de los mejores argumentos contra la perfección proviene de la extinción de las especies[a]. Se puede estimar en millones el número de especies animales vivas en la actualidad, pero el número de especies que han desaparecido después de haber poblado la Tierra en una época o en otra, según el cálculo de G. C. Simpson 20 se eleva a unos quinientos millones, cuando menos.

La evolución no extrae sus novedades de la nada, trabaja sobre lo que ya existe, ya sea transformando un sistema viejo para darle una función nueva, ya sea combinando diversos sistemas para elaborar otro más complejo. El proceso de selección natural no se parece a ningún aspecto del comportamiento humano. Pero si uno quiere hacer una comparación, hay que decir que la selección natural opera a la manera, no de un ingeniero, sino de un bricoleur 21 que no sabe todavía lo que va a producir, pero recupera todo aquello que le cae en sus manos, los objetos más heterogéneos: puntas de resortes, pedazos de madera, viejos cartones, pueden quizá proveerlo de materiales, en suma: un bricoleur que aprovecha todo lo que encuentra a su alrededor para sacar de esto un objeto útil. El ingeniero emprende su obra una vez que reúne los materiales y los útiles que le convienen exactamente a su proyecto. El bricoleur, por el contrario, se las arregla con lo que encuentra. Con frecuencia, los objetos que produce no pertenecen a ningún proyecto de conjunto, son más bien el resultado de una serie de eventos contingentes, el fruto de todas las ocasiones que se le presentan para enriquecer su bric-à-brac [b]22. Como lo habría subrayado Lévi-Straus 23 las herramientas del bricoleur, a diferencia de las del ingeniero, no pueden ser definidas por ningún programa. Los materiales de que dispone no tienen un destino preciso, cada uno puede ser empleado para diversos fines y en lo único que se parecen es que de todos se puede decir “es posible que sirva en alguna ocasión”. ¿Para qué? Esto depende de las circunstancias.

Por varios motivos el proceso de la evolución se parece a esta manera de operar. A menudo sin diseño a largo plazo, el bricoleur toma un objeto de su haber y le da una función inesperada. De una rueda vieja de un coche hace un ventilador, de una mesa rota, un parasol. Este tipo de operación no difiere casi en nada del que realiza la evolución cuando produce un ala a partir de una pata[c] o un pedazo de oreja con un fragmento de mandíbula. Darwin ya había advertido esto en su libro sobre la fecundación de las orquídeas 24 – como lo ha recordado Michael Ghiselin 25-. Para Darwin, las estructuras nuevas son elaboradas a partir de órganos preexistentes que, en su origen, estaban encargadas de una tarea dada pero que, a través del paso del tiempo, se adaptaron a funciones diferentes. En las orquídeas, por ejemplo, existía una suerte de goma que al principio retenía el polen en el estigma. Después de una pequeña modificación, esta goma ha permitido pegar el polen al cuerpo de los insectos[d], los cuales pueden, gracias a ello, asegurar la fecundación por cruzamiento. Asimismo, muchas estructuras que no parecían tener significación ni función y que, en opinión de Darwin, parecen “dos pedazos de anatomía inútil”, se explican fácilmente como vestigios de alguna función más vieja. Darwin concluye: “si un hombre construye una maquina con un fin determinado, pero para tal efecto modifica un poco las viejas ruedas, las viejas poleas y los viejos resortes, la máquina, con todas sus partes, podrá ser considerada como organizado con vistas a este fin. Por ende, podemos suponer que en la naturaleza diversas partes de cualquier ser vivo han servido, con la ayuda de modificaciones ligeras, para distintos objetivos, y han funcionado en la máquina viva de diversas formas específicas antiguas y distintas”.

La evolución procede como un bricoleur que durante millones y millones de años [e]remodela lentamente su obra, la retoca sin cesar, cortando aquí, alargando allá, tomando todas las oportunidades de ajustar, de transformar, de crear. Ésta es, por ejemplo, la manera en que (según Ernst Mayr 26) se ha transformado el pulmón de los vertebrados terrestres. Su desarrollo comenzó en ciertos peces de agua dulce que vivían en mares estancados, por tanto, pobres en oxígeno. Estos peces adquirieron el hábito de tragar aire y absorber el oxígeno a través de la pared de su esófago. En tales condiciones, los ensanchamientos de dicha pared constituyeron una ventaja selectiva. Se formaron, así, divertículos del esófago que, bajo el efecto de una presión continua, se hicieron poco a poco más grandes hasta transformarse en pulmones. La evolución ulterior del pulmón no fue más que una elaboración de este tema, con el acrecentamiento de la superficie utilizada por el paso del oxígeno y por la vascularización. Fabricar un pulmón con un pedazo de esófago [f]se parece mucho a hacer una falda con una cortina de la abuela.

Diferentes ingenieros que se abocan al mismo problema tienen la suerte de conducirse a la misma solución: todos los coches se parecen como se parecen todas las cámaras y todas las plumas fuente. Por el contrario, si diferentes bricoleurs se interesan por un mismo problema, le encuentran soluciones distintas, según la ocasión que se les presente. Lo mismo ocurre con los productos de la evolución, como lo demuestra, por ejemplo, la diversidad de ojos que existe en el mundo vivo. Es evidente que poseer fotorreceptores confiere una gran ventaja en numerosas situaciones. En el curso de la evolución, el ojo apareció en formas muy diversas fundadas en por lo menos tres principios físicos diferentes: lentilla, ojo de agua, y tubos múltiples[g]. Los más refinados, como los nuestros, son ojos de lentilla formadores de imagen; la información que proveen no conduce sólo a la intensidad de la luz, sino también a los objetos de donde viene la luz, a su forma, color, posición, movimiento, velocidad, distancia, etc. Estructuras tan elaboradas son necesariamente muy complejas. Por tanto, no pueden desarrollarse más que en organismos que en sí mismos ya son complejos, lo cual parecería indicar que no existe más que una manera de producir una estructura del mismo tipo. Pero esto no es cierto. El ojo de lentilla aparece dos veces por lo menos en la historia evolutiva: en los moluscos y en los vertebrados. Nada se parece tanto a nuestro ojo como el ojo del pulpo. Los dos funcionan casi de la misma forma y, sin embargo, no han evolucionado de la misma manera. [h]En los moluscos, las células fotorreceptoras están dirigidas hacia la luz y en los vertebrados ocurre lo inverso. Entre todas las soluciones encontradas a los fotorreceptores sestas dos se parecen sin que sean del todo idénticas. En cada caso, la selección natural hace lo que puede con los medios al alcance.

En fin, al contrario de lo que hace el ingeniero, el bricoleur que busca mejorar su obra prefiere casi siempre añadir nuevas estructuras a las viejas, más que remplazar estas últimas. Y en la mayoría de las ocasiones sucede lo mismo con la evolución, como lo muestra de forma notable el desarrollo del cerebro en los mamíferos. El cerebro, en efecto, no se desarrolla por un proceso tan integrado como podría darse, por ejemplo, en la transformación de una pata en ala. Más bien, al viejo rinencéfalo de los mamíferos “inferiores” se añadió un neocórtex[i] que rápidamente, quizá demasiado rápido, tuvo un papel principal en la secuencia evolutiva y condujo a la aparición del hombre. Para algunos neurobiólogos, en especial para McLean 27, estos dos tipos de estructuras corresponden a dos tipos de funciones las cuales no han sido coordinadas ni jerarquizadas del todo. La más reciente, el neocórtex, dirige la actividad intelectual y cognitiva. La más antigua, proveniente del rinencéfalo[j], gobierna las actividades viscerales y emotivas. Esta vieja estructura que llevaba las riendas en los mamíferos inferiores ha sido de alguna forma relegada a la miscelánea de las emociones. En el hombre constituye lo que McLean llama “cerebro visceral”. El desarrollo del ser humano se caracteriza por una extrema lentitud que conlleva una madurez tardía. Quizá es por esta razón que las viejas estructuras cerebrales han conservado estrechas conexiones con los centros autónomos inferiores, y que ellos mismos continúan coordinando actividades tan fundamentales como la búsqueda de alimento, la caza de la pareja sexual o la reacción delante del enemigo. La formación de un neocórtex dominante, la permanencia de un antiguo sistema nervioso y hormonal, que en parte sigue siendo autónomo y en parte queda bajo la tutela del neocórtex, todo este proceso evolutivo se parece mucho a un bricolage. Es un poco como la instalación de un motor de reacción en una vieja carreta de caballos.[k] No debe extrañarnos que ocurran accidentes.

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