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El maestro Piero Calamandrei ELOGIO DE LOS JUECES


Enviado por   •  3 de Noviembre de 2016  •  Ensayos  •  1.889 Palabras (8 Páginas)  •  276 Visitas

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INTRODUCCION

El maestro Piero Calamandrei hace una extraordinaria aportación a la ciencia jurídica con su obra “Elogio de los jueces”, nos marca y desgrana con su opinión acerca la relación entre el abogado y el juez y estos con la justicia.

Se desprende la elocuencia con la que el autor hace mención a diversas cuestiones relativas al ejercicio de la abogacía, la obra abarca muchos aspectos que se debe considerar en nuestro ámbito jurídico.

A través de sus 19 capítulos nos narra diversas como el abogado debe tener fe en el juez, quien protegerá aquel que se cubra con el manto de la justicia, como jurista tenemos que ser puntuales y de buenos modales tanto a dentro como fuera del juzgado. Nos muestra las dos caras; la del juzgador y la del defensor, sus semejanzas y diferencias, ejemplifica lo hábil, elocuente  y astuto que debe de ser el postulante, para poder sortear no tan solo a la autoridad jurisdiccional, entiéndanse jueces o magistrados que muchas veces se creen seres superiores por el hecho de estar investidos de esa autoridad, que los hace los más profundos y conocedores de la ciencia del derecho, también nos enfrenta a la idea que los mismos clientes o defendidos tienen de los abogados y , que también con ellos, y contra ellos debemos de postular, de ser pacientes, de saber interpretar sus deseos y a su vez traducirlo en argumentos ante el Juez para su defensa personal o la de sus intereses, sabiamente nos enseña que más vale un corto argumento debidamente fundado, que miles de palabras huecas infundadas para poder influir en el ánimo del juzgador, y esto acompañado de un tinte de humildad y de una buena retorica se traduce en un BUEN ABOGADO.

“Elogio de los Jueces”, un libro que sin duda no podemos dejar de leer, cuyas páginas no dejan de ser vigentes y sus enseñanzas actuales.

        

  • DESARROLLO

El jurista tiene que tomar enserio la justicia y trabajar por ella para así hacer cambiar el curso de las cosas, ya que de nuestro trabajo dependen las personas e incluso su felicidad.

No tener temores aunque se enfrente a un adversario que impone o tiene grandes influencias, mientras exponga las pruebas claramente el juez, vera que el tiene razón y dará justicia a su debido caso. Abstenerse de sentir temor de los jueces es importante, dirigirse a ellos de hombre a hombre con palabras sencillas y siempre respeto, son iguales a nosotros, tal vez con mayor o menor preparación pero mirarlos a los ojos y convencerlos de la verdad.

Ellos tienen un poder “supremo” que bien empleado nos hace ver que el derecho existe, pero si el juez no hace bien su trabajo “la voz del derecho quedara desviada y lejana”[1]. Los juzgadores y el abogado han de corresponderse ayudándose para envolver al mundo con más justicia y dejar la injusticia lejana.

Como abogados nunca se tiene que olvidar los buenos modales que cotidianamente en el mundo exterior se utilizan, no hacer de las audiencias un espectáculo; exaltarse, gritar, etc. Dejando a un lado esa educación, pensando que así captaran la atención del tribunal. Esta profesión siempre deberá reflejar consciencia y razonamiento, y así dominar todo lo anterior, incluso responder las groserías del contrario, siempre amables y ante todo no perder la cabeza… “Optimo es el abogado de quien el juez, termina la discusión, no recuerda ni los gestos, ni la cara, ni el nombre; pero recuerda exactamente los argumentos que, salidos de aquella toga sin nombre, hará triunfar la causa del cliente”[2]. Tampoco se debe de dirigir a los jueces dándoles una cátedra de su vasto conocimiento, como si estos fueran simples principiantes, “El abogado que, al defender una causa, entra en abierta polémica con el juez, comete la misma imperdonable imprudencia que el alumno que, durante el examen, discute con el profesor”[3].

El postulante a través del tiempo va madurando sus cualidades; al comenzar goza de juventud y entusiasmo, después de experiencia y equilibrio, algo que distingue al joven abogado y experimentado juez. La obra nos dice que los abogados repercuten en los jueces y viceversa. El defensor puede hacer caer al juez en aislamiento mental y este a su vez hacer caer al otro en la corrupción o superficialidad.

El letrado se comprometerá a hacerse entender por el juez con una oratoria clara, concisa y digna; “hablar poco, decir mucho”, ser objetivos y no “revolcar” los discursos, no acomplejarse y querer gritar por ver al juez tan lejano, en los juzgados deberá existir siempre la fluidez de preguntas y respuestas breves y claras.

Imaginemos la aburricion del juez al escuchar al abogado trabarse, hablar sin que se le entienda lo que nos quiere decir a tal punto de que el juzgador se quede dormido, claro ejemplo de que el alegato no le interesa. Nada como que el magistrado nos mire a los ojos, interrumpa, incluso cuestione y a veces necesariamente modifique el discurso.

El cliente por el contrario del juez, casi siempre buscara un abogado chismoso, hablador y prepotente, cualidades contrarias que los jueces buscan. Los defensores deben ser útiles al cliente, hablar lo necesario y ser fieles a la justicia. Y obviamente tienen que ayudar pero no cargar con sus problemas. Los clientes quieren sentirse tranquilos después de dejar su asunto en manos de su protector y creen que están “curados”, estos piensan que los que se tienen que sentir agobiados por su causa somos nosotros como su defensor, “piensan algunos que la función de los abogados en la sociedad, no es la de mantener a sus clientes en el camino de la legalidad, sino la de meditar expedientes a fin de reparar las fechorías de los desordenados y ponerlos así en condiciones de continuar tranquilamente sus enredos”[4]

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