El retorno de Odiseo
mosquitolearnReseña8 de Febrero de 2012
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LA ODISEA
Homero
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CANTO I
LOS DIOSES DECIDEN EN ASAMBLEA
EL RETORNO DE ODISEO
Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos,
que anduvo errante muy mucho después de Troya sagrada asolar;
vió muchas ciudades de hombres y conoció su talante,
y dolores sufrió sin cuento en el mar tratando
de asegurar la vida y el retorno de sus compañeros.
Mas no consiguió salvarlos, con mucho quererlo,
pues de su propia insensatez sucumbieron víctimas,
¡locas! de Hiperión Helioslas vacas comieron,
y en tal punto acabó para ellos el día del retorno.
Diosa, hija de Zeus, también a nosotros,
cuéntanos algún pasaje de estos sucesos.
Ello es que todos los demás, cuantos habían escapado a la amarga muerte, estaban en casa, dejando atrás la
guerra y el mar. Sólo él estaba privado de regreso y esposa, y lo retenía en su cóncava cueva la ninfa Calipso,
divina entre las diosas, deseando que fuera su esposo.
Y el caso es que cuando transcurrieron los años y le llegó aquel en el que los dioses habían hilado que
regresara a su casa de Itaca, ni siquiera entonces estuvo libre de pruebas; ni cuando estuvo ya con los suyos.
Todos los dioses se compadecían de él excepto Poseidón, quién se mantuvo siempre rencoroso con el divino
Odiseo hasta que llegó a su tierra.
Pero había acudido entonces junto a los Etiopes que habitan lejos (los Etiopes que están divididos en dos
grupos, unos donde se hunde Hiperión y otros donde se levanta), para asistir a una hecatombe de toros y
carneros; en cambio, los demás dioses estaban reunidos en el palacio de Zeus Olímpico. Y comenzó a hablar
el padre de hombres y dioses, pues se había acordado del irreprochable Egisto, a quien acababa de matar el
afamado Orestes, hijo de Agamenón. Acordóse, pues, de éste, y dijo a los inmortales su palabra:
«¡Ay, ay, cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero
también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde. Así, ahora Egisto ha
desposado cosa que no le correspondía a la esposa legítima del Atrida y ha matado a éste al regresar; y eso
que sabía que moriría lamentablemente, pues le habíamos dicho, enviándole a Hermes, al vigilante
Argifonte, que no le matara ni pretendiera a su esposa. "Que habrá una venganza por parte de Orestes cuando
sea mozo y sienta nostalgia de su tierra." Así le dijo Hermes, mas con tener buenas intenciones no logró
persuadir a Egisto. Y ahora las ha pagado todas juntas.»
Y le contestó luego la diosa de ojos brillantes, Atenea:
«Padre nuestro Cronida, supremo entre los que mandan, ¡claro que aquél yace víctima de una muerte
justa!, así perezca cualquiera que cometa tales acciones. Pero es por el prudente Odiseo por quien se
acongoja mi corazón, por el desdichado que lleva ya mucho tiempo lejos de los suyos y sufre en una isla
rodeada de corriente donde está el ombligo del mar. La isla es boscosa y en ella tiene su morada una diosa, la
hija de Atlante, de pensamientos perniciosos, el que conoce las profundidades de todo el mar y sostiene en su
cuerpo las largas columnas que mantienen apartados Tierra y Cielo. La hija de éste lo retiene entre dolores y
lamentos y trata continuamente de hechizarlo con suaves y astutas razones para que se olvide de Itaca; pero
Odiseo, que anhela ver levantarse el humo de su tierra, prefiere morir. Y ni aun así se te conmueve el
corazón, Olímpico. ¿Es que no te era grato Odiseo cuando en la amplia Troya te sacrificaba víctimas junto a
las naves aqueas? ¿Por qué tienes tanto rencor, Zeus?»
Y le contestó el que reúne las nubes, Zeus:
«Hija mía, ¡qué palabra ha escapado del cerco de tus dientes! ¿Cómo podría olvidarme tan pronto del
divino Odiseo, quien sobresale entre los hombres por su astucia y más que nadie ha ofrendado víctimas a los
dioses inmortales que poseen el vasto cielo? Pero Poseidón, el que conduce su carro por la tierra, mantiene
un rencor incesante y obstinado por causa del Cíclope a quien aquél privó del ojo, Polifemo, igual a los
dioses, cuyo poder es el mayor entre los Cíclopes. Lo parió la ninfa Toosa, hija de Forcis, el que se cuida del
estéril mar, uniéndose a Poseidón en profunda cueva. Por esto, Poseidón, el que sacude la tierra, no mata a
Odiseo, pero lo hace andar errante lejos de su tierra patria. Conque, vamos, pensemos todos los aquí
presentes sobre su regreso, de forma que vuelva. Y Poseidón depondrá su cólera; que no podrá él solo
rivalizar frente a todos los inmortales dioses contra la voluntad de éstos.»
Y le contestó luego la diosa de ojos brillantes, Atenea:
«Padre nuestro Cronida, supremo entre los que mandan, si por fin les cumple a los dioses felices que
regrese a casa el muy astuto Odiseo, enviemos enseguida a Hermes, al vigilante Argifonte, para que anuncie
inmediatamente a la Ninfa de lindas trenzas nuestra inflexible decisión: el regreso del sufridor Odiseo. Que
yo me presentaré en Itaca para empujar a su hijo y ponerle valor en el pecho a que convoque en asamblea a
los aqueos de largo cabello a fin de que pongan coto a los pretendientes que siempre le andan sacrificando
gordas ovejas y cuernitorcidos bueyes de rotátiles patas. Lo enviaré también a Esparta y a la arenosa Pilos
para que indague sobre el regreso de su padre, por si oye algo, y para que cobre fama da valiente entre los
hombres.»
Así diciendo, ató bajo sus pies las hermosas sandalias inmortales, doradas, que la suelen llevar sobre la
húmeda superficie o sobre tierra firme a la par del soplo del viento. Y tomó una fuerte lanza con la punta
guarnecida de agudo bronce, pesada, grande, robusta, con la que domeña las filas de los héroes guerreros
contra los que se encoleriza la hija del padre Todopoderoso. Luego descendió lanzándose de las cumbres del
Olimpo y se detuvo en el pueblo de Itaca sobre el pórtico de Odiseo, en el umbral del patio. Tenía entre sus
manos una lanza de bronce y se parecía a un forastero, a Mentes, caudillo de los tafios.
Y encontró a los pretendientes. Éstos complacían su ánimo con los dados delante de las puertas y se
sentaban en pieles de bueyes que ellos mismos habían sacrificado. Sus heraldos y solícitos sirvientes se
afanaban, unos en mezclar vino con agua en las cráteras, y los otros en limpiar las mesas con agujereadas
esponjas; se las ponían delante y ellos se distribuían carne en abundancia. El primero en ver a Atenea fue
Telémaco, semejante a un dios; estaba sentado entre los pretendientes con corazón acongojado y pensaba en
su noble padre: ¡ojalá viniera e hiciera dispersarse a los pretendientes por el palacio!, ¡ojalá tuviera él sus
honores y reinara sobre sus posesiones! Mientras esto pensaba sentado entre los pretendientes, vió a Atenea.
Se fue derecho al pórtico, y su ánimo rebosaba de ira por haber dejado tanto tiempo al forastero a la puerta.
Se puso cerca, tomó su mano derecha, recibió su lanza de bronce y le dirigió aladas palabras:
«Bienvenido, forastero, serás agasajado en mi casa. Luego que hayas probado del banquete, dirás qué
precisas.»
Así diciendo, la condujo y ella le siguió, Palas Atenea. Cuando ya estaban dentro de la elevada morada,
llevó la lanza y la puso contra una larga columna, dentro del pulimentado guardalanzas donde estaban
muchas otras del sufridor Odiseo. La condujo e hizo sentar en un sillón y extendió un hermoso tapiz
bordado; y bajo sus pies había un escabel. Al lado colocó un canapé labrado lejos de los pretendientes, no
fuera que el huésped, molesto por el ruido, no se deleitara con el banquete alcanzado por sus arrogancias y
para preguntarle sobre su padre ausente. Y una esclava derramó sobre fuente de plata el aguamanos que
llevaba en hermosa jarra de oro, para que se lavara, y al lado extendió una mesa pulimentada. Luego la
venerable ama de llaves puso comida sobre ella y añadió abundantes piezas escogidas, favoréciéndole entre
los que estaban presentes. El trinchante les ofreció fuentes de toda clase de carnes que habían sacado del
trinchador y a su lado colocó copas de oro. Y un heraldo se les acercaba a menudo y les escanciaba vino.
Luego entraron los arrogantes pretendientes y enseguida comenzaron a sentarse por orden en sillas y
sillones. Los heraldos les derramaron agua sobre las manos, las esclavas amontonaron pan en las canastas y
los jóvenes coronaron de vino las cráteras. Y ellos echaron mano de los alimentos que tenían dispuestos
delante. Después que habían echado de sí el deseo de comer y beber, ocuparon su pensamiento el canto y la
danza, pues éstos son complementos de un banquete; así que un heraldo puso hermosa cítara en manos de
Femio, quien cantaba a la fuerza entre los pretendientes, y éste rompió a cantar un bello canto
acompañándose de la cítara.
Entonces Telémaco se dirigió a Atenea, de ojos brillantes, y mantenía cerca su cabeza para que no se
enteraran los demás:
«Forastero amigo, ¿vas a enfadarte
...