LOS PROBLEMAS PARA ENTENDER LA POLÍTICA 1.1 LA CRISIS DE LAS ANTIGUAS INTERPRETACIONES
demetrioboyanTrabajo19 de Octubre de 2017
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1 LOS PROBLEMAS PARA ENTENDER LA POLÍTICA
1.1 LA CRISIS DE LAS ANTIGUAS INTERPRETACIONES
The rational choice
Algunos autores defendieron en el siglo pasado que los electores son actores racionales de la política, que escogen por quién votar después de leer programas de gobierno, comparar propuestas y evaluar lo que ocurre en los debates. Suena correcto estar de acuerdo con esta tesis que se respalda en la falacia de la sabiduría popular, pero empíricamente se ha comprobado que no es así. Si alguien realiza tanto esfuerzo, debe tener tanto interés por la política que seguramente habrá decidido cómo votar antes de hacer nada de eso. La superstición de que los votantes se deciden por argumentos racionales está desmentida por las ciencias experimentales y lleva al fracaso. Los electores son seres humanos y actúan en la política como en todas las demás circunstancias de la vida.
La toma de decisiones de los seres humanos siempre fue compleja, dependió de muchas variables de las que hemos hablado antes, pero el fenómeno se agudizó ahora, cuando la gente decide inmersa en un torbellino de comunicaciones en el que existe más información sobre deporte, sexo, humor y farándula que sobre propuestas y proclamas ideológicas. [A] [A] Varios de estos conceptos los desarrolló Carlos Salinas de Gortari en una conferencia que tuvo lugar en 2014 en la George Washington University. Es interesante su libro ¿Qué hacer? La alternativa ciudadana, México, Debate, 2011. Con la cultura de internet cada vez hay más personas intercambiando tuits y menos dispuestas a leer a Gramsci.
Los programas de gobierno
Hay quienes suponen que se pueden ganar las elecciones distribuyendo programas de gobierno con propuestas serias. Si la principal demanda de los votantes fuera esa, no hubieran llegado al poder muchos de los presidentes de los últimos años. El programa de gobierno no sirve para conseguir votos. Si el candidato tiene fama de ignorante, tal vez mejore su imagen al exhibirlo, pero nada más. Es bueno escribir un programa que debe ser escueto y evitar definiciones, ya que los únicos que lo leerán serán adversarios y algunos periodistas que buscarán algo para armar escándalo. Casi nadie tendrá una genuina curiosidad por averiguar su contenido y no llegará a los electores menos decididos, puesto que no leen ese tipo de materiales.
Con esto no decimos que los programas de gobierno no sirven para nada. Son indispensables para hacer política en serio, para dar solidez a la comunicación del candidato y preparar equipos de gobierno. En el caso de Mauricio Macri ese trabajo le llevó más de una década de maduración, en la que se hicieron estudios de todo tipo en la Fundación Pensar y en otras instancias del PRO, que ayudaron para diseñar la campaña y planificar la acción de su gobierno. Los programas son fundamentales para gobernar, pero no son piezas de publicidad que sirven para conseguir votos.
Un candidato responsable debe tenerlos y conformar un equipo de gobierno que sea capaz de cumplir con sus ofertas de campaña. Hemos conocido candidatos exitosos que no tuvieron ningún programa de gobierno y no sabían mayor cosa acerca de la política y también a líderes con una formación académica impecable que sufrieron derrotas estrepitosas. Un nivel alto de estudios puede ser útil, pero a veces se convierte en un obstáculo para el contacto del candidato con la gente común, que es la que finalmente decide en la democracia de masas.
Los que añoran la época de las ideologías suelen decir que los jóvenes rechazan la política porque se volvió superficial. Según ellos, la democracia adquiriría nuevos bríos si todos se vuelven “programáticos” y escriben documentos densos. Esa es una utopía atractiva para quienes nacimos en la galaxia Gutemberg y quisiéramos vivir en un mundo en el que todos mediten, estudien, dejen de lado sus sentimientos, analicen lo que es mejor para el país y solo después decidan su voto. Los conservadores de todas las ideologías creen que así fue la democracia antigua y que hoy los electores se dejan manipular por espectáculos. Propician que el programa se reparta puerta en puerta, que el discurso del candidato aborde los grandes temas del mundo. Desgraciadamente los electores no los leen porque les aburren y en la sociedad actual se pueden hacer muchas cosas más interesantes que leer ese tipo de documentos.
Hemos conocido candidatos que no habían leído sus propios programas de gobierno o el ideario de su partido. Hace años colaboramos con un equipo de académicos que editó los idearios de los partidos de determinado país. Cuando entrevistamos a sus máximos dirigentes para averiguar acerca de algunas contradicciones que encontramos entre el programa y su discurso, algunos se rieron a mandíbula batiente y otros se mostraron sorprendidos. No faltó quien dijo que “contratamos a un sociólogo para que haga el ideario y no lo revisamos antes de editarlo porque teníamos demasiado trabajo con la campaña”.
Quienes se dan tiempo para leer y analizar los programas de gobierno lo hacen para constatar cuán inteligentes son sus compañeros y cuán idiotas son sus adversarios. Los que no son militantes no los leen. Es poco probable que en la historia de México alguien haya estudiado con frialdad los programas de gobierno del PAN (Partido Acción Nacional), del PRI y del PRD (Partido de la Revolución Democrática) para tomar después una posición política y también que algún empresario se haya hecho de izquierda porque leyó El capital de Marx.
Caído el Muro de Berlín, terminó la pugna entre Rusia y Norteamérica y también la vigencia de alternativas políticas realmente distintas en América Latina. Los programas de los partidos que tienen posibilidades de ser gobierno son parecidos. Los que creían que hay que estatizar todo, instaurar dictaduras vitalicias y exterminar a los burgueses son actualmente minorías poco importantes. Tampoco es probable que vuelva la represión salvaje de las fuerzas militares. Ambos tipos de posiciones extremas fueron posibles en otra etapa de la tecnología y serían bloqueadas por los celulares y la fuerza de la comunicación.
No hay espacio para propuestas muy originales. Lo que cambia es la forma de presentarlas y sobre todo la credibilidad de los voceros. Si revisamos las elecciones desde Río Grande hasta la Patagonia, veremos que todos los programas de gobierno son parecidos, y si llega a surgir una idea nueva, inmediatamente hay quienes la copian dentro del propio país o en cualquier otro sitio.
Los programas de gobierno largos y complejos se refieren a demasiados temas, con lo que al final los votantes sienten que el candidato no dice nada. Las propuestas de Hillary Clinton, serias y bien pensadas, lograron que su campaña fuera completamente aburrida. La estrategia debe escoger ciertos temas que ayuden a fortalecer la imagen del candidato, tener claro cuáles son los grupos de votantes que pueden moverse con ese mensaje y vigilar para que el conjunto de la campaña lo comunique de manera adecuada.
Los debates
Otro tanto pasa con los debates. Los ven los electores politizados que ya decidieron por quién votar. En general sirven para consolidar simpatías y antipatías previas, como lo demostró la última elección norteamericana, en la que todos coincidieron con que Hillary Clinton triunfó en los debates sobre Trump, pero las encuestas solo registraron movimientos pequeños y fugaces en la preferencia electoral. Hemos comprobado que lo mismo pasa en los países latinoamericanos que estudiamos: ningún debate ha movido las preferencias electorales de manera significativa, aunque los candidatos suelen ponerse nerviosos y dedicar una buena porción de tiempo a prepararlos. Los electores menos decididos no son personas que dudan entre propuestas interesantes que quisieran conocer mejor, sino electores a los que les aburren esas discusiones y rechazan a los políticos por ser tales.
Antes se creía que el impacto del debate dependía de los titulares de los periódicos. Ahora hay que calcular más el impacto del debate en esa opinión pública inmanejable a la que hemos hecho alusión en otro capítulo. En todo caso, si existe alguna repercusión, no será favorable para el candidato programático y poco sentimental. Los debates se transmiten a través de la televisión, que es un medio que nació para divertir, no para confrontar ideas. Desde luego nada es inamovible y por excepción la estrategia puede pretender conseguir determinados objetivos con la actuación del candidato en un debate.
No decimos que los debates no deben existir. Son buenos para la democracia porque proporcionan a la gente una información importante y ayudan a la maduración del sistema político, pero es completamente falsa la idea de que determinan la suerte de una elección.
1.2 Los partidos y los aparatos
La lealtad a los partidos
Algunos autores explican el voto por la lealtad de los ciudadanos a los partidos políticos. En el caso de los votantes europeos, esto tuvo más sentido durante el siglo pasado porque la mayoría de las elecciones son indirectas, el pueblo elige legisladores y el Parlamento designa a los miembros del poder ejecutivo. Los votantes norteamericanos, que tienen una democracia presidencialista, han sido fieles a sus partidos durante muchos años. En un país en que el voto es voluntario y solo se puede ejercer después de hacer algunos trámites, los ciudadanos se toman esas molestias solo cuando algún tema les interesa. Esas polémicas sobre los issues son el eje de las campañas en ese país.
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