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La medea de Cristia Wolf

chayenisEnsayo30 de Septiembre de 2015

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La Medea de Cristha Wolf

La acronía no consiste en la yuxtaposición indiferente sino más bien en entrelazar las épocas, siguiendo el modelo de un trípode, en una serie de estructuras que se rejuvenecen. Se les puede desplegar como un acordeón, y entonces hay mucha distancia entre los extremos, pero también se pueden encajar unas con otras como montaña rusas, y entonces las paredes que separan las épocas quedan muy próximas. La gente de otro siglo oye gimotear nuestros gramófonos y, a través de las paredes del tiempo, las vemos alargar la mano hacia mesas apetitosamente dispuestas.

Elisabeth Lenk

Invadir las redes que imponen los años, sofocar las grandes murallas de piedra y abrirnos paso hacia lo insólito, lo infinitamente desconocido… Así vuelve Grecia ante nosotros, desnuda, incitándonos a descubrir cada misteriosa grieta que han difuminado los siglos, los hombres, el tiempo.

Cada sociedad a lo largo de la historia ha urdido a su alrededor una serie de disímiles relatos a los que han concebido como su pasado, como su marca ancestral en eras remotas de la civilización; semblanzas protagonizadas por seres gloriosos o pérfidos, por castigos o dones divinos, por nacimientos o muertes, leyendas, en fin, que amparan al hombre ante ese gran reto que significa la vida.

Los griegos también crearon sus historias, sus dioses arbitrarios y juguetones, sus héroes invencibles. Sus mitos, que todavía hoy maravillan, nos hacen sentir parte de una tradición milenaria, sorprendentemente viva.

Desde la antigüedad la urdimbre mitológica griega sirvió de abono para la creación artística. La tragedia clásica acogió estas narraciones extraordinarias como fuente nutricia y creó personajes vívidos que aún hoy nos sobrecogen.

Eurípides fue uno de esos grandes trágicos de la antigüedad. Su forma de concebir el teatro significó un punto de madurez dentro del género:

(…) En la producción dramática de Eurípides culminan las tendencias del desarrollo teatral y, al mismo tiempo que hereda una larga tradición precedente, como resultados de las nuevas circunstancias y de los nuevos intereses, prefigura el drama posterior. Con Eurípides la tragedia ateniense, como género con potencia creativa, toca su término y, aunque en el siglo siguiente se continúan las competencias dramáticas y se siguen estrenando nuevas tragedias ya ninguna será comparable con las producciones del siglo V.

Entre las variadas obras que concibió es Medea una de las más recreadas por los artistas en épocas posteriores. Este personaje femenino ha sido retomado, modificado, evocado en tantas ocasiones que no parece ya extraído de la ficción. Asociada al desenfreno, a la pasión delirante, al infanticidio, es siempre una de esas heroínas que impresionan, que dejan su vestigio dolorido en cada obra que protagoniza.

Entre los tantos autores que han retomado la leyenda de la colquidense y los argonautas se encuentra la alemana Cristha Wolf en su novela Medea.

Wolf se acerca al mito desde una forma nueva: se afirma en las raíces pero destruye la hojarasca. Su manera de concebir la historia representa un viraje en el motivo principal de la tragedia de Eurípides: la venganza de Medea, su hybris.

Desde el inicio de la novela, Wolf nos propone el juego: transgredir las épocas, atravesarlas: pronunciamos un nombre y, como las paredes son permeables, penetramos en su época, encuentro deseado, desde el fondo del tiempo responde a nuestra mirada. ¿Infanticida? Por primera vez, esta duda. Cristha Wolf se apodera del pasado, abre un espacio en el tiempo para irrumpirlo, para viajar a través de él hasta el mismo instante donde Medea vive y sufre.

Esta artimaña narrativa posiciona al lector como testigo invisible, como si solo él fuera capaz de conocer la historia verdadera de la hechicera y los monólogos de cada personaje nos llegan como un susurro familiar porque ya el lector ha abandonado su tiempo, ahora está en Corinto entre el estrépito de paredes que se derrumban.

La estructura de la novela está en función de este juego propuesto inicialmente. La polifocalidad permite que podamos escuchar esas voces que la autora siente y nos hace sentir antes del primer monólogo. Esta focalización múltiple nos descubre la figura de Medea a través de cada uno de los personajes que narran en primera persona; Aunque de esta manera se desgajen un poco los fuertes agones entre la extranjera y Jasón que con gran maestría presentaba Eurípides, el diálogo indirecto, un recurso más contemporáneo insertado en el relato a través del recuerdo, permite que los hechos se vuelvan más táctiles y menos matizados por la interiorización de los monólogos.

Preterir una narración intervenida por una voz exterior a los hechos o por uno solo de los personajes nos parece un acierto de la autora alemana. Con los monólogos interiores los personajes se exponen, se desvisten sin censuras o simulaciones, de esta manera se vuelven más próximos, más humanos, como por ejemplo en esta confesión de Agameda:

En el mismo instante comprendí que ella necesitaba mi ayuda: Medea, la gran curandera, estaba allí, confusa y desamparada; me dio un salto el corazón, finalmente se iba a realizar mi deseo más íntimo, el que determinó mi infancia, yo, yo la socorrería, permanecería junto a su lecho, la serviría, me haría indispensable, y al fin recogería lo que seguía ansiando tan cruelmente: su gratitud. Su amor.

Wolf, como habíamos dicho con anterioridad, no expone íntegramente el mito sino que lo moldea de una manera nueva, que lo acerca a lo contemporáneo. Hace de la antigua leyenda un reservorio donde enlazar toda una serie de problemáticas que forman parte de la postmodernidad, sin que esto implique una discordancia temporal que raye en lo anacrónico. Temas como la aceptación a las diferencias, la discriminación de género, las debilidades humanas son propuestos desde una perspectiva que invita al cuestionamiento y a la reflexión.

El destierro es uno de esos temas que nuclean toda la obra y con este la condición de extranjero. El exilio se cierne sobre las mujeres de la novela y las marca inexorablemente. Es notable como los personajes que poseen la mayor carga trágica están sometidos al retiro: Medea, Mérope y Glauce.

Medea desde que comienza la historia ya se nos presenta doblemente desterrada en cierto sentido: de la Cólquide y del palacio de Creonte. De su tierra natal se fue por su decisión pero no puede volver por el estigma de traidora que le ha impuesto el rey Eetes, su padre. Del palacio real corintio ha sido expulsada por Creonte, -esto es una diferencia notable con la obra de Eurípides pues es el destierro de Corinto que le imponen a Medea justamente el que provoca de forma más feroz su ira y acelera vertiginosamente sus proyectos de venganza por la traición de Jasón- finalmente es expulsada del territorio en medio de la humillación y del repudio.

Mérope vive aislada totalmente en una zona impenetrable del palacio, consumida, luego de la muerte atroz de Ifinoe. Glauce también vive recluida en su habitación debido a su enfermedad y al trauma que experimentó desde la infancia.

Es muy interesante la forma doble que adopta el ostracismo en la novela. No solo implica un cambio de espacio, sino que también percibimos un confinamiento interior. Tanto Mérope como Glauce están prácticamente apartadas de la actividad social del reino, viven aisladas, encerradas en sí mismas, en sus sufrimientos, con una diferencia sustancial: el total destierro de Mérope es voluntario, en cambio el de Glauce es impuesto por un mundo hostil ante lo diferente , que la condena y la margina tras un rechazo velado por la conmiseración, incluso es rechazada por su padre: (…) no pude recordar que me hubiera tocada antes, evitaba tocarme y yo lo he comprendido antes y yo lo he comprendido siempre. A qué hombre, aunque sea nuestro padre, le gusta tocar la piel pálida e impura o los miembros desmañados de una muchacha aunque sea su hija, ¿no?, es mi certeza más temprana, que soy fea.

Otro de los temas que, en alguna medida, se desgaja de este, es la no aceptación a las diferencias, la segregación a todo lo desigual, a todo lo que simplemente no se puede comprender, o aceptar.

Es relevante en este aspecto el valor que cobra el pueblo corintio, que como una voz compacta se erige y juzga y señala y expulsa. La polis corintia se mueve a través de resortes fundados sobre la base de sus creencias, de sus ideas simplificadas del bien y el mal y se aferra una y otra vez a la “equilibrio”.

El pretender mantener la ciudad en esta fijeza, en esta aparente paz, hace que una y otra vez recreen los hechos, los amolden, los falseen, y la realidad sea manipulada hasta que posea la imagen que necesitan ver reflejada: Fue ella (Medea) quien me inspiró todas esas imágines (…) Reforzó en mí toda esa clase de sospechas aberrantes, eso suena plausible. O ¿preferirías creer, querida Glauce, que vives en una fosa de asesinos?, me dice Turón con una mueca que él cree una sonrisa .

Para los corintios la verdad puede ser recreada, y si se presenta atroz prefieren que la reconstruyan en aras de evitar el espanto, de alterar el orden social que es tradición.

Medea es el personaje que principalmente sufre las consecuencias. Su condición de extranjera y el hecho de mantener sus costumbres la convierten ante los ojos de los corintios en una mujer bárbara, incivilizada. En cierto sentido Medea contrasta con las corintias, es

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