La provincia de Oudh
hhchhcMonografía20 de Septiembre de 2011
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En la provincia de Oudh, unida hoy administrativamente con la de Agla, subsiste todavía, aunque medio en ruinas, la antiquísima ciudad de Ayodhya, en otro tiempo uno de los más potentes centros religiosos de India, y lugar de peregrinación.
Reinaba en Ayodhya hace ya muchos siglos un rey llamado Dasaratha, quien no había tenido sucesión de ninguna de sus tres esposas, por lo que como buenos induístas fueron en peregrinación a varios santuarios y ayunaron en fervorosa súplica de que Dios les concediera sucesión.
Por fin obtuvieron respuesta a sus ruegos en cuatro hijos, de los que el mayor fue Rama.
Cual con venía a su estirpe, los cuatro hermanos recibieron completa educación en todos los ramos del saber, y para evitar futuras contiendas era costumbre en la antigua India que el rey asociara a su hijo mayor al gobierno del país, con el título de Yuvaraja que significa: «el rey joven».
En otra ciudad había un rey llamado Janaka, quien tenía una ahijada maravillosamente hermosa cuyo nombre era Sita, a la que habían encontrado recién nacida en un campo, como si hubiese surgido del seno de la Tierra.
En sánscrito antiguo, la palabra Sita sig.nifica «surco hecho por el arado» , y en la mitología indica vemos personajes que sólo tienen padre o madre o nacen sin padre ni madre del fuego del sacrificio, de un campo, etc., como si cayeran de las nubes. Todas
esas clases de nacimientos milagrosos son frecuentísimas en la mitología índica.
Sita, hija de la Tierra, era como tal pura e inmaculada. La crió el Rey Janaka, quien al llegar ella a la edad núbil, deseaba encontrarle digno esposo.
Era costumbre en la antigua India que las princesas reales escogiesen marido. A esta costumbre se la llamaba Swayamvara; y según su práctica, el padre de la princesa casadera invitaba a a todos los príncipes del contorno a que acudiesen a la corte,
donde la princesa, espléndidamente ataviada, guirnalda en mano y precedida por un heraldo que iba enumerando las prendas, dotes y cualidades de cada pretendiente, pasaba por delante de ellos y colgaba la guirnalda del cuello del que elegía por marido.
Muchos eran los príncipes que aspiraban a la mano de Sita, quien había exigido en prueba de merecimiento, que el predilecto quebrara con sus manos un formidable arco llamado Haradhana.
Todos los príncipes fracasaron en el empeño, a pesar de haberse esforzado en lograrlo, menos Rama, que con graciosa facilidad tomó el potente arco en sus manos y lo quebró en dos mitades.
Así eligió Sita por marido a Rama y las bodas se celebraron con pomposa magnificencia.
Rama se llevó a su esposa a la corte de su padre Dasaratha, quien creyó llegado el momento de nombrar yuvaraja a su hijo mayor y confiarle el gobierno del país.
En consecuencia, dispuso Dasaratha todo lo conveniente a la proclamación, y el pueblo entero acogió entusiastamente la noticia, cuando una doncella de Kaikeyi, la más joven de las tres esposas de Dasaratha, le recordó a su señora que hacía largo tiempo que el rey su esposo le había prometido dos cosas en gracia a la mucha que a él le hiciera, diciéndole:
-Pide dos cosas que yo pueda otorgarte y te las otorgaré.
La reina Kaikeyi no pidió por entonces ninguna de ambas cosas a su marido, y había olvidado la promesa; pero la maligna doncella empezó a socavar el ánimo de la reina, representándole la injusticia de colocar a Rama en el trono, cuando con sólo exigir del rey el cumplimiento de su promesa, podría ocupar el trono su propio hijo; y así fue que la reina Kaikeyi enloqueció de celos.
La taimada doncella incitó entonces a su ama a que desde luego exigiera del rey la concesión de los prometidos dones, y uno de ellos había de ser que su hijo Bharata ocupase el trono, y el otro que condenase a Rama a catorce años de destierro en los
bosques.
Aunque Rama era alma y vida para el rey Dasaratha, cuando la reina Kaikeyi le exigió el cumplimiento de su promesa, vióse obligado como rey a no faltar a su palabra, por lo que no sabía qué hacer.
Pero Rama disipó la duda ofreciéndose voluntariamente a renunciar al trono y salir desterrado, a fin de que nadie pudiera acusar a su padre de falsía.
En consecuencia, Rama se marchó al destierro acompañado de su amante esposa Sita y de su predilecto hermano Lakshmana, que en modo alguno quiso separarse de él.
Los arios no sabían quiénes eran los habitantes de los bosques, y así es que en aquel tiempo les llamaban «monos» ya los más robustos y corpulentos les llamaban «demonios».
A uno de estos bosques habitados por monos y demonios, tal como denominaban los arias a las tribus silvanas, fueron a cumplir su destierro Rama, Sita y Lakshmana.
Cuando Sita manifestó su deseo de acompañar su marido al destierro, le dijo Rama:
-¿Cómo puedes tú, una princesa, arrostrar las penalidades que me esperan en un bosque lleno de insospechados peligros?
Pero Sita respondió :
-Doquiera vaya Rama, irá Sita. ¿Cómo puedes hablarme de principados ni de regias cunas? Iré contigo.
Y con Rama fue Sita, y también el joven Lakshmana, hermano menor de Rama.
Se internaron en el bosque hasta llegar a orillas del rio Godavari, donde construyeron unas chozas y se sustentaron de la caza y de frutos silvestres.
Hacía ya algún tiempo que allí estaban, cuando un día se presentó una gigantesca demonia, hermana del gigante rey de Lanka (Ceilán) .
Vagando a capricho por los bosques, se encontró con Rama, y al verle tan varonil mente hermoso, se prendó de él con fulminante amor. Pero como Rama, además de casado, era varón castísimo, no pudo corresponder al amor de la intrusa, quien para vengar tamaño desaire, volvióse al lado de su hermano y le ponderó sobremanera la encantadora hermosura de Sita, la esposa de Rama.
Rama aventajaba en poder a todos los mortales y no había gigante ni demonio, ni quienquiera que fuese, capaz de vencerle, por lo que el gigante rey de Lanka encomendó a la astucia lo que sabía que le era imposible conseguir por fuerza.
Así es que recurrió a las artes de otro gigante, que era mago, quien lo convirtió en un hermoso ciervo de áureo color, y de esta suerte metamorfoseado, fuése al bosque donde Rama vivía, y empezó a triscar alrededor de la cabaña, hasta que, fascinada Sita por la extraordinaria belleza del animal, le dijo a Rama que lo capturase para ella.
Rama fue en busca del ciervo, dejando a su hermano Lakshmana el cuidado de Sita; pero Lakshmana encendió un círculo de fuego al rededor de la cabaña y le dijo a Sita:
-Presiento que te va a suceder una desgracia; y por tanto, te ruego que no traspongas el círculo mágico, pues si lo traspones te acarrearás infortunio.
Entre tanto, Rama había herido al ciervo encantado con una flecha, e inmediatamente se transformó en figura de hombre y murió el animal.
A este mismo punto, se oyó en la cabaña la voz de Rama que gritaba :
-¡Oh! Lakhmana, ven en mi auxilio.
Sita exclamó:
-Ve enseguida, Lakshmana, en ayuda de Rama.
Lakshmana repuso:
-Esta voz no es la de Rama.
Sin embargo tanto suplicó Sita, que Lakshmana salió en busca de Rama.
Tan pronto como estuvo lejos, se presentó junto al círculo mágico, frente a la puerta de la choza, el rey gigante, en figura de monje mendicante que pidió limosna.
Sita le dijo: - Espera un poco a que vuelva mi marido y te daré abundante limosna.
El falso mendigo repuso:
-No puedo esperar, bondadosa señora, porque estoy hambriento. Dame lo que tengas.
Sita fue entonces por algunas frutas para echárselas al mendicante; pero ella persuadió a que ella misma le diera la limosna, pues nada había de temer de él, que era un santo varón.
Así fue que Sita. transpuso el círculo mágico para darle las frutas al mendicante, quien al punto asumió su gigantesca forma y arrebatando entre sus brazos a Sita la puso en su carro encantado y huyó velozmente con su codiciada presa.
La infeliz Sita, deshecha en llanto, no tuvo quien la protegiese .en aquella soledad; pero se le ocurrió la idea de ir arrojando de trecho en trecho del camino los adornos de sus brazos.
El rey gigante, raptor de Sita, se llamaba Ravana, y se la llevó a Lanka, su reino, hoy isla de Ceilán. Llegados a la corte, le propuso Ravana a Sita que consintiera en ser su esposa y reina del país; pero ella, que era la castidad personificada, no quiso ni siquiera escuchar las palabras de Ravana, quien para castigarla la obligó a permanecer día y noche cabe un árbol hasta que consintiese en ser su esposa.
Cuando al regresar Rama y Lakshmana a la cabaña, notaron la desaparición de Sita, no tuvo límites su desconsuelo, pues no acertaban a imaginar qué había sido de ella.
Los dos hermanos salieron en busca de Sita y aunque exploraron todo el bosque no hallaron huella de su paso.
Después de mucho buscar dieron con un grupo de monos capitaneados por Hanuman,
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