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Nada. Accidentalmente


Enviado por   •  2 de Octubre de 2012  •  Síntesis  •  2.071 Palabras (9 Páginas)  •  240 Visitas

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«accidentalmente». El espectador piensa: «Le está bien empleado; era demasiado sumisa». Luego, vierte su maldad sobre la familia de su sobrino, que la ha acogido en su casa. El sobrino y su esposa hacen todo lo que pueden para satisfacerla, pero cuanto más le dan, más vengativa se vuelve.

Para ello, utiliza un cierto número de técnicas de desestabilización que son habituales entre los perversos: las insinuaciones, las alusiones malintencionadas, la mentira y las humillaciones. Uno se sorprende cuando ve que sus víctimas no se dan cuenta de esa manipulación malévola. Intentan comprender y se sienten responsables: «¿Qué hemos hecho para que nos deteste tanto?». Tía Danièle no se pica irritadamente. Es únicamente fría y malvada; pero no de una forma ostensible que pudiera acarrearle la enemistad de alguien, sino, simplemente, cuando hace uso de pequeños toques desestabilizadores que son difíciles de identificar. Tía Danièle es muy fuerte: le da la vuelta a la situación, pues se sitúa como víctima al tiempo que coloca a los miembros de su familia en una posición de perseguidores, amparándose en el hecho de que han dejado sola a una mujer anciana de ochenta y dos años, encerrada en un piso, con el único alimento de la comida para perros.

En este ejemplo cinematográfico cargado de humor, las víctimas no reaccionan con una acción violenta como podría ocurrir en la vida corriente; creen que su amabilidad terminará por encontrar un eco y que la agresora se volverá más dulce. Siempre se produce todo lo contrario, pues un exceso de amabilidad es como una provocación insoportable. Finalmente, la única persona que goza del favor de tía Danièle es una recién llegada que la «mete en cintura». Por fin ha encontrado una compañera que está a su altura, y así empieza una relación casi amorosa.

Si esta anciana nos divierte y nos conmueve tanto, es porque sentimos claramente que tanta maldad sólo puede provenir de un gran sufrimiento. La compadecemos igual que la compadece su familia y, por eso mismo, nos manipula como manipula a su familia. Nosotros, los espectadores, no sentimos ninguna piedad por las pobres víctimas, que parecen bien tontas. Cuanto más mala es tía Danièle, más amables se vuelven sus parientes y, por lo tanto, más insoportables le resultan a tía Danièle, pero también a nosotros mismos.

No por ello sus ataques dejan de ser perversos. Estas agresiones se derivan de un proceso inconsciente de destrucción psicológica, formado por acciones hostiles evidentes u ocultas, de uno o de varios individuos, hacia un individuo determinado, cabeza de turco en el sentido propio del término. Efectivamente, por medio de palabras aparentemente anodinas, de alusiones, de insinuaciones o de cosas que no se dicen, es posible desestabilizar a alguien, o incluso destruirlo, sin que su círculo de allegados llegue a intervenir. El o los agresores pueden así engrandecerse a costa de rebajar a los demás, y evitar cualquier conflicto interior o cualquier estado de ánimo al descargar sobre el otro la responsabilidad de lo que no funciona: «¡No soy yo, sino el otro, el responsable del problema!». Si no hay culpa, no hay sufrimiento. Aquí se trata de perversidad en el sentido de perversión moral.

Cada uno de nosotros puede utilizar puntualmente un proceso perverso. Éste sólo se vuelve destructor con la frecuencia y la repetición a lo largo del tiempo. Todo individuo «normalmente neurótico» presenta comportamientos perversos en determinados momentos —por ejemplo, en un momento de rabia—, pero también es capaz de pasar a otros registros de comportamiento (histérico, fóbico, obsesivo...), y sus movimientos perversos dan lugar a un cuestionamiento posterior. Un individuo perverso, en cambio, es permanentemente perverso; se encuentra fijado a ese modo de relación con el otro y no se pone a sí mismo en tela de juicio en ningún momento. Aun cuando su perversidad pase desapercibida durante un tiempo, se expresará en cada situación en la que tenga que comprometerse y reconocer su parte de responsabilidad, pues le resulta imposible cuestionarse a sí mismo. Estos individuos sólo pueden existir si «desmontan» a alguien: necesitan rebajar a los otros para adquirir una buena autoestima y, mediante ésta, adquirir el poder, pues están ávidos de admiración y de aprobación. No tienen ni compasión ni respeto por los demás, puesto que su relación con ellos no les afecta. Respetar al otro supondría considerarlo en tanto que ser humano y reconocer el sufrimiento que se le inflige.

La perversión fascina, seduce y da miedo. A veces, envidiamos a los individuos perversos, pues imaginamos que son portadores de una fuerza superior que les permite ser siempre ganadores. Efectivamente, saben manipular de un modo natural, lo cual parece una buena baza en el mundo de los negocios o de la política. También los tememos, pues sabemos instintivamente que es mejor estar con ellos que contra ellos. Es la ley del más fuerte. El más admirado es aquel que sabe disfrutar más y sufrir menos. En cualquier caso, prestamos poca atención a sus víctimas, que pasan por ser débiles o poco listas, y, con el pretexto de respetar la libertad del otro, podemos vernos conducidos a no percibir ciertas situaciones graves. En efecto, una manera actual de entender la tolerancia consiste en abstenerse de intervenir en las acciones y en las opiniones de otras personas aun cuando estas opiniones o acciones nos parezcan desagradables o incluso moralmente reprensibles. Manifestamos asimismo una indulgencia inaudita en relación con las mentiras y las manipulaciones que llevan a cabo los hombres poderosos. El fin justifica los medios. Pero, ¿hasta qué punto es esto aceptable? ¿No corremos con ello el riesgo de erigirnos en cómplices, por indiferencia, y de perder nuestros límites o nuestros principios? La tolerancia pasa necesariamente por la instauración de unos límites claramente definidos. Ahora bien, este tipo de agresión consiste precisamente en una intrusión en el territorio psíquico del otro. El contexto sociocultural actual permite que la perversión se desarrolle porque la tolera. Nuestra época rechaza el establecimiento de normas. Nombrar la manipulación perversa supone establecer un límite, lo que se identifica con una intención de censura. Hemos perdido los límites morales o religiosos

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