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Los Piojos

fernandodesolano18 de Diciembre de 2012

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Todo empezó a fines del 87 en Ciudad Jardín, El Palomar. Cuando un grupo de amigos se juntaron para tocar. De esa primera formación que estaban Mickie, Piti, Pablo Guerra y un amigo del barrio formaron la primera versión de Los Piojos. Luego gracias a Pablo Guerra (que luego se iría a los caballeros de la quema), Andrés entro a la banda como armoniquista invitado para luego convertirse en letrista, compositor y cantante. En esa época Los Piojos tocaban en pubs, para luego pasar al under porteño.

Hacían rocanrol y metían algunas cositas interesantes y diferentes. Algún candombe, algún tanguito, algo que no se pareciera a lo que había para ver y escuchar por ese entonces. Los diez, los veinte, los cincuenta que desgarraban sus gargantas coreando Cruel sentían que era su banda, su descubrimiento más preciado, su tesoro. Ni en el terreno de la imaginación daba vueltas la idea de miles de personas cantando Tan solo en un estadio de fútbol repleto. O de Los mocosos sonando como una reliquia de los peleados viejos tiempos. Se acercaban los noventa, arrancaba el reinado de Carlos Menem, empezaban a vender el país. Los Piojos salían a los pequeños escenarios del rock porteño y bonaerense: Teatro Arlequines (donde alguna vez monologó Enrique Symms), Graf Zeppelin (de Ciudad Jardín), Baroqué, Always, Ma Baker (allí Andrés Ciro cantó por primera vez), La Plaza del Avión y Boa Vista, que ostenta una grabación pirata muy preciada. Esa noche, el guitarrista invitado fue Skay Beilinson, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Fueron inolvidables las fechas en Villa Gesell en el verano del 1989/90. En el boliche Toulousse, sobre la costa, actuaron 13 veces en 15 noches. Los Piojos dormían en cuartitos de chapa, en camas marineras llenas de pulgas. Pero valió la pena: los vieron casi 100 personas por recital.

Eran poquitos -muy poquitos- en los primeros shows. Con Los Piojos ocurrió lo que con casi todas las bandas de rocanrol: los espectadores primarios eran los amigos más cercanos. El repertorio iba de algunas canciones propias (El blues del gato sarnoso, Ay qué maravilla) a covers (de los Stones y Lou Reed). A esa altura, todos los temas ya se veían teñidos por los sonidos característicos que la banda aseguró -con el tiempo- como marca registrada. El acento rioplantense y tanguero asomaba y se expandía de boca en boca por los colegios secundarios de Ciudad Jardín, Martín Coronado y Palomar.

Y fue promediando 1991 cuando dieron un paso muy grande e inesperado. Los Piojos fueron invitados a ser parte del Festival de Música Antirracista de Países del Tercer Mundo, nada menos que en una de las capitales de Europa, París. Antes y después de subir ellos al escenario, tocaron grupos de Cuba, de Marruecos, de Burkina Faso, de Malí, de España y de Francia. El número mayor era una banda que andaba revolucionando la música con sus influencias árabes y latinas: Mano Negra.

Si querés alto volar

De vuelta al barrio, no dejaba de rondar por sus cabezas la idea y la ilusión de grabar el primer disco. Ya los seguían chicos de colegios de la Capital. El Avellaneda (de Palermo) era uno fiel, y el Esnaola (de orientación musical) tenía entre sus alumnos a Tavo Kupinski, que tocaba en Los Sabuesos y conocía a la banda porque su chica era de Ciudad Jardín. Él pasó a reemplazar al violero Pablo Guerra, que recaló en Caballeros de la Quema.

Y fue en el invierno de 1992, entre junio y agosto, cuando por fin entraron a estudios en Del Cielito Records. En ese corto lapso registraron Chac tu chac, su primer disco.

La idea fue volcar todo lo compuesto entre el ‘88 y el ’92, todo lo que hacían en vivo. Fue la primera experiencia en grabaciones de estudio. La versión rocker del tango Yira yira los ubicó en un plano de atención mayor, por atrevidos. Las románticas Tan solo y A veces mostraban una veta sensible que siempre lucen con orgullo.

Los Piojos trataban de tocar todos los fines de semana, y mal no les iba. El año ’93 fue próspero en cuanto a presentaciones en vivo y una gira los llevó a Rosario, Mar del Plata y Bahía Blanca. Lo que ocurría era que llegaban a los lugares y nadie sabía que iban a tocar allí. El apoyo de la compañía era nulo.

Algo nena, algo está pasando

Si hay un lugar al que Los Piojos y sus seguidores de la primera hora recuerdan con cariño y nostalgia es el Teatro Arpegios, en la calle Cochabamba, cerca de la Autopista, en San Telmo. En ese lugar -en ese sótano- ya empezaban a colgarse las primeras banderas, los más desaforados invadían el escenario para bailar con Andrés Ciro, las chicas del público se renovaban fecha a fecha y los pogos crecían cada vez más. Eran shows íntimos y no tanto, porque se daba una fiesta que se grababa en las retinas de todos. Esa fue una buena época de siembra para la banda.

Otro recuerdo: en el colegio Mariano Acosta se organizaban los “contrafestejos” por el 12 de octubre, el llamado “Día de la Raza”, todos los años. Una vez participaron.

La escenografía en los escenarios, trabajada para cada fecha, ya era costumbre. El color rojo del segundo disco -Ay ay ay, de 1994- llenaba los ojos. Los piojitos en las remeras se empezaban a ver de a poco por los barrios y muchos pibes aprendían a tocan Ando ganas con sus guitarras, o silbaban Muy despacito en los colectivos, en los trenes, en los subtes. En una época, los subterráneos de Buenos Aires musicalizaban un spot propio con el tema Chac tu chac.

Ay ay ay fue el primer trabajo con el ex GIT Alfredo Toth y Adrián Bilbao como guías. Ellos les imprimieron una buena dosis de trabajo, haciéndolos ensayar un mes antes de entrar al estudio. Algunas cosas había que adaptar. El tema que le daba nombre al disco duraba en vivo entre quince y veinte minutos, y no podía grabarse de esa forma. Este segundo disco de Los Piojos fue dedicado a Diego Armando Maradona. Nacía un amor.

El invierno largo se fue

1996 fue el año que marcó a Los Piojos para siempre. No solo porque comenzó a darse eso de ritual que sólo entienden los que alguna vez vieron a la banda en directo, sino porque salieron al ruedo con un tercer álbum que los puso al frente de las ventas y los ojos de todo el mundillo del rock, y de otros también. Tercer arco fue presentado para la prensa de manera muy tímida en el Teatro Arpegios. Apenas un par de decenas de periodistas asistieron al evento y se llevaron de regalo uno de los discos más exitosos de los ’90. De fondo, mientras los invitados charlaban con los músicos, después de la conferencia de prensa, sonaba el primer corte elegido: El farolito. Cuando hablaban Andrés, Tavo, Mickie, Piti y Dani se notaba que algo tramaban. Se sentía en el aire que se tenían fe, esa fe que se percibe en la mirada.

Tercer arco fue el primer disco donde llegaron al estudio a completar temas. Ya empezaban a sufrir el karma del músico: el del contrato musical. Esquina libertad y el tangazo Gris se terminaron sobre la hora.

La primavera se tiñó ese año de un ritmo nuevo para el gran público. Eso derivó en los primeros Obras para la banda. Dos estadios casi llenos confirmaron lo que las ventas y los comentarios de la calle decían. El momento de Los Piojos había llegado. Luego vinieron dos microestadios de Ferro en noviembre y tres Obras más al filo del ’97. Fueron tiempos difíciles para los viejos fans del grupo. Pero difíciles por el cambio tan brusco. Era loco verles las caras. Miraban a su alrededor extrañados, perdidos entre tanta nueva gente. Cantaban con toda la voz que podían y espiaban a los demás para comprobar si se sabían las letras de los temas viejos. Y la verdad es que sí, que casi todos los que iban a ver a Los Piojos antes de aquel verano se habían unido al ritual.

La fiesta que despertaban temas como Pistolas, Te diría, o los recientes Maradó (ese himno), Muévelo, Verano del ’92 y El farolito no tenían comparación. Muchas veces se había visto Obras así de cargado, pero esto era distinto. Algo estaba pasando en el rock argentino. Se iba 1996, y esta vez las remeras que se expandían eran amarillas como el disco más vendedor de Los Piojos.

Como el aire de enero

Verano del ’97. Fue increíble lo que pasó durante enero y febrero. Los que se quedaron en Argentina pasando calor lo vivieron de cerca. Se dio una especie de revolución piojosa. El farolito y Verano del ’92 eran cabeza de ranking en todas las radios y el clip de Maradó trepaba al top ten de MTV. El video -ambientado en la cancha de Huracán y con imágenes del astro Diego haciendo de las suyas- dio vueltas por toda América y llegó a los ojos del jugador, como ellos soñaban.

La típica polémica que acarrea el éxito también se hacía presente. El uoh bamba uoh bamba uoh y el oh oh ohó oh ohó parecían estar instalados en los cerebros de todos. Sonaban también en las AM y hasta hubo una horrible versión cumbianchera de El farolito. Y eso provocó que la banda respondiera dejando de tocar por un tiempo prudencial sus dos más grandes hits, porque hasta ellos se habían hartado.

En julio de ese año metieron 10.000 personas en el Microestadio de Racing Club de Avellaneda y en noviembre volvieron a Buenos Aires para sitiar el Parque Sarmiento, ante 7.000 piojosos.

Azules son las almas

Todavía le quedaba a la banda un álbum más con la discográfica DBN. Fue por eso que entraron otra vez a estudios para grabar su cuarto trabajo, y a comienzos de 1998 editaron Azul. Lo presentaron en el Parque Sarmiento, que se llenó una vez más. Fue una grata sorpresa la actuación

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