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Economia Internacional


Enviado por   •  16 de Junio de 2015  •  547 Palabras (3 Páginas)  •  123 Visitas

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Capítulo I (548)

Sucede que algunos lugares, tienen encantos incalculables. Mientras que otros, bien calculables. Digamos que finitos. Tan finitos; que a veces son difíciles de encontrar. No es el caso, claro está, de Montevideo. Saudosa urbe del sur, musa de tantas penas, milongas y largos carnavales, que cual ilustre chaman, inunda las noches sibilinas de Febrero.

Montevideo. Monte vi eu. He visto un monte, según quienes atribuyen el nombre, al grito de un marino portugués. Aunque aún no han logrado consenso, si esto o contar el sexto monte de Este a Oeste, en ese caso Monte VI de EO, pero siempre hablamos de un monte, de una elevación en el terreno, ese monte ó cerro que vela por su pueblo y desde el cual podemos contemplar la ciudad, adormecida a orillas del plata, con su perfil recortado en el cielo.

Esta es una ciudad puerto y bien sabemos que todos los puertos son misteriosos. En la dársena, vemos un barco, es el León XII de La Compañía Española, que arriba a la ciudad, después de 46 días de viaje desde el puerto de Salamanca. En el llegan algunos visitantes, y muchos, muchos sueños. La mayoría son sueños españoles, hay también algunos italianos y alguno más, que no consigo distinguir. Sueños dispersos, sueños que no se sabe bien de donde vienen, y por eso nadie puede sospechar hacia donde irán.

Los escasos transeúntes que circulan por las calles casi desiertas, emiten profusos vapores blancos al respirar en la gélida noche. Los pasajeros ya han comenzado el descenso y pisan tierra firme al fin, extraña sensación luego de la travesía oceánica, que trato de diferente manera a unos y a otros, sin importar que estuviesen alojados en primera ó en otra parte, aunque seguramente una fue más benevolente que la otra.

Lentamente toma forma el desfile de bultos, maletas, y personas que no tardan en comenzar a protestar contra el clima, que incluso en su llegada, comienza a serles hostil. No es que les trate con tiranía, bien por el contrario, les trata sin prejuicios, como a cualquier montevideano, a finales de Junio, cuando San Juan ya tuvo su noche y el Invierno se dispone a quedarse, al menos tres meses más.

Ahora cae una llovizna, pero lo que más molesta es el frio, que cala hasta los huesos y cada vez es más la gente en tierra que comienza a reunirse con los suyos, o con ajenos, para que al menos juntos, el frio sea menos.

Entre la multitud homogénea, destaca Antonio Brentano, un hombre poco menos que delgado, de común estatura y mediana edad. Con rasgos amables, pero marcados, grandes ojos negros y mirada profunda. Morocho su cabello, parda su tez. Sus prendas; un traje negro, con zapatos y sombrero a tono, se esconden bajo un sobretodo gris. En su diestra un bastón de palo de rosa, con la empuñadura en marfil, mientras que la siniestra sostiene un

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