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Economía Prehispanica


Enviado por   •  19 de Octubre de 2014  •  2.507 Palabras (11 Páginas)  •  402 Visitas

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SOCIEDAD Y CULTURA DE LAS CULTURAS PRECOLOMBINAS COLOMBIANAS

LA ECONOMÍA PREHISPÁNICA

Antes de la conquista española se desarrollaron en América tres grandes civilizaciones -la maya, la azteca y la inca- que lograron organizar complejas estructuras políticas y sociales. La civilización maya, sin embargo, había desaparecido antes del florecimiento de los aztecas.

Tanto incas como aztecas lograron desarrollar la escritura y las matemáticas para entender el movimiento de los astros.

En otras regiones se establecieron pequeños reinos periféricos o culturas medianas, que no llegaron a constituir organizaciones políticas complejas ni grandes ciudades.

Ejemplo de estas últimas fueron los taínos, los araucanos y los aimaras en el actual territorio boliviano, los omaguacas y los diaguitas en el norte de la actual Argentina, los guaraníes del Brasil y Paraguay, los guetares de Costa Rica (Henríquez, 1997, 11) y los muiscas, agustinianos, quimbayas y tayronas entre otros grupos que habitaron el actual territorio colombiano.

La experiencia inca muestra que el desarrollo político logrado permitió satisfacer las necesidades de sus habitantes de manera autosuficiente, mediante el principio de redistribución utilizado por las jefaturas incas.

La asignación administrativa de recursos impidió el pleno desarrollo de formas de intercambio y centros de mercado cuya presencia fue importante en culturas con cierta fragmentación política, como en el caso de los aztecas, sirviendo como elemento de articulación.

Por ejemplo, el mercado de Tenochtitlán en el actual territorio mexicano, era un activo centro comercial en el que miles de personas realizaban transacciones (Henríquez, 1997), a diferencia de los incas que realizaron intercambios comerciales en menor escala.

Así, la redistribución era el centro de la articulación económica y política entre los jefes y la comunidad inca, puesto que los primeros captaban los excedentes de su pueblo retornándolos en forma de bienes y servicios.

En estas comunidades la captación del excedente por parte de los gobernadores locales adoptó la forma única de tributo en trabajo (Bonilla 2005, 89). El parentesco también articuló las relaciones sociales, políticas y económicas, estableciendo vínculos de reciprocidad entre los miembros de la comunidad.

Entre los incas, se prohibía la ociosidad y se estaba en la obligación de realizar trabajos agrícolas, entre otros oficios, por medio de los cuales podían satisfacer sus necesidades y las de la población vulnerable: viudas, niños y ancianos, de manera que nadie debía padecer de hambre ni desnudez.

También se almacenaron comestibles, tejidos, armas y materias primas, trabajadas con el fin de atender las necesidades de los ejércitos y las del pueblo en épocas de escasez (Henríquez, 1997, 21).

ECONOMÍA Y SOCIEDAD DE LAS CULTURAS PRECOLOMBINAS DE COLOMBIA

En el contexto andino prehispánico, los muiscas, quimbayas, agustinianos y tayronas se pueden considerar como los ejes de la prehistoria colombiana.

A pesar de ser consideradas como culturas medianas dentro de la experiencia mesoamericana y suramericana, estos grupos lograron establecerse de manera permanente en distintos territorios, logrando una estabilidad social y económica.

El invento de la cerámica por los indígenas que habitaban el norte de Colombia produjo cambios muy importantes que permitieron "almacenar agua y bebidas en gran cantidad y guardar alimentos y conservarlos largo tiempo sin que ratones y otros roedores e insectos se los comieran.

Además... lograron cocinar en agua los alimentos y así comer muchas cosas que antes eran incomibles crudas. Se enriqueció la alimentación consumiendo ante todo gran variedad de vegetales silvestres, moluscos, pescado, algunos reptiles como la tortuga y el caimán, aves y mamíferos.

Con esta mejoría en cantidad y calidad de la alimentación, aumentó la población y se iniciaron muchos progresos materiales" (Dussán de Reichel, 1992, 16)

La población es el factor productivo fundamental en todas las sociedades y mucho más en las que carecen de capital y maquinaria.

En ellas, la evolución demográfica determina directamente la suerte de la producción. La mejor nutrición permitida por el uso de la cerámica y de la cocción de los alimentos llevó a aumentos de la población que a su vez pudo organizarse mejor y repartirse entre agricultura, caza, pesca, fabricación de utensilios, minería y comercio. La división del trabajo aumentó la productividad que contribuyó a reproducir adecuadamente una población mayor.

En la medida en que la división del trabajo se hace más compleja y surge el proceso de urbanización, la población influye menos directamente en la producción, pero aún así es un campo fundamental que el historiador económico debe tener presente para entender las transformaciones de la economía y las condiciones de empleo y bienestar que le ofrece a la población.

La región del altiplano central del actual territorio colombiano fue habitada por los muiscas, siendo el territorio más poblado después de los imperios inca y azteca.

Todo parece indicar que en 1541 esta cultura alcanzó un nivel de desarrollo que le permitiría convertirse en un imperio, proceso que fue interrumpido por la conquista española en el altiplano cundíboyacense.

Los muiscas estaban organizados en pequeñas aldeas al mando de un cacique, y se caracterizaban por ser sociedades preestatales, poco homogéneas, cuyas distintas categorías políticas eran descentralizadas y jerarquizadas, tal como sucedió con algunos cacicazgos que se agruparon bajo el mando del Zipa de Bacatá y el Zaque de Hunza (Bonilla 2005, 91).

No obstante, la integración política de las etnias permitió el surgimiento de la agricultura y la utilización masiva de trabajo comunitario organizado (Lleras, 1986).

El parentesco es un aspecto fundamental que explica el establecimiento de comunidades independientes, puesto que este tipo de vínculos aseguraba la pertenencia de un individuo a una comunidad y con esto su acceso a los recursos del territorio que controlaban (Lleras, 1986).

No se descarta la posibilidad de enfrentamientos bélicos para obtener el control de determinadas zonas, con lo cual pudieran ampliar las tierras disponibles para el cultivo y asegurar el aprovisionamiento de alimentos cuando éste se encontraba en cuestión.

LA PRODUCCIÓN

En el siglo XV, la economía de las comunidades prehispánicas era una sólida estructura basada en la agricultura y la producción de mantas, la explotación de minas de esmeraldas, carbón vegetal y mineral, sal y cobre.

La agricultura surgió acompañada por el perfeccionamiento de técnicas artesanales y manufactureras, utilizadas en la fabricación de recipientes de arcilla y figuras en oro que aleaban con otros metales utilizando técnicas similares, hecho que ha llevado a plantear la hipótesis de la existencia de un amplio intercambio entre estas culturas a través del río grande de la Magdalena.

Las primeras ocupaciones del territorio del altiplano cundiboyacense se remonta al año 12.000 a. C., época en que las distintas posibilidades que ofrecía el entorno medioambiental determinaron que algunas sociedades se dedicaran fundamentalmente a la caza y otras a la recolección, actividades que fueron su principal fuente de aprovisionamiento de alimentos hasta el establecimiento de cultivos agrícolas que las fueron reemplazando.

Esto permitió que la subsistencia estuviera menos sujeta a contingencias medioambientales y se destinara parte de la fuerza de trabajo a actividades distintas a la producción agrícola de subsistencia (Lleras 1986).

En el caso de los muiscas, la dotación natural de los territorios que se encontraban bajo su dominio determinó los tipos de bienes producidos, pues contaban con las grandes minas de sal en Zipaquirá, Nemocón y Tausa, y prácticamente controlaron la producción de cobre del altiplano.

De la misma manera, la producción agrícola se benefició del control de territorios aptos para tal fin en distintas altitudes, pese a que su tecnología era rudimentaria. Al ser comunidades fundamentalmente agrícolas, el principal factor de producción era la tierra, cuyo acceso era de carácter comunal, así como las fuentes de agua y los bosques.

Igualmente, el trabajo destinado a la producción agrícola y a la explotación de minas era de carácter colectivo o comunitario entre los miembros de las familias, sistema que compensó el bajo nivel de desarrollo tecnológico logrado por estas culturas (Lleras, 1986).

El crecimiento de la población llegó en algún momento a ejercer presión sobre las tierras fértiles y a una competencia entre comunidades vecinas, lo que llevó a frecuentes conflictos.

"Las guerras explican el origen de la estratificación social de los cacicazgos, pues con este evento, el trabajo se volvió forzoso, la productividad obligatoria y los prisioneros de guerra se convirtieron en esclavos, una clase muy inferior. Se creó entonces una sociedad dominada por guerreros y jefes, cuyas posiciones se volvieron hereditarias" (Dussán de Reichel, 1992, 19-20).

La producción y distribución de gran variedad de productos agrícolas les permitió a los muiscas y tayronas gozar de cierto nivel de autosuficiencia y mantener una dieta variada, gracias a la amplia disponibilidad de cosechas durante todo el año, producto del control de aldeas y territorios en distintos pisos térmicos.

En el caso de los muiscas, el cultivo de tubérculos como hibias, cubios y chuguas predominó en los páramos, mientras que en las zonas templadas se podían encontrar cultivos de maíz, yuca, batata, ahuyama y árboles frutales.

El maíz fue un alimento muy popular, debido a sus características nutritivas y a que se podía cultivar tanto en climas fríos como templados, además de ser fácil de almacenar, sembrar y cosechar (Langebaek, 1985b). La pesca y la caza fueron actividades importantes en todo el territorio muisca, las que se constituyeron como sus fuentes principales de proteínas.

La producción agrícola de los quimbayas fue típica de territorios de clima templado: produjeron yuca, maíz, ciruelas, aguacate, guayaba y guaba y eran además hábiles cazadores. A diferencia de los muiscas que extraían la sal de las minas, los quimbayas explotaban la sal de los ríos mediante técnicas de ebullición.

EXCEDENTE E INTERCAMBIO

En la cultura muisca el mecanismo de la redistribución funcionó de manera paralela al del intercambio. Los caciques muiscas captaban los excedentes productivos de su pueblo por medio del tributo (llamado por ellos tamsa), pero no lo concentraban totalmente sino que lo redistribuían entre su gente, por medio de la constitución de un fondo de consumo común, y entre otras comunidades que compartían con ellos la lengua chibcha.

Si el cacicazgo local estaba subordinado al mando del Zipa o del Zaque, este debía destinar parte del tributo al mando superior en representación de su comunidad.

En estos grupos, el tributo no debe ser entendido como aquel que establecieron los españoles como mecanismo de explotación y extracción del excedente productivo, sino como una forma de redistribuir el producto social y sostener el sistema administrativo de estas sociedades.

El trueque fue la principal forma de intercambio entre los muiscas puesto que su rica dotación de recursos naturales les permitió generar un importante excedente, con el que pudieron realizar intercambios en ferias y centros de mercado de otros territorios y pobladores.

El surgimiento de estos excedentes también permitió sostener a grupos de artesanos especializados y a otros grupos no artesanales, favoreciendo el desarrollo de actividades productivas distintas a la agricultura de subsistencia (Lleras, 1986).

Sin embargo, el intercambio no puede considerarse como un hecho generalizado, dado que la mayoría se restringía a comunidades de la misma etnia. Incluso, no todos los bienes producidos eran intercambiados, aunque una parte importante de productos básicos y principalmente 'suntuosos' eran destinados para tal fin.

Productos agropecuarios y derivados (alimentos agrícolas, carne, pescado, coca, algodón, miel, cera de abejas, tabaco, cabuya, yopo y bija), mineros (oro, esmeraldas, sal de las minas) y manufacturas rudimentarias (mantas, totumas, ovillos de hilo, figuras de oro, cuentas y cerámicas) eran intercambiados principalmente en centros de mercado que se encontraban bajo el control de los caciques de Tunja, Duitama y Sogamoso y, en menor medida, en las ferias de Chocontá, Fusagasuga, Pasca, Saboya y Sorocotá entre otros (Langebaek, 1985b).

los bienes intercambiados, eran con mayor frecuencia por los muiscas. Aunque es difícil establecer los términos de intercambio, al parecer el trueque de estos bienes respetó ciertas proporciones establecidas, determinadas por la escasez y por la cantidad de trabajo incorporado en su elaboración y transporte.

Los principales bienes intercambiados fueron las mantas, el oro y el algodón. Los muiscas intercambiaron mantas por casi todos los bienes considerados en la tabla, dentro de los que cabe destacar la sal marina del litoral atlántico y el algodón proveniente de grupos de los llanos orientales.

El activo intercambio del que fueron objeto las mantas y la sal, generaron procesos de mejoramiento en su producción, dejando de ser vista como una simple actividad doméstica, requiriendo cada vez más trabajo especializado.

Las mantas, el control del cobre y la producción de esmeraldas (bienes necesarios para la fabricación de joyas) también les permitían mantener relaciones comerciales con tribus del sur como los panches y los pijaos, quienes a cambio entregaban oro, que producían en abundancia.

Los muiscas tuvieron acceso a cuentas de collar y caracoles marinos provenientes de la costa norte, que adquirían para actividades rituales a cambio de esmeraldas y mantas. El intercambio con los quimbayas se concentraba principalmente en textiles, oro y piezas de orfebrería, arte muy desarrollado por este grupo.

Existían algunos caciques y comunidades que operaban como intermediarios comerciales e incluso, según Langebaek, los mismos muiscas: "actuaron como intermediarios entre los Llanos y otras regiones; los miembros del 'cacicazgo' de Pisba, por ejemplo, cambiaban loza en los Llanos, y con el algodón que les daban a cambio hacían trueque con los taches" (Langebaek, 1985b). Algunos productos del altiplano circulaban en regiones muy lejanas y viceversa, producto de la actividad de estos intermediarios.

La intermediación les permitió a los muiscas obtener ventajas del intercambio, pues con esto tenían acceso a bienes que no se producían en sus territorios (el caso de caracoles, sal marina y algodón de los Llanos Orientales) o cuya producción implicaba gran dificultad.

EL PROBLEMA DE LA MONEDA

Aunque la principal forma de intercambio fue el trueque, el volumen y la cantidad de productos intercambiados parecen indicar que estos flujos no eran completamente simétricos, y que muchas veces el monto de bienes entregados era menor al recibido (Langebaek, 1987, 49). Esta situación plantea el problema del valor y su patrón de medida.

No es clara la existencia de una moneda que cumpliera perfectamente las funciones que se le atribuyen convencionalmente.

Sin embargo, existieron ciertas mercancías que se intercambiaron con mayor frecuencia y que pudieron servir como patrón para medir valores. Esta característica se le ha atribuido principalmente a las mantas, mercancía que era aceptada por muchas otras, pero que no era totalmente homogénea, puesto que la cantidad de mano de obra incorporada en ellas era variable. Las mantas chingas, por ejemplo, se confeccionaban con tejidos menos elaborados que otras, producto del menor trabajo utilizado en su fabricación (Langebaek, 1987, 129).

El oro y la sal también circularon de manera importante, pero no llegaron a ser medios generales de cambio, ya que difícilmente pudieron haber sido aceptadas en aquellas regiones en las que estos bienes se producían en abundancia. Así que, aunque existieron mercancías que circularon con mayor frecuencia que otras, no se puede concluir que hubiera existido un verdadero patrón monetario entre los muiscas.

Toda esta civilización que evolucionaba paulatinamente desde hace siglos hacia la conformación de una unidad política más organizada desde el altiplano bogotano fue derruida y sometida en cuestión de décadas por los conquistadores españoles.

Sus enfermedades diezmaron su población mientras sus armas de acero y sus caballos derrotaron a las organizaciones políticas locales. El sometimiento político y religioso sirvió para exigir cargas laborales y de productos a los indígenas, cuyos excesos aceleraron el colapso poblacional.

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