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La Crisis Del Estado

lukxzard6 de Mayo de 2014

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La crisis del Estado-nación

La crisis del Estado-nación, a la cual asistimos hoy, es un fenómeno relativamente reciente cuya aceleración aumenta a medida que las condiciones que la provocaron se agudizan . En la raíz de este fenómeno se hallan las perturbaciones que afectaron al mundo a partir de los años setenta y las relaciones de fuerzas que fueron conformandose en las esferas del poder y de la ideologia. El primer factor de crisis fue el choque petrolero de principios de los setenta que, en la realidad, ocultó un conjunto de transformaciones aun mas profundas de la economía mundial. Estas transformaciones desencadenaron un proceso de paralización del Estado de Bienestar en el mundo occidental mientras que la internacionalización del capital comenzaba a afectar en su raíz el asentamiento histórico del Estado-nacion. El segundo factor de crisis fue el desplome del llamado campo socialista ,en sus dimensiones política, económica y militar, la cual resulto de la incapacidad de sus dirigentes para instrumentar respuestas a las crecientes contradicciones de las respectivas economías. Estas perturbaciones fueron socavando las funciones que el Estado Tutelar había logrado asumir en aquellas sociedades mientras que se desagregaban las superestructuras plurinacionales impuestas por el poder soviético. El tercer factor de crisis fue la inmensa ofensiva ideológica contra el Estado que desencadenaron los medios políticos, académicos y de prensa más apegados al capitalismo avanzado. Esta ofensiva, que impugna el papel del Estado en todas sus dimensiones, socava los fundamentos políticos, sociales y culturales del Estado-nacion.

La crisis petrolera de 1973 desencadenó desequilibrios comerciales y financieros, un proceso acumulativo de reestructuración de los sistemas energéticos y de los aparatos productivos, una ola de políticas deflacionarias y la explosión del desempleo. Para amortiguar el impacto del aumento del precio del petróleo y reducir su dependencia energética a largo plazo, los países consumidores tuvieron que adoptar políticas de ahorro de energía en gran escala y de sustitución del petróleo con la promoción de fuentes de energía nuevas y alternativas que todavía se implementan. A corto plazo, sin embargo, la respuesta inmediata a la crisis petrolera --más allá de las reestructuraciones y las inversiones requeridas para disminuir la dependencia energética a largo plazo--, fue el desencadenamiento en gran escala de políticas deflacionarias con el objetivo de limitar el desequilibrio de las cuentas externas y frenar la inflación. Por otro lado, la acumulación de petrodólares generada por la crisis indujo otros desequilibrios en la esfera financiera, pues alimentó la contratación de deudas en los países en vías de industrialización. El endeudamiento consecuente afectaría dramáticamente al mundo en desarrollo en la década de los ochenta.

Sin embargo, la crisis del petróleo enmascaró un proceso más profundo: el agotamiento del modo de crecimiento y acumulación prevaleciente hasta entonces en las economías del mundo occidental. Entre los hechos más significativos y menos analizados de principios de aquella época, figura la saturación de los mercados de consumo de los países occidentales, reflejada en la disminución tendencial del ritmo de crecimiento en la producción de bienes de consumo. El crecimiento experimentado por el mundo occidental tras la Segunda Guerra Mundial, impulsado por el acceso del gran público al automóvil y a los artículos electrodomésticos , entró en crisis a principio de los setenta, cuando la progresión de la demanda alcanzó un nivel muy próximo al ritmo de remplazo.

A partir de los años setenta, por lo tanto, se observó un estancamiento del modo de crecimiento y consumo que se había configurado en los países occidentales al salir de la Segunda Guerra Mundial, y que era resultado de la revolución industrial que venía desarrollándose desde principios del siglo XIX. La relativa saturación de los mercados y la desaparición de las condiciones que habían permitido la expansión continua del consumo y la producción en esos mercados --energía abundante y barata, tecnologías dominadas y amortizadas, y una distribución del ingreso generadora de demanda--, obstaculizaron la continuidad del crecimiento. Por el contrario, la necesidad de proceder a importantes inversiones, tanto para superar la crisis petrolera, como para promover nuevos productos y tecnologías, pesaría cada día más sobre la distribución del ingreso y la remuneración respectiva del capital y del trabajo.

Todo ello generó una inmensa presión sobre los ingresos, en forma de ahorro forzado --directo o indirecto-- para que se produjera un nuevo ciclo de acumulación. También generó entre los grupos industriales y financieros la necesidad de expandir las fronteras del consumo más allá de los mercados occidentales y de restructurarse a escala mundial para aprovechar al máximo las ventajas de localización. Asistimos, por lo tanto, a la desaparición de las condiciones que, en el plano económico, habían permitido el florecimiento del Estado de Bienestar, y a una reestructuración del capital a escala mundial generadora de un nuevo orden planetario. Asistimos, igualmente, a la desaparición de las condiciones que, en el plano político, habían permitido arbitrar los conflictos sociales, y a una redistribución del poder a escala planetaria, mas halla del marco nacional.

Las consecuencias que han tenido las transformaciones en curso sobre el Estado � tal como conformado desde finales de los sesenta-- son múltiples, y afectan directamente su papel de promotor y garante del bienestar. En primer lugar, su capacidad para planificar y promover el desarrollo es afectada por la imprevisibilidad del entorno económico. Las políticas económicas y sociales se reducen a procesos de ajuste y gestión a muy corto plazo, condicionados por la búsqueda de equilibrios financieros y contables. En segundo lugar, el Estado también ha perdido su función de promotor del crecimiento y el empleo, pues ya no puede regular la demanda y la inversión. La imposibilidad de aplicar esquemas keynesianos, tanto a causa del agotamiento del modelo de consumo, como por la tendencia creciente de las empresas a privilegiar las inversiones en tecnología y capital, ahorrando mano de obra, impide cualquier tentativa de regulación de la actividad económica y por restablecer el pleno empleo. En tercer lugar, el Estado ha perdido también sus funciones de redistribución de los ingresos y moderador de las tensiones sociales, por estar obligado a recortar los gastos públicos y desmantelar los sistemas sociales. Los desequilibrios económicos y financieros surgidos en los años setenta y la acentuación del contexto deflacionario en que se ha movido la economía mundial a finales del siglo XX, pesan cada día más sobre la capacidad tributaria de los Estados, lo que resulta en un círculo vicioso de la deuda, del saneamiento financiero y de los recortes sociales. Como consecuencia de este triple proceso, se puede afirmar que el Estado de Bienestar ha entrado en estado de crisis, al no poder mas asumir sus funciones de promotor del desarrollo, regulador de la actividad económica y mediador de las tensiones sociales, al mismo tiempo que el Estado-nación se vuelve obsoleto al no servir mas de soporte para la expansión de un capital en fase de internacionalización acelerada ni de marco institucional para la elaboración de los compromisos sociopoliticos. La crisis del Estado de Bienestar y la crisis del Estado-nacion son así dos caras de un mismo proceso, donde el Estado no puede mas, asumir sus funciones socioeconómicas mientras que se encuentra marginalizado en el contexto de la mundializacion del capital.

Sin embargo, la crisis del Estado-nación no se circunscribe a la forma que logro alcanzar en el mundo occidental, con el Estado de Bienestar, pues, al mismo tiempo, se produce el desplome del Estado Tutelar, que habían conformado los países del llamado campo socialista. El desplome del Estado Tutelar no es ni el fruto de un accidente histórico, ni la prueba de una presunta supremacía de los modelos liberales. Es el resultado de un largo estado de asfixia de las economías de aquellos países y de la incapacidad de sus dirigentes para transformar sociedades y economías movilizadas, en sistemas pluralistas y flexibles, lo cual culminaría en 1990 con la implosión del campo socialista. Las causas de la asfixia de las economías de tipo soviético deben ser buscadas en la propia atrofia de aquellos sistemas, que nunca consiguieron superar las limitaciones que presidieron su formación.

Al analizar el modelo soviético en sus dimensiones económicas, predomina, sobre todo, el tema de la movilización, el cual explica la conformación y los modos de funcionamiento de este tipo de economía. En la base del proceso radicaba, en particular, el imperativo de movilizar la economía para garantizar la supervivencia de la revolución soviética, lo cual llevó a los líderes del joven proceso revolucionario y, más tarde, a los dirigentes del Estado soviético, a adoptar un sistema de economía de guerra, derivado del propio sistema que Rusia había implantado durante la Primera Guerra Mundial e inspirado por experiencias similares, en particular, la alemana. Cabe resaltar que la cuestión de la propiedad de los medios de producción no reviste gran relevancia para explicar tanto el comportamiento como los resultados de este tipo de economía, a pesar de todos los debates y prejuicios ideológicos que siempre acompañaron este tema. Analizadas desde el punto de vista económico, tanto las nacionalizaciones como las colectivizaciones fueron sólo herramientas dentro de un proceso más abarcador de movilización

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