La ética del bien común y la ética solidaria
marceherrera5Tutorial1 de Marzo de 2014
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Una economía en función de la vida: utopía y sujeto
Wim Dierckxsens*
* Demógrafo holandés, residente en Centro América desde 1971, miembro del Foro Mundial de Alternativas e investigador del departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI) en Costa Rica.
1. La ética del bien común y la ética solidaria
Hablar de la utopía no es soñar, sino anticipar como lograr una sociedad de seres humanos libres e iguales que como sujeto construyen su futuro. No se trata de una mera ilusión sino de un proyecto movilizador. Es imaginar y luchar por una sociedad donde el ser humano ya no está dominado, explotado ni rebajado a ser un mero recurso o medio en función de la acumulación misma (ver Houtart, 2002:26). Es poner la economía en función de la vida misma y no sacrificar la vida en función de la economía de mercado. Desde el punto de vista del mercado, como sistema totalizador, las exigencias de la vida humana son percibidas como distorsiones. La propia economía de mercado y su funcionamiento como sistema constituyen la finalidad y la vida humana y natural apenas un recurso para este sistema. Desde el punto de vista de los seres humanos afectados, sin embargo, la totalización de la economía de mercado aparece como distorsión de la vida humana y natural que experimentamos como vulnerabilidad ascendente. La ética del bien común se deriva del sufrimiento que experimentamos por esas distorsiones crecientes. La ética del bien común surge como consecuencia de la experiencia de sufrimiento por los afectados debido a las distorsiones cada vez más grandes que el mercado totalizado produce en la vida humana y natural. Si la economía de mercado no produjera tales distorsiones y conllevara como tendencia a un equilibrio (como suelen afirmar los economistas neoclásicos), no nos sentiríamos cada vez más vulnerables y no surgiría la ética del bien común. Bastaría la ética de mercado (ver, Hinkelammert, 2002:97 y 98).
La vida que experimentamos hoy en día las grandes mayorías resulta cada vez más vulnerable. Esta sensación de vulnerabilidad creciente es un indicador de la pérdida de bienestar. Una vulnerabilidad insoportable es indicador de pobreza extrema. Las inmensas mayorías experimentamos vulnerabilidad creciente, sufrimiento que va mucho más allá de los que están por debajo de la línea de pobreza. Esto se debe al hecho que las relaciones mercantiles totalizadas distorsionan cada vez más gravemente la vida humana y natural, generando un sufrimiento cada vez más generalizado. Este sufrimiento y esta vulnerabilidad ascendente que experimentamos indican el que sistema del mercado viola el bien común. Tal distorsión de la vida humana y natural es el resultado de la generalización del cálculo de utilidad a partir de la iniciativa privada en la economía de mercado.
Conforme el resultado de este cálculo de utilidad en el mercado sobrepase los límites de lo aguantable, se fomenta la resistencia. La experiencia de esta distorsión hace aparecer el concepto del bien común. El bien común se presenta primero como resistencia. Como, en términos de Hinkelammert, solo se puede conocer el límite de lo aguantable después de haberlo sobrepasado, la ética del bien común surge en una relación de conflicto con el sistema basado en el cálculo de utilidad. La ética del bien común opera, entonces, desde el interior de la realidad. No se trata de una ética exterior derivada de alguna esencia humana. El bien común es este proceso en el cuál se introducen valores que son enfrentados al sistema para interpelarlo, transformarlo, e intervenirlo. En esencia es una ética de la resistencia, la interpelación y la intervención (Ver, Hinkelammert, 2002:99).
La ética del bien común supone valores a los cuales tiene que ser sometido cualquier cálculo de utilidad o de interés propio. Hay valores del bien común cuya validez se constituye con anterioridad a cualquier cálculo y que desembocan en un conflicto con el cálculo de utilidad y sus resultados. El supuesto para que opere el principio del bien común es el reconocimiento que nadie puede vivir si no puede vivir el "otro" (ver, Hinkelammert, 2002: 97-99). Son los valores del respeto al ser humano, a la vida en todas las dimensiones incluyendo el respeto a la vida de la naturaleza. El respeto mutuo entre seres humanos, incluye el reconocimiento del ser natural en todo ser humano y el reconocimiento de parte de los seres humanos hacia la naturaleza de la cual son parte. La relación mercantil, al totalizarse, produce distorsiones graves en la vida humana y en la naturaleza.
La relación mercantil totalizadora constituye una amenaza para toda la vida humana y natural. Esta conciencia que nadie puede vivir si no puede vivir el "otro" (la otra persona, la otra raza, el otro sexo, la otra nación, la otra cultura, la naturaleza fuera de mí), esta ética solidaria se produce al interior de la realidad. Aquí tampoco se trata de una ética exterior derivada de alguna esencia humana. La experiencia vivida que el "salvase quien pueda", como ética de la disputa por el reparto del mercado a escala global, no salvará a nadie, generará un sufrimiento insoportable y un sentimiento de vulnerabilidad más allá de lo aguantable para amplias mayorías. En medio de este dolor se generará una resistencia mundial que no solo deslegitimará al propio sistema, sino generará una ética solidaria que sin salvar al "otro" no habrá salvación para mí (ver, Dierckxsens, 2003: 160).
El "salvase quien pueda" se desarrolla a partir de la acumulación de capital mediante el reparto del mercado a nivel mundial. Este reparto es un proceso excluyente y a largo plazo, cuando el mercado se encuentre re-repartido, la acumulación se torna insostenible. Solo el crecimiento económico brinda, en principio, una perspectiva de acumulación a más largo plazo, como lo concluyó Keynes después de dos guerras mundiales en torno al reparto del mundo. Con la acumulación a partir del reparto del mercado existente no hay siquiera lugar para todos los capitales. Esta forma excluyente condujo a la primera guerra mundial entre las principales potencias de la época. En medio de este "salvase quien pueda" que no salvó siquiera al capital en general, surgió como respuesta radical el socialismo real.
La planificación central totalizada es la respuesta radical a la economía de mercado. Trata de definir el bien común ya no como el resultado de la mano invisible de la economía de mercado sino a partir de la planificación centralizada de tal bien común. Eso significa definir las prioridades para la ciudadanía pero sin que ella tenga participación en la definición de las mismas ni en la interpelación de sus resultados. La planificación centralizada es otra modalidad de sofocar la interpelación práctica. La planificación centralizada parte del supuesto que el interés general puede ser concebida desde arriba. Esta concepción niega toda posibilidad de autodeterminación. Las masas son consideradas incapaces por si mismas de alcanzar la conciencia necesaria para la autodeterminación de su futuro. En la definición de los planes no hay espacio para una interpelación práctica y permanente de la ciudadanía. No hay espacio para ventilar y resolver conflictos de intereses. La vanguardia aparece como el "sujeto histórico". En vez de abrirse más a una interpelación para encaminar al bien común, la planificación totalizadora suprime más bien tal interpelación e imposibilita la subjetivización de las mayorías.
El reparto del mundo, sin embargo, continuó después de la primera guerra mundial. Ello conllevó a la crisis internacional de los años treinta revelando que el mercado total o el pastel mundial se estaban encogiendo. La lucha enardecida por un lugar en un mercado en contracción, desembocó en la segunda guerra mundial. El resultado contradictorio de la guerra fue el avance del Bloque socialista en franca competencia con el mundo capitalista desde la crisis de los años treinta. La constitución de las Naciones Unidas puede verse como una expresión de la creciente conciencia que sin dar lugar al "otro" no hay lugar para mí. La lectura, sin embargo, aún no es tan emancipadora. Sin lugar para el "otro" (la otra nación capitalista del centro pero no así para las naciones periféricas y menos aún los países socialistas) no hay ni lugar (posibilidad de acumulación) para la principal potencia económica (EE.UU.). Después de la segunda guerra vivimos un período de varias décadas de acumulación de capital basada en el crecimiento económico en cada nación capitalista avanzada a costa de la naturaleza y en detrimento del medio ambiente. En el mismo período se observa una desigualdad creciente entre centro y periferia y se profundiza el "salvase quien pueda"entre los dos sistemas en conflicto a través de la guerra fría. A la larga, la guerra fría asfixió y desintegró al bloque socialista que (con un PIB de la URSS equivalente al 40% del PIB de EEUU) no podía soportar el mismo gasto de defensa.
A partir de los años ochenta y sobre todo después de la caída del muro de Berlín, el neoliberalismo introduce un nuevo período de acumulación de capital basada en el reparto del mercado existente, pero esta vez a escala global. Hasta fines de los años noventa el reparto del mercado mundial fue posible a favor de las transnacionales (y el capital financiero vinculado con las mismas) ubicadas en las principales potencias y a costa del resto del mundo. Hacia fines de los años noventa las ventas de las transnacionales representan el 50% del Producto Mundial bruto contra un 25% dos décadas antes. La acumulación de capital, a partir del reparto del mundo
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