Mujeres – jirafa

Mujeres – jirafa.

Una de las consecuencias del proceso de la globalización ha sido una mayor bipolarización entre los países desarrollados  y los subdesarrollados. Los últimos son los que son los que siempre salen perjudicados, debido a la explotación desmesurada por parte de los países del Primer Mundo. En nuestro caso concreto de las mujeres-jirafa vemos como la mujer  lleva el gran peso de la explotación, no por llevar casi 5 kilos de oro en el cuello, sino al tener que soportar la presión tanto dentro como fuera de la tribu. No sólo sufren por razones machistas, sino más bien por el interés económico intrínseco que suponen para el Gobierno tailandés. Tener ese rasgo diferenciador- el cuello largo- se convirtió en  su única manera de sobrevivir en un país que no es suyo, y que les ofrece refugio a cambio de exhibirse en un  zoo humano, un precio alto, teniendo en cuenta el sacrificio y estrés que causa.

Como ha pasado tantas veces a lo largo de la historia de la humanidad, hay un país colonizador y otro colonizado, que es esclavizado al antojo del que manda y no tiene otro remedio que cumplir los órdenes del fuerte, en este caso, el gobierno tailandés, que ofrece la legalidad de permanencia de las tribus exiliadas, pero no todas las tribus son bienvenidas, sólo las que pueden generar beneficio para las arcas del Estado. Las otras tribus exiliadas de Birmania se tienen que esconder en la selva, perseguidos por los dos Gobiernos.

Aun así siendo medio legales, la tribu “kayan” no recibe la retribución justa ni proporcional a su sacrificio. Se las exhibe como una atracción turística y además  se ven limitados en los derechos básicos como puede ser el derecho a la libertad del movimiento, no pueden salir de su zona, ni pueden elegir llevar o no los anillos en el cuello, ya que dejó de ser un rasgo de identidad para ellas- ahora es la única manera de sobrevivir en aquellas condiciones.

Los tailandeses convirtieron el patrimonio inmaterial de la tribu “kayan” birmaní en un atractivo turístico sin tener un real interés en protegerlo y salvaguardarlo,  sino sacar provecho de la situación que sufre esa gente en su país de origen.

Si comparamos, por ejemplo, a las mujeres “kayan” birmanas con “ndebele” sudafricanas, que también llevan anillos en el cuello, vemos que las primeras lo llevan no para seguir una costumbre, sino porque saben que atraerán el turismo y tendrán para comer. En África, aunque tienen otros problemas sin duda, los llevan como símbolo de identidad, porque quieren seguir la costumbre de sus antepasados.  

Tailandia convirtió la explotación de las mujeres-jirafa en el medio de vida, ha creado un turismo mercantilista basado en vender un producto de consumo cultural que “garantiza” un pack completo de posibilidades que incluye una visita a la aldea auténtica, elefantes por la selva como taxis, canoas como transfer, las mujeres con cuellos largos- es un reclamo turístico perfecto, patrimonio etnológico en estado puro, ¿qué más da que sea una autenticidad prefabricada con fuerte dramatización y “kayan” como piezas de museo? La trivialización de sus vidas y “el Gran Hermano” tailandés parecen no interesar a nadie, todos niegan la evidencia del neocolonialismo, tanto las instituciones políticas, como ONU, Touroperadores y los propios turistas.

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