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Debates en Psicología: La naturalización de lo que es histórico

MerlinaSeEnsayo8 de Junio de 2018

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.-El problema de la naturalización de lo que es histórico

María Elena Colombo

“El propósito de la ciencia no es abrir la puerta a la sabiduría eterna sino establecer un límite al error perpetuo.”

Bertolt Brecht, Vida de Galileo Galilei

En otro espacio[1] he planteado que la psicología se constituyó en ciencia empírica sobre el trasfondo de los debates que animaban las discusiones de los filósofos y hombres de ciencia hacia fines del siglo XIX.

José Bleger (1973) señala que los intentos de definir el objeto de estudio de la psicología:

“(…) tienen mucha relación con los supuestos metafísicos de estudiar entidades o sustancias, y estas falacias han conducido históricamente a la psicología a definir su objeto de estudio como el alma, la conciencia, la mente o el psiquismo, olvidando que éstas son entidades abstractas con las cuales se reemplazan los fenómenos concretos. Con este tipo de definición, el objeto de estudio no queda claramente delimitado, sino que, por el contrario, se desemboca en una complicada mitología de la que aún no se han desembarazado del todo las modernas corrientes psicológicas. Estas definiciones estructuran una psicología verbalista, o bien se desarrolla una contradicción entre los fenómenos concretos estudiados y las respectivas formulaciones teóricas.

No hay tal cosa como alma, psique, mente o conciencia; hay sí, fenómenos psicológicos o mentales, pero el atributo no debe ser transformado en sujeto ni en sustancia.

Por todo ello, nos parece importante partir de la afirmación de que la psicología estudia, o debe estudiar, seres humanos reales y concretos. (...) Si la psicología estudia al hombre, siempre se halla implícita en ella una determinada concepción del mismo. Inclusive dentro de la psicología que se define como el estudio de la mente o el alma, se halla incluida una concepción del hombre que éste tiene de sí mismo en un determinado momento histórico; porque estos supuestos no son meras especulaciones que surgen por sí mismas de una actitud totalmente contemplativa, sino que se hallan siempre vinculados a las características culturales, sociales, de cada época. Cada organización histórico-social tiene un tipo de imagen de sí misma.

Nos interesa partir de una concepción científica del hombre, a la cual ya ha contribuido la psicología misma, y –como núcleo fundamental- oponernos a algunas falacias, con las que históricamente se ha constituido la psicología tradicional, pero que subsisten en cierta medida aún en la psicología contemporánea[2].”

En estos párrafos, Bleger (1973) nos advierte sobre el peligro de sustancializar el objeto de estudio de una ciencia como si fuera un objeto que pudiera hallarse en la naturaleza. Ya Bachelard (1948/1984) había planteado que el científico debe superar los obstáculos epistemológicos que le impiden producir verdadero conocimiento científico, y sustancializar es uno de ellos. No hay tal cosa llamada mente en tanto sustantivo, entelequia que viene a referir una tal sustancia dentro de la cabeza. Desde una perspectiva materialista dialéctica como la que sostiene Bleger, y muchos otros científicos, no puede sostenerse. Lo que sí hay son procesos psicofisiológicos que generan nuevas funciones en la medida que el ser humano en su realidad histórica y social mediatiza sus relaciones con el mundo de manera permanente a través de los instrumentos simbólicos de la cultura. Una concepción científica del hombre debe considerar, por lo tanto, esta realidad como punto de partida de su sistema teórico-práctico. Sin embargo, podemos afirmar que aún en la actualidad se conservan viejos supuestos infiltrados en la psicología que impiden desarrollar una concepción científica del ser humano.

Bleger (1973) plantea una mitología que impregna a los fundamentos de la psicología: el mito del hombre natural, el mito del hombre aislado, el mito del hombre abstracto, la antinomia individuo-sociedad y la antinomia innato-adquirido.

La concepción del hombre como ser natural sostiene que existe una esencia humana previa a toda experiencia individual que se ha corrompido por el contacto con la cultura y la sociedad; el ser humano nace bueno y sus cualidades se pierden al interactuar con la sociedad. Este mito tiene una larga historia religiosa en Occidente que entiende al ser humano como un ser creado por Dios a su imagen y semejanza, y por lo tanto en estado de pureza, que va a caer en la tentación y en el pecado. 

Esta fantasía religiosa de carácter esencialista que plantea un estado de naturaleza previo al estado de cultura va a aparecer, con distintos matices, en filósofos del siglo XVII como Hobbes (1588-1679), Spinoza (1632-1677), Locke (1632-1704) y en el siglo XVIII con Rousseau (1712-1778); ellos sostuvieron posiciones similares en cuanto que postulaban un “estado natural” anterior a la civilización, considerando a ésta como un estado artificial. Para Rousseau el hombre es por naturaleza bueno pero la sociedad lo corrompe al apartarlo de su conexión directa con la naturaleza; la cultura por ser artificial y antinatural provoca la decadencia del ser humano.

Estas ideas religiosas y filosóficas de carácter esencialista y universalista acerca de un estado de naturaleza común a todos los seres humanos pueden entenderse tanto como un estado natural prehistórico del cual se derivan los seres humanos actuales o bien un estado universal presente que subsiste más allá de cualquier diferencia social y cultural.

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Película: Lénfant sauvage. Director: François Truffaut. Francia. 1960. 85 min. B/N.

Los comienzos del siglo XIX ven renovado el debate rousseauniano acerca de la naturaleza humana y el papel de la cultura con motivo de la aparición del enfant sauvage, el salvaje del Aveyron, llegado a París en 1800. En este pequeño se van a centrar las miradas de los filósofos y hombres de ciencia de tres instituciones científicas de Francia: la Sociétè des Observateurs del’Homme, El Hospicio de Bicêtre y la Escuela para la reeducación de niños sordomudos de París. Los interrogantes giraban en torno a la condición inicial del ser humano y las posibilidades de recuperación o cambio a partir de la actuación de la cultura: ¿este niño salvaje era un hombre natural no contaminado aún por los hábitos sociales? ¿qué nos devolvía el bosque? La realidad era otra. El joven venido del bosque, con sus escasos doce o trece años, en un estado de “salvajismo”, “de una irritante suciedad, propenso a movimientos espasmódicos y a menudo convulsos que se bamboleaba  como algunos animales en el serrallo, que mordía y arañaba a los que le servían; indiferente a todo e incapaz de prestar atención a nada”[3] no parecía corresponderse con el estado ideal del hombre natural que afirmaban los filósofos y las Escrituras. Sin embargo, a pesar que el debate estaba instalado, muy lenta y tardíamente las concepciones historicistas iban a entrar en escena para dar cuenta de una concepción del ser humano como ser social e histórico. 

Lévi-Strauss (1949) niega rotundamente que exista un estado pre-cultural del hombre considerando que la pregunta por los orígenes es siempre tramposa. Lo que podríamos preguntarnos es ¿qué es lo que hace a la diferencia entre el hombre prehistórico y el hombre actual si ambos corresponden al mismo tipo biológico? Los elementos que nos pueden servir para organizar una respuesta seguramente los encontraremos al pensar en los recursos culturales diferentes que propician una realidad histórico-social diferente.

El mito del hombre natural guarda relación con otro mito que es el del hombre aislado. Desde esta concepción se cree que el ser humano es en su origen un ser aislado, no social, como individuo y como especie, que se socializa con mucho esfuerzo a medida que crece. La psicología debería dar cuenta, entonces, cómo un individuo que nace aislado va entrando en relación con los otros humanos, cómo se integra a la sociedad. Esta teoría es llamada por algunos la teoría de Robinson Crusoe.

Bleger subraya el carácter erróneo de esta concepción al analizar que el ser humano ya desde su vida intrauterina se encuentra en estrecha relación con el semejante del cual depende totalmente. El problema está mal planteado: el interrogante no es ¿cómo el ser humano naciendo aislado se va integrando a la sociedad y la cultura? sino ¿cómo hacen los seres humanos que en el origen están profunda e indiscriminadamente unidos a otros seres humanos para individualizarse y emerger como seres autónomos y libre pensadores?

El ser humano es un ser social; se constituye como humano a partir del atravesamiento de su realidad biológica por su realidad cultural, y es en esta doble matriz donde se inicia su génesis. 

Para Bleger el mito del hombre abstracto es el error conceptual y metodológico más serio en que ha incurrido la psicología. Este mito se establece al querer comprender al ser humano buscando las características más fijas, generales, universales, descontextualizadas de las realidades sociales e históricas que le otorgan su sentido.

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