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EL PROFESOR Y EL ALUMNO

tatis100620 de Agosto de 2013

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EL PROFESOR Y EL ALUMNO.

El profesor, generalmente, se queja de que los resultados, obtenidos con sus esfuerzos, dejan mucho que desear. Sin considerar estas quejas, parece que el alumno no está en armonía con la escuela, según se deduce del número de reprobados y de los que han abandonado sus estudios. Es sabido que las condiciones sociales han variado mucho y desfavorablemente para el trabajo escolar. Además, no se puede olvidar el desinterés demostrado por la familia, que espera milagros de la escuela. Pero, para aclarar la actuación del profesor que se lamenta de los continuos fracasos de sus clases, es necesario hacer algunas indagaciones.

¿Es consciente el profesor de las dificultades de sus alumnos? En caso afirmativo, ¿ha ayudado a vencerlas?

¿Se ha enterado si las clases se desenvuelven sobre la base de motivaciones adecuadas y si la materia enseñada presenta un valor funcional real?

¿Ha procurado saber cuáles son las aspiraciones de sus alumnos y cómo juzgan a su magisterio?

¿Ha buscado animar, estimular, uno por uno, a sus alumnos para infundirles confianza y ganar su amistad?

¿Ha mirado a sus alumnos como seres humanos, llenos de dudas, aflicciones y dificultades?

Éstas son algunas preguntas que se podrían hacer al profesor que no está satisfecho con el rendimiento de su trabajo.

Ampliando esta explicación, vamos a continuar con el análisis de la actuación didáctica del profesor, que nos permitirá enterarnos si ha sido plenamente satisfactoria.

¿Está convencido el profesor de que ha sido antes educador, formador de personalidades, que instructor?

¿Conoce las posibilidades, limitaciones y aspiraciones de sus alumnos?

¿Ha exigido todo, .igualmente, de todos? ¿Ha orientado para un trabajo más intenso .a quienes han demostrado mayor interés o posibilidades para el estudio de su disciplina? Es de esperar que no se haya mostrado hostil hacia aquellos alumnos que no revelaran aptitud para el estudio de su cátedra. Por el contrario, los habrá animado diciéndoles que, si bien es cierto que algunos rinden más que otros en el estudio de una disciplina, él los considera y estima a todos en igual forma.

¿Ha buscado el profesor averiguar las causas del fracaso de sus alumnos? ¿Ha procurado saber si se encuentran en el alumno, en la familia, en los compañeros o en el mismo profesor?

Muchas son las veces en que los motivos de fracasos residen en el profesor, en su “manera de orientar los trabajos en clase, en el tipo de relaciones que mantiene con los alumnos, en las técnicas de enseñanza que utiliza, en la falta de motivaciones adecuadas, etc. Es conveniente que el profesor, de vez en cuando, desconfíe de sí mismo. Vamos a dejar de indagar indirectamente, para dirigirnos al profesor:

El profesor se ha preguntado alguna vez: ¿Soy justo con mis alumnos? ¿Mis métodos de enseñanza se adecuan a ellos? ¿Estaré organizando bien mis planes de trabajo? ¿No provocare confusiones y dudas en mis alumnos? ¿Habré establecido en clase un ambiente de cordialidad, confianza, respeto?‘‘Y principalmente: “. ¿He permitido que mis alumnos se expresen libremente?, ¿los he dejado decir, voluntariamente, lo que sienten? ¿He sido paciente para escuchar? ¿No he hecho como muchos de mis colegas, que no dan tiempo a que el alumno se exprese, interrumpiéndolo apenas comienza a hacerlo, con aquella célebre frase, «Ya sé, ya sé, ahora cállese la boca», respuesta que evita, en las primeras palabras, toda tentativa de expresión?”

Debemos dejar que el alumno se exprese libre y plenamente; sólo así se puede saber si sus palabras son sinceras o no. Es necesario, pues, localizar las dudas y las dificultades del educando para lograr una acción didáctica más eficiente.

¿Ha tenido el profesor en cuenta los hechos buenos realizados por sus alumnos, y ha manifestado su reconocimiento? Por cierto, no ha procedido como sus colegas, que sólo anotan los actos insatisfactorios. Estamos convencidos de que atribuye más importancia a los aspectos positivos que a los negativos de sus alumnos. Si se otorga importancia a los positivos, éstos, poco a poco, van anulando a los negativos. Estamos seguros de que procura alabar y encontrar virtudes, antes que reprimir y encontrar defectos. ¿Se autoanaliza para saber si es “el mejor profesor posible”, den- 1ro de sus propias limitaciones?

¿Procura ser amigo de sus alumnos? ¿Los alienta en sus fracasos? ¿Procura dialogar con ellos dentro y fuera de la clase? ¿Sabe, con certeza, que la mejor forma de orientar se encuentra en las conversaciones que podamos tener con nuestros alumnos, a fin de saber realmente cuáles son sus dificultades?

¿Intenta, también, conocer las aspiraciones, los deseos más secretos de sus alumnos, para ajustarlos a la realidad social y a las posibilidades humanas de los mismos y mostrar cómo la escuela puede auxiliar, en la concreción de esos objetivos vitales?

¿Se muestra razonable en sus exigencias? No posee, por cierto, esa actitud de intransigencia, caracterizada por la clásica frase: “Ya lo dije, conteste rápido”, ¿que no admite reajustes? En sus exigencias seguramente tendrá en cuenta la vida particular del alumno, dado que ella existe tanto como la nuestra. Su actitud no es, asimismo, un puro “laisser-faire”, un dejar que las cosas se sucedan al azar.

¿Procura escuchar con simpatía las quejas de los padres de sus alumnos? ¿En reuniones de padres y maestros, no adopta la actitud tan antipática (que aleja a los padres de la escuela) que sostiene la razón está siempre de parte del profesor y que los padres se equivocan? De eso estamos seguros: el señor profesor reflexiona, conscientemente, sobre las quejas y argumentos de los padres de alumnos.

Busca, en su actividad docente, relacionarse. Con sus colegas Además de la relación de disciplina, exigencias, etc., ¿procura informarse sobre el comportamiento y rendimiento de sus alumnos, no para elogiar, ni para recriminar, sino, tan sólo, para conocerlos mejor? Y aún más, en cuanto a los colegas, ¿sabe que es interesante invitar, todos los años, a algunos de ellos a que asistan a una o más clases, para que sean criticadas? Esta práctica es excelente para que mejoremos como profesores y luchemos contra la rutina, la cristalización he incluso, el desmejoramiento de nuestro comportamiento didáctico.

Estimado profesor, estoy seguro de que usted no es de aquellos que siguen rigurosamente los programas oficiales. Los programas pueden ser reajustados para dar mayor realce a los tópicos de interés regional y a las necesidades del alumno y de la vida social.

Así, el profesor tiene que reestructurar los programas, para darles secuencia, organización y funcionalidad a fin de obtener una mejor integración del educando en su comunidad.

¿Sus clases armonizan con las realidades sociales y profesionales? Está, de esta manera, ayudando a los alumnos a decidirse por una profesión, o, al menos, brinda la oportunidad de que se manifiesten las preferencias profesionales de los mismos.

¿Intenta saber, señor profesor, el motivo del comportamiento poco deseable de algunos de sus alumnos? Debe evitar las recriminaciones delante de la clase, y procurar el entendimiento con estos “héroes”, en privado, a fin de discutir clara y francamente sobre lo que está ocurriendo.

¿Procura localizar a los cabecillas, que provocan indisciplina en la clase? El profesor sabe bien que, una vez localizados y debidamente adoctrinados, ellos pueden ser óptimos auxiliares en el control de la clase, para llevarla a producir más y mejor.

Piense, querido profesor, acerca de lo siguiente: “¿qué esperan los alumnos de mí?” ¿Qué podré hacer por el futuro de ellos? (Los alumnos adoptan una actitud de expectativa. Esperan algo de sus profesores, incluso no alcanzan a precisar qué.)

Vea el futuro sin despreciar el presente. Por el contrario, basándose en el presente.

¿Procura ser modelo de comportamiento social, profesional y moral, para que sus alumnos lo imiten? ¿Busca asumir la actitud científica, delante de la vida, de que necesitamos conocer para actuar, y la actitud moral de que es necesario actuar tendiendo al respeto y engrandecimiento del hombre? Es impresionante el alejamiento existente entre profesor y alumnos en nuestras escuelas. En clase es sólo el profesor quien habla, y cuando el alumno lo hace es bajo cierta tensión inquisitiva o en la relación que va de superior a inferior. Profesor y alumno necesitan encontrarse. El educando necesita hablar al profesor, con libertad y franqueza, sobre las aspiraciones, dudas y dificultades que vaya encontrando en los estudios.

De ahí la necesidad de propiciar encuentros entre profesor y alumno, fuera de la situación artificial del aula.

Por eso, diariamente o algunos días por semana, el profesor debe permanecer a disposición de los alumnos, fuera de clase, para atenderlos cuando éstos procuren ayuda. Puede promover encuentros con los alumnos que presenten alguna dificultad de comportamiento o de estudio. Esta práctica evita muchos resentimientos futuros y una serie de problemas, que al aumentar se transformen en casos.

Es interesante que el profesor, de vez en cuando, trate de responder al cuestionario siguiente:

CUESTIONARIO DEL PROFESOR

1. ¿Procuro conocer a cada uno de mis alumnos?

2. ¿Hago que cada alumno se familiarice con sus compañeros?

3. ¿Estudio

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